El pasado 4 de abril, el inefable presidente y CEO de JP Morgan, Jamie Dimon, endosó a sus accionistas y clientes una interminable carta de 43 slides llenas de buenismo woke y críticas a los bancos centrales. Entre otras cosas, criticaba la regulación… Míster bonus quejándose de los reguladores. El rey de la banca de inversión, que avisa que la crisis bancaria tiene muy mala pinta y se ha gestionado fatal. Es el último de los grandes tótems de la era pre Lehman. Harvard, Citigroup y JP Morgan, todo un eje del mal, condensados en una persona. Y el Partido Demócrata, evidentemente, que la progresía jamás estuvo reñida con los salarios estratosféricos (fortuna cercana a los 2.000 millones de dólares), ni los aviones privados. Al contrario.
JP Morgan siempre me ha parecido un ejemplo de lo mal que está el mundo. Antes de que tuviera lugar la eclosión de las FAANG (Facebook, Amazon, Apple, Netflix y Google, a la que habría que sumar Microsoft), era, sin duda, la empresa que más dinero ganaba del mundo. Treinta y tantos mil millones de dólares. Nadia ganaba eso. Quizá alguna energética emirática con sus cuentas bien ocultas en su país de origen, pero en el mundo cotizado, desde luego que no.
Recuerdo las cuentas de JP justo antes de la pandemia: 36.341 millones de dólares de ganancia, con un ROE superior al 30% en todas las áreas de negocio, excepto en la de banca comercial, que era plana. ¿A qué se dedicaba JP Morgan? Al trading, a la banca de inversión, a controlar las materias primas y los precios de la energía… a nada en concreto. No fabricaba ninguna cosa, no producía ningún bien, sólo especulaba en los mercados. Pero era la empresa que más dinero ganaba del planeta.
Bonus de 50 millones de dólares
Me acuerdo a la perfección de que Dimon, según presentaba estas ganancias obscenas, hacía votos en algún foro de Washington para que los empresarios gestionaran sin pensar tanto en el dividendo. Lo dice una persona que en 2021 tuvo un bonus especial de 50 millones de dólares que no gustó tanto a sus accionistas, por lo que en 2022 sólo ha ganado 34 millones.
Un ejecutivo, aunque ya tiene un paquetito accionarial, fruto de las stock options. No es Amancio Ortega, que se inventó Inditex con sus manos y su maletín vendiendo batas; ni Rafael del Pino, que es accionista de control de Ferrovial y su familia, por mucho que chupara de lo público, según le acusa Belarra, al menos llenó España de carreteras y pantanos.
Jamie Dimon me parece un cínico de nuestros tiempos, con papel estelar en el lamentable Foro de Davos. En 2017 criticaba a Europa por su falta de competitividad y la excesiva calidad de vida de su clase media. A su vez, pedía que se evitara el populismo, lo que constituye la misma contradicción que atacar el papel de los bancos centrales y la crisis bancaria, reivindicando menos regulación.
Bancos buenos
En la quiebra de Lehman Brothers, JP Morgan salvó los muebles fue porque tenía una división de banca comercial que evitó que se fuera por el desagüe. Esa división eternamente despreciada, porque no generaba valor.
En la primera parte del siglo, los bancos buenos eran Lehman Brothers, Goldman Sachs, Merrill Lynch o Morgan Stanley. Los que no tenían cuentas para la gente de a pie, ni financiaban pequeñas cosas. Como bien refleja la película La gran apuesta, eran entidades donde, si acudías con menos de 1.000 millones, no superabas el torno de la recepción. Te atendía un becario en el portal, recomendándote con displicencia que fueras a un bróker on line o a un banco “con sucursales”.
JP Morgan estaba bien, pertenecía a esa élite de la banca de inversión, aunque todavía tenía la rémora del Chase Manhattan y el Bank One, que eran poco menos que antiguallas cuentacorrentistas. Fueron los que le salvaron, pero seguro que, si no llega a estallar la burbuja, no habrían tardado mucho en vender esa división porque no arrojaba retornos del 30%.
Un desregulador regulado
Qué penoso es ver a Dimon poniendo de chupa de dómine a los bancos centrales, por haber medido mal la situación del sector. Y pidiendo, por favor, que no se regule de más. Que quizá tenga razón y, desde luego, no es el único que ha criticado a los organismos emisores de moneda. Pero quienes lo hacemos, lo hemos hecho pensando cándidamente en un mundo mejor y no, desde luego, desde la atalaya de bonus millonarios, cobrados poco tiempo después de la quiebra de Lehman.
Quiebra que provocó de urgencia una actuación coordinada de la Reserva Federal y el Tesoro de EE UU para evitar un colapso financiero mundial. Dimon es un desregulador regulado, al igual que Quevedo señalaba a los alguaciles alguacilados.
Ese colapso llegó por culpa del mundo financiarizado que diseñó la banca de inversión. Esos ejecutivos listos, muchos de ellos salidos de Harvard (allá donde hay un desastre empresarial están financieros con brillantes expedientes en esa universidad) y que generaron la mega burbuja financiera.
Los adalides de las operaciones y financiaciones de los grandes deals donde no había ningún subyacente real. Los estandartes de la generación de valor, poco menos que porque yo lo valgo. Si estaba el nombre de JP o Goldman, es que el asunto era de calidad. Que lograron imponer una corriente en la que repartir el beneficio a los accionistas era considerado una muestra de poca imaginación por parte del management. Los beneficios debían ser reinvertidos en generación de valor y si había que repartir, era en bonus para la directiva, nunca para el accionista. Eso era de mal gusto, poco más o menos.
Deuda de Latinoamérica
Que manejan las deudas de Latinoamérica a su antojo. Cada vez que hay algún impago de deuda en Argentina, por ejemplo, acuden los hombres de negro. Dos o tres gestoras de fondos gordas… Fidelity, Blackrock y, por supuesto, JP Morgan.
Ellos manejan la práctica totalidad de bonos, los recolocan en sus fondos de Emerging Markets y como llevan su propio marchamo, son garantía fetén, aunque en cartera haya activos de Argentina, Bolivia o incluso Venezuela. Da igual: los compradores finales no son ellos, sino otros fondos de todo el mundo, que compran con la garantía JP. Si hay impago final, no serán ellos quienes pierdan el dinero.
Sí, sin duda los bancos centrales la han liado parda y están haciendo mucho daño a la ciudadanía (eso sí es un subyacente real). Pero qué tontos somos al deslumbrarnos con estos gurús de la Agenda 2030 y Davos, con fortunas de mil millones, que rigen nuestros destinos.
Y qué tontos somos al haber permitido que siga la banca de inversión a su aire, insistiendo en su mundo financiarizado de bonus y nula generación de riqueza real, mientras pontifican a la vez.