La mejor etapa de todos los tiempos de este país llegó con el inicio de las privatizaciones. Un proceso en el que estuvieron personalidades como Luis Gámir, Pedro Ferreras o el mismísimo Pablo Isla y que puso al país en ebullición: crecimiento, cumplimiento de los criterios de convergencia, capitalismo popular, entrada en el euro y, por fin, España pudo ser considerada una economía desarrollada.
No sólo eso: nos convertimos en líderes en crecimiento. La empresa española se internacionalizó y comenzó un proceso de expansión global. Desde Europa se nos señaló como el ejemplo a seguir. ‘El milagro español‘. Casi todo el empleo de la UE (sí, casi todo) se generaba aquí. Empleo de calidad, además.
Se transfirió un montón de patrimonio público a la sociedad civil. Todo el que quiso pudo ir a las privatizaciones, que dieron un excelente resultado sin excepción. El ciudadano supo lo que era sentir en su bolsillo un patrimonio que crecía. El resultado para España fue espectacular.
Por desgracia, vamos en la dirección opuesta. En pocos años hemos vuelto al oscurantismo de lo público, al yugo estatal, que atenaza el crecimiento y deteriora el empleo. Se piden empresas públicas por todas parte, nacionalizaciones, más o menos encubiertas. El estado como solución. Un desastre sin paliativos. El anuncio de que el estado entrará en Telefónica (o cualquier otra empresa privada) es… iba a decir demencial. Malo para la sociedad, desde luego.