Ya es un lugar común recurrir a la “división del feminismo” en las manifestaciones del 8 de marzo (Dia internacional de las mujeres) como del 25 de noviembre (Dia internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres). En muchas ciudades se producen marchas o concentraciones separadas. Mucha gente de a pie no lo entiende, porque no sabe exactamente por qué se producen, cosa que contribuye a que aumente la confusión social. Cuando las mujeres se disponen a acudir a la manifestación no tienen ni idea de lo que hay de diferente entre ambas protestas.
Muchas feministas hemos defendido que no hay división alguna en el feminismo, sino que lo que se está produciendo es una instrumentalización por parte de partidos, sindicatos, y grupos de presión que están defendiendo cosas opuestas, si no dañinas, para los intereses de mujeres y niñas. En una palabra, bajo la bandera del feminismo se están haciendo reivindicaciones totalmente contrarias a los derechos de las mujeres, algo que las feministas no podemos aceptar. Veamos por qué nos separamos de unas manifestaciones que defienden más los derechos de los hombres que los de las mujeres.
Las feministas no podemos aceptar que la prostitución sea considerada un trabajo como otro cualquiera, y que haya grupos que creen que esta actividad empodera a las mujeres. Hay datos, estudios, informes y testimonios que revelan hasta qué punto el sistema prostitucional perjudica a las que se ven atrapadas en esa telaraña. Defender la prostitución es defender los derechos de los hombres a acceder al cuerpo de las mujeres a voluntad. Es defender un sistema intrínsecamente injusto que perpetúa una concepción de la sexualidad basada en el deseo masculino, convertido actualmente en un mercado criminal.
Las feministas no podemos aceptar que se potencie un mercado no menos criminal, el de la compra de bebés para satisfacer los deseos de personas adineradas –con frecuencia hombres–, utilizando para ello la capacidad reproductiva de mujeres vulnerables. Es una ignominia la existencia de “granjas de mujeres” que gestan para otros, con la complicidad de los países incluso en los que tal práctica está prohibida, como España.
Las feministas no podemos aceptar que bajo el plural “violencias machistas” se esté desdibujando la violencia concreta, constante y atroz que padecen las mujeres en todo el mundo, y que se quiera equiparar esa violencia, que causa cada año 85.000 feminicidios, con los asesinatos de 300 personas del colectivo trans. Sin menospreciar estas cifras –las feministas no queremos que se asesine a nadie sea cual sea su condición sexual o su autoidentificacion– cada día 140 mujeres y/o niñas son asesinadas por parte de un familiar, es decir, una mujer cada diez minutos. Son datos de la ONU, no míos.
Las feministas no podemos aceptar que el Ministerio de Igualdad esté destinando cada vez más recursos a asuntos que no son de su competencia. Si hace falta financiar actividades LGTBIQ+ o específicamente trans, que creen un departamento específico para ello, pero que no sean sustraídos del Pacto de Estado contra la Violencia de Género, porque esos recortes están impactando en los refugios para mujeres, en las políticas de prevención, en la infrafinanciación de la red de atención a la violencia contra las mujeres, etc.
Las feministas no podemos aceptar que bajo el delirio de la autoidentificación de género se estén desmontando los derechos basados en la existencia del sexo biológico. No podemos aceptar que se esté imponiendo a las mujeres tener que aceptar en sus espacios a varones autoidentificados como mujeres, solo para complacerlos.
Las feministas no podemos aceptar que las mujeres sean obligadas a competir en el deporte con hombres que dicen que se sienten mujeres; o que las reclusas tengan que compartir celdas con transfemeninos acusados de agresiones sexuales; que las niñas se sientan inseguras cuando tienen que compartir las duchas de sus escuelas con chicos, o se tengan que ir a casa a cambiarse cuando tienen la regla porque se sienten incómodas.
Las feministas no podemos aceptar que exista un adoctrinamiento escolar para convencer a las criaturas de que el sexo es un espectro, y que haya desaparecido la coeducación para la igualdad entre niños y niñas y la hayan sustituido por una amalgama de creencias anticientíficas que no tienen ninguna base real.
Por todas estas razones, y por otras muchas que no me caben en este artículo, las feministas nos separamos de esas manifestaciones convocadas por supuestos grupos, partidos, sindicatos o entidades que defienden todo lo que he expuesto anteriormente. Porque eso, llámenlo como quieran, pero no lo llamen feminismo.