Trump

Santiago Trump frente a Yolanda Harris

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Julio Anguita solía reñir al electorado cuando los resultados no eran los que a él le hubieran gustado. Mala política, porque dar la vara a quien vota solo puede llevar a una mayor desafección hacia el partido que echa la bronca. Por eso, lo que hay que preguntar es ¿por qué el electorado vota lo que vota, y cuáles son las razones que le llevan a actuar así? Aunque ya se ha dicho casi todo sobre las elecciones de Estados Unidos, ofrezco este modesto análisis por si sirve para, en próximas contiendas electorales en nuestro país, tener en cuenta lo ocurrido entre Trump y Harris.

A mi juicio Trump ha ganado porque ha sabido expresar lo que el electorado quería oír. Reducir temas muy complejos proponiendo soluciones simples: expulsión de inmigrantes, bajada de impuestos, patriotismo barato, rechazo al elitismo y el refinamiento representado por Kamala Harris. Trump no se ha representado más que a sí mismo, y se ha mostrado sin disfraz: es zafio, grosero, histriónico, manipulador, mentiroso, sin pudor ni miedo al ridículo. Lo mismo simula una felación con un micrófono que baila sin ton ni son.

Trump da espectáculo que es lo que la gente espera hoy día de un político. ¿Ideas, argumentos, reflexiones, programa? ¿Quién tiene ganas ni tiempo para leerse los programas o pensar la viabilidad de las propuestas? Seguramente la gente no espera que cumpla ninguna de sus promesas. Trump es como un humorista casposo estilo Arévalo o Fernando Esteso: machorros sin ninguna finura ni inteligencia, pero que sabe entretener al personal. La gente no tiene complejo de inferioridad al compararse con él. Y encima es rico y se alía con más ricos (Musk).

Kamala Harris, sin embargo, ha representado un papel, y se le veía la impostura a la legua: refinada, cultivada y defensora de las minorías ni siquiera ha seducido a quienes ha querido representar. Se ha presentado como abanderada de la “diversidad”, y ha apostado por una ideología woke que ya está en horas bajas: en sus redes se define como “she/her” aceptando de esta manera la idea de que cada uno puede elegir sus pronombres o su identidad de género.

Aliada del transactivismo, las identidades y la ideología queer, ni siquiera el haberse identificado como “afroamericana” le ha servido para captar el voto ni de los latinos ni de los negros. Tampoco los apoyos de estrellas de la magnitud de Taylor Swift (joven y blanca) o Beyoncé (supuestamente negra) han surtido demasiado efecto. Las mujeres tampoco la han apoyado en masa, como se esperaba, habiendo aumentado el voto femenino a Trump respecto a las elecciones de 2020. Kamala Harris ha querido abarcar tantas identidades que ha acabado por no retener ninguna.

¿Podríamos extrapolar esta situación a nuestro país en unas hipotéticas elecciones generales?  Salvando las distancias, ¿podría ser factible un tándem Santiago Trump/Yolanda Harris? Abascal es lo más parecido que tenemos en España a Trump (excepto Ayuso y Alvise, pero esos juegan en otras ligas). Y Yolanda Díaz se asemeja un poco a lo que Kamala Harris ha querido representar.

Como todo lo que se origina en Estados Unidos acaba llegando a España (y a Europa) más tarde o más temprano, lo que se autodenomina las izquierdas deberían tomar nota de lo acontecido y empezar a clarificar sus propuestas, sus discursos y sus programas. Entre las cosas que deberían precisar es si siguen emperrados en fomentar las identidades y la diversidad o van a apostar por la redistribución de la riqueza y la justicia social.

Si saben definir lo que es una mujer o van a continuar defendiendo que cada uno es del sexo que quiera ser. Si van a seguir dilapidando los recursos destinados a luchar contra la violencia de género –tan grave– en seminarios sobre las nuevas masculinidades y charlas sobre el colectivo LGTBIQ+. Si van a defender el deporte femenino, la coeducación en las escuelas, o qué piensan hacer con la prostitución y los vientres de alquiler. También es importante que clarifiquen cómo abordar con rigor los flujos migratorios, tema que preocupa a gran parte de la población, más allá de tildar de racista o nazi a todo aquel que exprese su inquietud.

Si no lo hacen podría ocurrir que nos encontremos dentro de poco con un Santiago Trump en la cresta de la ola defendiendo los mismos valores que el electo presidente americano, al que ya ha mostrado su admiración. Le basta con enarbolar las mismas cuatro simplezas con las que ha ganado Trump: contra la inmigración, bajada de impuestos, patrioterismo de chichinabo y contra el delirio trans (y en este último punto hasta tendrá razón). Y como opositora una Yolanda Harris que como siga hablando de la felicidad, el amor y la diversidad le pasará como a su homóloga Kamala, que no se va a comer ni un colín.

Juana Gallego

Profesora universitaria