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Cuarenta y cinco años son muchas vidas en Antonio Lobo Antunes

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Recuerdo a menudo a Lobo Antunes. Hay un hilo invisible que me conecta a este hombre. No sabría decir qué es. Sí que sé cuándo me di cuenta de la existencia de ese vínculo, cuándo me identifiqué con él. Acudí a un encuentro con el escritor portugués, en el Círculo de Lectores, en la madrileña calle O’Donnell. Fui por su nombre sonoro y sus columnas en un dominical y algo que me llamaba hacía él, algo de sordo, ciego reconocimiento. Esta semana Los trazos de la lectura pone el ojo en el autor de Memoria de elefante.

Fue un monólogo en el que Antonio Lobo Antunes habló sin prepararlo, sobre lo que le nacía, espontáneamente, ante un grupo de periodistas españoles. Tan parecido a cualquier otro grupo de periodistas, estábamos ávidos de novedades de alguien que escribe con su maestría. Fue un momento estelar, como mirar por el ojo de una cerradura y ver los meandros de su mente. Su editor en España reconoció, cuando él se ausentó un momento, que aquello era magia pura que no solía ocurrir.

Habló Antunes acerca de por qué escribía. Dio la respuesta más tierna y hermosa que he escuchado para explicar la profesión de escritor. Contaba que en sus prácticas de Medicina, cuando era residente camino de especializarse en Psiquiatría, murió un niño. De la morgue llegó alguien a buscar el cuerpo y vino una sola persona, habitualmente venían dos para transportar la camilla. En este caso, era tan pequeño, que se lo llevó un celador en los brazos, cubierto por una sábana. De la mortaja escapó un piececito. A ese pie, a ese niño escribe toda su obra Lobo Antunes.

Escribir para comprender

Creó en mí una imagen indeleble (me acompaña hace dos décadas) y un tejió un hilo, unívoco, que me une a ese escritor, a su sensibilidad, a su forma de deletrear el mundo, las injusticias, la búsqueda de los porqués eternos. En todas sus obras subyace esa humanidad.

Imagino que Antunes intenta con su escritura responder a esas cuestiones universales que nos ayuden a entender, a asumir lo inasumible, como la muerte de un niño, como la vida que siempre acaba mal. ¿A qué otra cosa se puede consagrar una carrera como escritor? Y ya lleva 45 años dedicados a la literatura y de allí han salido muchas vidas contadas, de ficción o no.

Frases como aspirinas para el alma

Antunes tiene para mí un efecto analgésico, leo una frase que me resulta como una aspirina para el alma (“los girasoles son las pestañas de la mañana”). Tienen tanta magia poética que tengo que cerrar el libro y paladearla. Otras tienen una fuerza tal que debo pararme a respirar profundo. Como aquella imagen pintada por Antunes en mi mente del cuerpo diminuto, aún hoy hace que se me llenen los ojos de lágrimas.

Cómo me gustaría un día sentarme a escuchar a Lobo Antunes y contarle cómo su frase me acompaña y retumba en mí. Ese pie de aquel niño es un poco mío, soy un poco de él. ¿Cómo puede ser que alguien te conquiste con una sola frase? Cuando alguien pinta en ti una escena tan poderosa, sabes que una parte de ti se quedará para siempre allí. Amor a primera frase.

Notas al margen de Memoria de elefante

Antunes practica una economía férrea de puntos y aparte, incluso de puntos y seguido, que muestra el torrente imparable y anárquico de la rotundidad de su vida interior. Memoria de elefante ( Editorial Random House) es la primera novela del autor luso, semifinalista sempiterno al Premio Nobel de Literatura. No ha acabado por ganarlo, aún. Antunes no es un escritor fácil, no para el ‘gran público’ (sea lo que sea eso).

«Escribir es una cuestión de trabajo y de humildad”, decía en la promoción de uno de sus libros. Una sencillez que remarcaba al hablar del premio internacional más importante de las letras:  “El nobel es un premio para los lectores. Los premios que me gustaría tener son los que vienen con mucho dinero, esos ya me los han dado”.

Su literatura crea imágenes potentes, personajes esbozados en unas frases que esconden mundos, vidas en profundidad… Sus raíces se internan en los días de una existencia de la que habitualmente solo vemos una mínima Allá abajo hay un entramado que daría para mil libros y Antunes las rescata. La certeza con que Lobo Antunes esboza esas vidas corrientes es un milagro pictórico de letras: “La enfermera jefe /…/ se volvía a poner la dentadura postiza en las encías con la majestad de Napoleón coronándose a sí mismo: las muelas, al entrechocarse, producías ruidos secos de castañuelas de plástico…”

El escritor luso publicó esta primera novela cuando aún ejercía de psiquiatra. Un hombre atormentado por su propia vida y la de sus pacientes es el protagonista, hay autobiografía. El escenario, la planta de Psiquiatría de un hospital lisboeta. De fondo, lo incomprensible entre la cordura y la locura. La última novela Hasta que las piedras se vuelvan más ligeras que el agua –publicada en España hace unos meses, en noviembre de 2023–, recoge la historia de varias generaciones marcadas por el secreto y los silencios. Algo tan habitual.

Crónicas de iniciación a la literatura ‘antuniana’

Para adentrarse en el denso mundo de Antunes es buen camino hacerlo a través de las crónicas. Son artículos periodísticos publicados en medios internacionales que pasan por la vida y reflexiones del lisboeta. Hay frases inspiradoras y potentes, como esta del Segundo libro de crónicas:

“No recuerdo que mi abuelo hiciese otra cosa que levitar. De vez en cuando introducía un cigarrillo en la boquilla y fabricaba nubes con la boca”.

Antunes volvió de la guerra descolonizadora de Angola roto, grietas ya llevaba de la vida misma, de la sensibilidad arraigada y mayúscula que se le adivina. “Pasé 27 meses en la guerra, viviendo y matando, lo único que pensabas es en llegar a mañana. Mi horizonte era mañana”, dijo en una entrevista. “No me gusta hacer historia, ser evidente, yo hago literatura”.

Obligatoriamente, alguien que escribe como él, alguien que repara en los mil dolores pequeños que supone estar vivo. El doctor descreído de Memoria de elefante es así también, superviviente de la fuerza del yo que lo desbarata todo, anega con su desproporcionada la realidad, se lo lleva todo por delante. Después, ya no se puede seguir con una vida lineal.

Él dejó el ejercicio de la Psiquiatría, y como el médico de las páginas que también sueña con escribir, y lo asume como maldición. Antunes se consagró a la literatura y lo ve como un oficio exigente pero quizá menos ingrato que ser psiquiatra.

La Salud Mental es una ciencia imperfecta e inexacta, que tiene aún enfermos sin diagnóstico rubricado por un TAC o una analítica incontestable. Deja marginados en el estigma de nuestra incomprensión. Antunes hace una crítica desesperanzada a la que fue su formación y profesión. Pone sobre sus líneas la idea de si los enfermos no serán los demás, de qué ofrecer cuando no hay nada más que parches químicos para males del del cerebro o del alma. Lucidez, amargura y crudeza en sus obras.

Inma Muro

Periodista especializada en temas de denuncia social. Más venticinco años de trayectoria en medios de información general e investigación. Entre ellos las ediciones digital y en papel de la revista Interviú. Gabinetes de prensa, comunicación institucional y agencias de publicidad.