Un mundo de élites, el 1% del 1% más privilegiado. Eso maneja en el mundo y el fútbol es un estupendo reflejo. Ya se sabe que, más o menos, una gran parte de la riqueza está concentrada en manos del 1% de sus habitantes, pero, a su vez, sólo un 1% de ese grupúsculo es quien maneja los hilos.
En España, si hay 45 millones de personas, puede haber 450.000 con una situación patrimonial alta, pero de ellas, 4.500 constituyen el 1% selecto. Ese sería el número de personas que deciden nuestros destinos. Lo malo es que no conocemos ni a la mitad de los que son.
El fútbol, como gran ecosistema mundial, lo refleja. Hace tiempo que tengo ganas de escribir sobre esto y lo que me parece increíble es que la gente no lo vea. Sigue instalada en sus viejos mitos, de rivalidades y deseos.
No tiene claro que antes, en el fútbol mandaban los clubes grandes, con los importantes recursos que ellos mismos generaban. Ahora, mandan los pequeños, con los ingentes, inagotables y opacos recursos de la energía.
Cristiano Ronaldo
En 2018, después de ganar el Real Madrid la Champions ante el Liverpool, saltó la sorpresa: Cristiano Ronaldo se despedía del club. “Fue muy bonito estar aquí”. Recuerdo hablar con alguna fuente que tenía por aquel entonces en el club: “bueno, muy feo el gesto, pero supongo que lo arreglaréis rápido porque no hay más remedio, ¿no?”.
“No. Se va a marchar. Los clubes-estado han provocado una inflación a este negocio que NOS ha dejado fuera a los tradicionales. Quien quiera seguirla, se estrellará”. Y, añadía, “no vamos a entrar ni en cifras descomunales de traspasos, ni en fichas de muchas decenas de millones de euros limpios de impuestos, porque esto no tiene techo y te lleva por delante”. Esa fuente decía la verdad. Y lo que faltaba, encima, era la pandemia.
A Cristiano se le facilitó la salida desde Madrid, por un dinero simbólico que fue el coste de adquisición (unos 100 millones: casi 500 goles y 4 Champions después, se marchó devolviendo lo que costó ficharlo del Manchester United) y se fue a ganar un sueldo ‘emirático’ a la Juventus, equipo que poco tiempo después se vio inmerso en una crisis terrible, con el caso plusvalías por medio (y el Barça) y maldiciendo el momento en el que contrató a CR7. “Quien quiera seguirla, se estrellará”.
Cristiano sabía que había llegado el ‘big money’ al fútbol y él quería estar ahí. No podía consentir que le superasen en ganancias no sólo Messi, sino Neymar, o Mbappé. Razón no le faltaba. Amor a cualquier color que no fuera el suyo, sí.
Messi
El Barça también intentó no quedarse fuera del juego de los clubes-estado y así se gestó un descalabro económico sin precedentes. Messi olió sangre desde el primer momento y capitalizó como nadie una cantinela que sonaba cada dos por tres en las tertulias: “ningún presidente puede asumir el riesgo de perder al mejor jugador de la historia, hay que ofrecerle un contrato a su altura”.
Messi, que en 2015 seguramente ya había jugado sus 30 mejores partidos (desde luego, no ha tenido desde entonces un partido europeo decisivo), exprimió una y otra vez al club, perfectamente consciente de que en Manchester (City), en Londres (Chelsea) o en París (PSG) se estaban pagando cifras impensables. Por no citar el comodín de las propias ligas de los Emiratos y otros clubes que han ido cayendo en las redes del petróleo y el gas.
El mismísimo Messi, después de sucumbir 2-8 en Europa en la mayor humillación que se le recuerda, mandó un burofax al club para irse. Lo vistió de cuestiones deportivas. La realidad era otra: suculentísima prima de fichaje por parte del Manchester City y ficha estratosférica.
Es decir: en los siguientes años, unos cuantos cientos de millones de euros al bolsillo. No pudo ser entonces, pero sí al año siguiente. Acabó en el PSG, donde ya ha terminado contrato, sin pena ni gloria, y busca de nuevo un jugoso contrato donde cobijarse. Incluso se apunta la posibilidad de… el Barça. ¿Quién era el que gustaba de volver al lugar del crímen?
