La Revista Nature ha publicado un extraordinario estudio arqueológico que revela el descubrimiento del que es el fragmento facial humano más antiguo de Europa Occidental. Pink, como han llamado a este resto óseo encontrado en el yacimiento de la Sima del Elefante (Atapuerca), España, en 2022, representa un hallazgo de extraordinaria importancia para la paleoantropología. Con una antigüedad estimada entre 1,1 y 1,4 millones de años, este fósil no sólo constituye el resto homínido más antiguo, sino que también revoluciona nuestra comprensión sobre las primeras migraciones humanas en el continente europeo durante el Pleistoceno Inferior. Es un hallazgo revolucionario que evidencia el androcentrismo en la divulgación.
A pesar del rigor científico aplicado en el estudio The earliest human face of Western Europe (2025), resulta particularmente llamativo cómo este espécimen, cuyo sexo no ha sido determinado por el equipo de investigadores debido a la escasez de la muestra, ha sido denominado como «el abuelo de Europa». Esta designación masculina, aparentemente inofensiva, refleja un profundo androcentrismo que persiste en la divulgación científica, las redes sociales y algunos medios de prensa.
Rosa Huguet, investigadora principal del estudio, junto con sus colegas, ha sido clara al señalar que no existe evidencia suficiente para determinar el sexo del individuo, es decir, no se ha podido comprobar si se trataba de una hembra o un macho de su especie. Sin embargo, la narrativa mediática ha optado automáticamente por adoptar la figura masculina como representante de este ancestro remoto.
Esta tendencia a masculinizar por defecto los hallazgos paleontológicos no es un caso aislado, sino un patrón recurrente en la divulgación científica. El androcentrismo —esa visión del mundo que sitúa al hombre o lo masculino como medida y referencia universal de todas las cosas, con exclusión de la mujer o lo femenino— sigue arraigado en múltiples disciplinas, incluyendo la arqueología, la paleoantropología y el periodismo.

Cuando designamos como «abuelo» a un espécimen de sexo indeterminado, estamos perpetuando la idea de que la línea evolutiva humana relevante es fundamentalmente la masculina, relegando el papel de las mujeres a un segundo plano en nuestra historia evolutiva. Esta práctica no sólo carece de rigor científico, sino que distorsiona nuestra comprensión del pasado al imponer roles y jerarquías de sexo contemporáneas sobre las evidencias arqueológicas.
El poder del lenguaje en la representación científica
El lenguaje nunca es neutral. Constituye la herramienta fundamental mediante la cual construimos y representamos nuestra realidad. Cuando en paleoantropología —y en la ciencia en general— continuamos utilizando términos masculinos como representación universal de lo humano, perpetuamos un sistema de valores que invisibiliza sistemáticamente a las mujeres. La precisión lingüística no es meramente una cuestión formal, sino un imperativo científico, ético y legal.
Cuando hablamos de homínidos, de mujeres y hombres, de hembras y machos, estamos abordando cuestiones biológicas concretas que requieren evidencia específica. Atribuir características masculinas a un resto homínido sin base científica no sólo compromete el rigor académico, sino que perpetúa la desigualdad estructural que ha marginado históricamente la presencia femenina en todas las esferas del conocimiento, invisibilizándonos y borrando nuestra presencia y contribución a la humanidad.
El compromiso con un lenguaje preciso y no sexista es parte fundamental de la reivindicación feminista por la igualdad, esencial para que la visibilidad de las mujeres en las ciencias, artes y todas las ramas del saber sea, finalmente, una realidad incuestionable; pero también del rigor científico, máxime cuando la masculinización de Pink se ha hecho contradiciendo la cautela adoptada por el equipo científico.

La reivindicación del uso del lenguaje no masculino como norma por defecto —ya sea mediante términos neutros o visibilizando específicamente lo femenino— ha sido una reivindicación del feminismo radical de la década de 1970, aunque sus raíces se pueden trazar mucho antes. Robin Lakoff, en su obra «Language and Woman’s Place» (1973), analizó cómo el lenguaje refleja y refuerza la posición subordinada de las mujeres en la sociedad.
De ahí que no hablamos de un mero detalle semántico, sino de una cuestión fundamental de precisión científica y rigor narrativo que favorece la perpetuación del androcentrismo en las diversas áreas del conocimiento, en detrimento de la visibilidad de las mujeres y relevancia de las mujeres. Cuando hablamos en masculino no estamos hablando de la humanidad, sino de los varones a los que aún se les sigue tomando como modelo y medida de lo humano, incurriéndose en una visión parcial de las cosas.
Hacia una divulgación científica rigurosa y no sexista
El caso de Pink nos invita a reflexionar sobre la necesidad de una divulgación científica más precisa e inclusiva. Un enfoque riguroso podría referirse a Pink simplemente como «el ancestro más antiguo» o «el rostro más antiguo de Europa» –tal y como se tituló el artículo científico– términos neutros que no atribuyen características biológicas no verificadas.
En las ciencias, el lenguaje y el Derecho, el sexo importa, tanto cuando lo conocemos y podemos identificar a una mujer o un hombre, una hembra o un macho, como cuando no lo conocemos. De ahí que, como en el caso se Pink, haya quien ante el desconocimiento, le atribuya su condición de macho y lo llame el «abuelo de Europa». El rigor en la divulgación no sólo mejoraría su calidad, sino que también contribuiría a una visión más equilibrada y completa de nuestra historia evolutiva.
La ciencia avanza no sólo mediante nuevos y extraordinarios hallazgos como el de Pink, sino también a través de narrativas más precisas y libres de sesgos machistas que parten de la superioridad masculina, tomando per se al varón como referencia de lo humano.
Sin duda, urge implementar el uso del lenguaje no sexista en los medios y la divulgación, tal y como exige el artículo 14.11 de la Ley Orgánica 3/2007 para la Igualdad efectiva de mujeres y hombres, que establece como criterio general de actuación de los poderes públicos «la implantación de un lenguaje no sexista en el ámbito administrativo y su fomento en la totalidad de las relaciones sociales, culturales y artísticas«; y como se promueve en los códigos deontológicos, de buenas prácticas y de autorregulación para una comunicación no sexista.