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Elon Musk y Donald Trump.
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Trump, Musk, el juez y la energía masculina

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Si han visto el bochornoso espectáculo y el tercer grado al que el juez Carretero ha sometido a Elisa Mouliaá comprenderán por qué las mujeres no denuncian las agresiones sexuales. La Ley del Solo sí es sí –una ley que según Irene Montero era preventiva y no punitivista – dedicaba las primeras 30 páginas a la formación de todos los sectores sociales: judicatura, sanidad, educación, policía etc. Por lo visto, la fase formativa no ha debido llegar al juez Carretero, porque si eso es respetar a la víctima no sé qué se debe entender por trato vejatorio y humillante.

El juez tiene que tratar de saber si la denunciante consintió, que es lo que la Ley Montero puso en el centro, aunque las consecuencias inmediatas de la ley fueron la reducción de condena a 1.233 presos y la excarcelación de 126 hasta finales de 2023. El consentimiento por sí solo no puede ser tomado como instrumento para dilucidar si hubo o no agresión sexual, pues ¿cómo demostrar si hubo delito si solo se contrapone una palabra contra otra? O se cree a la víctima si sostiene que no consintió o no hay forma humana de probar lo contrario. Es lo que tiene cuando las leyes se basan en percepciones subjetivas, que no hay manera de cuestionarlas.

Lo que hemos visto en los últimos días en el comportamiento del juez Carretero, en el de Errejón, el de Musk y el de Trump es un derroche de lo que Zuckerberg definió hace poco como energía masculina, tan mal pertrechada en los últimos tiempos y, por lo visto, tan necesaria de protección. Quienes creemos que no existen energías diferenciadas –porque lo masculino y lo femenino son conceptos creados para jerarquizar los sexos– vemos muy claramente que lo que todos estos hombres –y muchos otros – muestran es su posición de poder y lo que dejan entrever es el miedo a su supuesta pérdida.

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Juez Adolfo Carretero

Dejar de ser los amos del universo debe ser muy duro, y pese a que todavía los hombres ostentan el poder en la mayor parte de los ámbitos sociales –político, económico, cultural, deportivo…–, la simple idea de tener que compartirlo con las mujeres y la posibilidad de perder sus otrora enormes prerrogativas les atormenta.

Según la ONU las mujeres representan el 23,3% en los gabinetes ministeriales de todo el mundo;  solo 27 países están liderados por mujeres, de los 195 que existen, y de seguir a este ritmo la igualdad no se conseguirá hasta que pasen 130 años. Y en el aspecto económico, según el World Economic Forum las mujeres son el 25% en los puestos de decisión, y – ¡gran noticia! – solo faltan 118 años para alcanzar la paridad. Por cierto, la tendencia al alza ha descendido en el 2023. En fin, que los hombres se están poniendo nerviosos anticipando una merma de poder que, hoy por hoy, solo está en su imaginación.

Quienes creemos que existe un solo tipo de energía humana, la energía vital, esa que brota del interior de las personas y las lleva a batallar por la existencia, sobrevivir, sobreponerse a las adversidades, labrarse un futuro, empeñarse en conseguir sus sueños o incluso luchar por un mundo mejor.  Esa energía que se alienta en los niños desde su nacimiento impulsándolos a descubrir el mundo en la misma medida que se cercena en las niñas, ahogándolas con sus vestimentas, coartando su libertad de movimientos, insuflándoles miedo a la vida, reprimiendo su sexualidad e infravalorando su valía.

Esa energía vital es la que todas las personas necesitamos cultivar, sin miedo a ser menos ni más que nadie; sin temor a compartir el mundo con otros y otras que tienen el mismo derecho que nosotros a ocupar su lugar. Es la energía creadora que nos define como humanos la única que merece la pena y tenemos que reivindicar. Todo lo demás no es más que el miedo de los hombres a perder la primacía y el poder que han ostentado desde tiempo inmemorial.

Juana Gallego

Profesora universitaria