La cantante Cecilia compuso con gran éxito la canción Un ramito de violetas. Por si acaso a las más jóvenes no les suena -fue en el 74- resumo el argumento: una que era “feliz en su matrimonio, aunque su marido era el mismo demonio. Tenía el hombre un poco de mal genio. Ella se quejaba de que nunca fue tierno”. Este tema musical me ha inspirado para analizar la política actual desde las elecciones generales para las mujeres. Los partidos pactan de lo divino y humano, de todo, menos de la agenda feminista. Por eso, lo de la nuevas ministra de Igualdad y Directora del Instituto de la Mujer no sabemos si, como en la canción, será un regalo envenenado, un ramito de violetas.
Volviendo a la letra de la canción de Cecilia, ¿y cómo casa lo de ser el mismo demonio y tener solo un poco de mal genio? ¡Ah, claro, seguramente “sólo le pegaba lo normal!» Pero, eso sí, sin ternuras ni zarandajas, de los que sueltan: “Vuélvete María, que te la meta”. Entonces ¿Por qué ella está feliz? Pues porque recibe “cartas llenas de poesía y cada nueve de noviembre un ramito de violetas”. Y ya, con eso, tan contenta. Pero, la letra tiene más miga: pensamos mal del marido y resulta que ¡es él quien una vez al año le envía el ramito de violetas!
O sea, la canción esté hecha para que el escenario nos parezca romántico en vez de repugnante. Ilustra la educación emocional que recibimos y asimilamos. Y, en la vida real, lo mismo: señora deslomá, cuidando del abuelo, de los niños, de la casa, con un trabajo mal pagado y/o de media jornada (que luego repercute en pensión miserable), frustrada. De vez en cuando, protesta: “Ya podías ayudarme un poco, que siempre apareces a mesa puesta. Ya podías sacarme al cine, a una terraza, a que me diera un poco el aire, en vez de juntarte con tus amigos a ver el fútbol”.
Y él, o acaba el plato, se da media vuelta y la deja con la palabra en la boca; o, se pone generoso y suelta: “Calla María, que, cuando te enfadas, te pones fea. Y tú eres muy guapa. Ya sabes que, después de mis hijos (nota de la redactora: a sus hijos tampoco les hace ningún caso) eres tú la persona que más quiero. Venga, no se hable más, este domingo os llevo al Parque de atracciones”. Y con eso y un regalo el 14 de febrero, Ya. Pues en política pasa igual. Absolutamente lo mismo.
Los partidos políticos han pactado que todo siga igual
Hemos visto como, después de las elecciones, los partidos han pactado sobre lo divino y lo humano… salvo sobre la agenda feminista. O sea, han pactado que todo siga igual: ni ley abolicionista, ni prohibición drástica del tráfico de bebés ni del alquiler de mujeres reducidas a la función de incubadoras, ni educación afectivo-sexual feminista, ni coeducación para la igualdad, ni medidas para equilibrar entre los dos sexos el trabajo doméstico y los cuidados.
Tampoco han hablado de tomar medidas para acabar con la precariedad laboral de las mujeres, el paro y la pobreza (mucho mayores que las de los hombres), ni iniciativas que mejoren la prevención y la lucha contra la violencia misógina, ni abolición del género porque es un corsé opresivo que impone jerarquía y sumisión, ni reparo alguno en que cualquier tipo se diga mujer y pueda ocupar lugares reservados para nosotras… Nada. Absolutamente nada.
El Ministerio de igualdad, el ramito de violetas
Ahora bien, el PSOE, partido viejo y astuto, ha movido ficha. No sobre el fondo, claro. Sobre las formas: nombra Ministra de Igualdad a una señora sin ninguna trayectoria feminista pero con reputación de ser amable y conciliadora. Cabe preguntarse: si no va a implementar nuestra agenda reivindicativa ¿qué moneda de cambio utilizará para apaciguar a las “enfurecidas feministas”?
Luego, nombra directora del Instituto de las Mujeres -con la misión de recuperar las relaciones con el movimiento feminista- a Isabel García. A Isabel la creíamos feminista. Los transactivistas también y por ello se lanzaron contra ella utilizando esa prepotencia y chulería que les da llevar cuatro años siendo los niños mimados del gobierno. Isabel tardó menos de ocho horas en desdecirse de sus opiniones anteriores, declarando su “total y absoluto compromiso”, con la Ley trans, dando por bueno al conglomerado LGTBI+ y considerándolo un colectivo de personas vulnerables.
O sea, aquello de los hermanos Marx: “Estos son mis principios, pero si no les gustan, tengo otros”. Y nos preguntamos igual que con la ministra ¿cuál es la moneda de cambio que utilizará Isabel García para recuperar las relaciones con el movimiento feminista? ¿cuál? Las mentes malvadas pensarán que las subvenciones sabiamente distribuidas obran milagros; las románticas pensarán que esta ministra, por lo menos, nos sonreirá y nos recibirá en el Ministerio invitándonos a café; las más pragmáticas dirán: “Por lo menos la mayoría de los fondos del Pacto de Estado contra la violencia hacia las mujeres irán a parar a los fines con los que fueron creados” (cosa que está por ver).
Algunas, nos inquietamos ¿de verdad las asociaciones feministas se van a contentar con un plato de lentejas, aunque las lentejas lleven mucho chorizo? Pero, además de inquietarnos, afirmamos: Se venderá quien se venda, pero el feminismo seguirá luchando. Eso seguro.