La crisis financiera del Barca, sin pagar nóminas cuando llegó Carlos Tusquets a la presidencia interina, con el estadio derruido o las palancas de Laporta, ha rozado lo cómico. Por cierto, las palancas no son otra cosa que cobrar al contado ingresos futuros. ¿El célebre pan para hoy y hambre para mañana? Veremos cómo acaba eso.
Y, llegados a este punto, conviene señalar una diferencia crucial, totalmente ajena en el debate deportivo: la diferencia entre un club en manos de un oligarca vs. un club en manos de un millonario o gran grupo financiero. No es lo mismo, ni en broma.
Los oligarcas del fútbol
Un oligarca es un miembro de una oligarquía, en este caso, la energética. En el petróleo y el gas no sólo se mueven unas ingentes cantidades de dinero, cosa que sabe todo el mundo, sino que la contabilidad es un asunto más que turbio. No sólo los países productores brillan por su falta total de transparencia (Emiratos, Rusia… como para buscar seguridad jurídica), sino que incluso los Gobiernos más punteros tienen sus ‘cositas’ con el crudo y el gas.
No falta quien dice que los fondos reservados proceden en gran medida de artificios contables con la compra de materia prima energética. Crudo, gas… se compra a x dólares, pero se contabiliza un poco más cara. ¿Dónde va ese dinero de más? Donde haga falta. En su día, se decía que la Venezuela chavista imputaba al PIB local el petróleo, que estaba a 100 dólares el barril, a 50.
¿Dónde fueron los otros 50? Nunca se sabrá, aunque en el chavismo proliferaron las fortunas de 1.000 millones de dólares, algunas de ellas comprando ahora mismo los inmuebles de lujo de la Calle Juan Bravo y la Calle Velázquez casi a granel. Por no hablar de que Venezuela financiaba a Cuba o a todo partido populista de izquierda que se preciara.
Los oligarcas rusos son, directamente, ex agentes de la KGB que tras la caída del Telón de Acero, se hicieron con fuentes de producción del país más rico en materias primas del mundo prácticamente gratis. De ahí emergieron esas mega fortunas, totalmente amparadas en un país que nunca ha sido una democracia desarrollada.
Saltarse el fair play financiero
Amancio Ortega, Juan Roig, Rafael del Pino… no se sacuden a Hacienda de encima nunca. Siempre tienen algún tipo de investigación fiscal abierta; siempre están cuestionados por alguna operación, ya sea empresarial o patrimonial. Sólo les faltaría meterse en fútbol.
Los clubes en manos de oligarcas se permiten, desde hace tiempo, no sólo pagar con dinero del propio club, al que inyectan generosamente, saltándose las reglas del fair play financiero, sin problemas con el regulador, ya que son sus grandes financiadores, sino, por encima de todo, pagar desde la doble contabilidad, con ingresos que, evidentemente, no tienen nada que ver con ese club. Es decir, pueden pagar los que les dé la gana con el dinero que obtienen de la energía. ¿Alguien va a comprobar en Rusia o en Qatar los pagos a equipos de fútbol? En el Real Madrid, Florentino Pérez no puede hacer eso con ACS. Ni en broma.
De esta manera, una súper estrella puede firmar un contrato galáctico con un club oligárquico, que se hace público incluso, pero, a su vez, firmar otro directo con el emirato o el oligarca en cuestión. Contrato que nadie conocerá. “Ha firmado por 30 millones al año con tal club”. Y otros 30 con el emirato de turno o la petrolera de tal país. Por cierto, depositados donde el futbolista quiera. ¿Quién puede competir con eso?
Los dueños del fútbol
Por citar algunos ejemplos: El Liverpool es propiedad del grupo multimedia Fenway Sports Club, que tiene a sus accionistas y, entre otros negocios, también posee el equipo de la liga de béisbol de EE UU los Red Sox o los Pittsburg Penguins del campeonato de hockey hielo. Se comenta desde hace tiempo que quiere salir a Bolsa y Lebron James ha entrado en el capital. El Liverpool tiene un accionista con mucho músculo financiero, pero no tiene nada que ver con un fondo soberano de un emirato, o una petrolera rusa.
Algo distinto puede ocurrir con el Aston Villa, recientemente comprado por el holding NSWE, formado por los oligarcas (se les puede llamar así) Nassef Sawiris y Wes Edens. Pero ya son dos en discordia… habrá que seguir muy de cerca lo que hace este club.
Pero más llamativa es la compra del Newcastle por parte del príncipe saudí Mohamed Bin Salmán. La operación se hizo a cargo del fondo soberano saudí, por un importe de 300 millones de libras. La fortuna de Bin Salmán es alrededor de un tercio del PIB español. Con ingresos que llueven, procedentes del petróleo. Quemarlo en futbolistas es algo, al parecer, divertido. Que se lo digan a Cristiano, que es donde ha terminado: en Arabia Saudí, donde dicen que su fichaje es sólo el comienzo.
Cantidades emiráticas
Del fondo de Abu Dhabi que posee el Manchester City, casi mejor recordar la frase que se le escapó a Josep Guardiola: «Cuando el jeque quiere fichar a un jugador, sube medio dólar el precio del gas«. Por su parte, lo del PSG, propiedad del fondo de Qatar, en fin… sin comentarios. Sólo hay que ver dónde se jugó el último Mundial y la capacidad que tuvo el emirato de modificar los históricos meses de celebración.
Evidentemente, el Madrid no ha estado en disposición real de fichar a Mbappé en los últimos meses, quien sabe de sobra que está sacrificando una opción deportiva y profesional apetecible por convertirse en multimillonario como jamás soñó.
De la misma manera, el Real Madrid va a tener serios problemas en renovar a sus figuras Vinicius, Rodrygo, Militao o Valverde, cuando sea el momento. Ellos quieren mucho al club, sin duda, pero cuando aparezca una institución emirática, pondrán una cifra totalmente fuera del alcance de cualquier club ‘normal’. Por vía doble, si hace falta.
Por eso, sorprende cuando aun en tertulias, se escuchan voces criticando al Real Madrid por “haber dejado escapar” a Halaand, cuando nunca ha estado a tiro, ni lo va a estar mientras estén estas instituciones. Las figuras de primera línea van a ir a esos equipos sí o sí, y las que no lo hagan será porque los clubes-estado los han desechado. Entonces sí, entonces podrán entrar el Bayern, el Milan, el Real Madrid, el Dortmund, el Inter, el United… Hablar de Bellingham son ganas de marear la perdiz. Cuando el RM fiche, sorprenderá a todos. Como ha estado haciendo estos años.
De Berlusconi a Jesús Gil
Si uno mira los fichajes del Real Madrid los últimos años, puede verse que no hay figuras de relumbrón. Vinieron Militao, Rodrygo, Vinicius, Valverde, Ceballos, Brahim… más tarde, Camavinga o Tchouameni, con la esperanza de que se convirtieran en figuras una vez en el equipo blanco.
Todo, jóvenes valores, esperando que cuajen en figuras. La estrategia ha salido muy bien y ha dejado claro si cabe para el Real Madrid que apostar por figuras semi en declive como Hazard o jugadores con cartel tipo Jovic o Mariano tiene un alto componente de riesgo. En el Real Madrid, que el pasado año destrozó con talento a todos los clubes oligárquicos posibles, saben que ese es el modelo, la duda es cuánto tiempo podrá aguantar.
Históricamente, los grandes magnates han terminado por cansarse y se han ido, o les ha tumbado la Justicia. Desde Bernard Tapie al mismo Berlusconi. Pero aquí no se trata de un Jesús Gil de la vida, que lo mismo tenía un derrumbe en Los Ángeles de San Rafael que entraba en la cárcel por corruptelas con Marbella. Esto es la primerísima división mundial, la extracción de rentas al máximo nivel. La élite de la élite. Las principales fortunas del planeta, que no saben realmente cómo gastarse el dinero.
En definitiva, tenemos un buen reflejo en el fútbol del mundo actual: una inflación desmedida procedente del mundo de la energía, que estrangula a la sociedad y la economía, con una connivencia absoluta (y asquerosa) con las élites políticas. ¿Le importa a los Gobiernos los precios energéticos? No excesivamente, ya que los políticos viven de los ingresos fiscales que proporcionan, de la misma manera que FIFA y UEFA no pueden vivir sin el dinero procedente de los emiratos. El 1% del 1% se queda el negocio. Un juego de élites global, que también ha venido a quedarse con el fútbol, el circo del pueblo.