La mayor parte de la novela policíaca que se escribe hoy, y prácticamente desde siempre, está dedicada a la apología de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Del Estado, puntualizo esta denominación, no de la sociedad, aunque sea la sociedad la que las alimenta y mantiene. Por algo siempre he afirmado que cuando la novela se puso al servicio de la policía, nació la novela policíaca.
En algún momento y a determinada tendencia más realista surgida a finales de los años veinte del siglo pasado en EEUU y tras la II Guerra Mundial, se le pasó a llamar “novela negra”, denominación de origen francés, ya abandonada en la propia Francia y nunca empleada en el mundo anglosajón. Con “novela negra” se quiso hacer referencia a la novela de origen policial pero escorada hacia un realismo crítico social y hacia la denuncia incluso de algunos de los males que el sistema único imperante acarrea: corrupción, estafas, despotismo político/económico, terrorismo de Estado, etc. Y “novela negra” es el nombre que se ha popularizado en España para cualquier novela policial, venga o no a cuento.
Chantaje a una Jueza
La primera novela policial de la conocida periodista Ana Pardo Vera, ‘Chantaje a una Jueza’, no obstante, podría, esta vez sí, adscribirse con justeza al concepto original y clásico de “novela negra”, es decir, al concepto de observación y crítica de una realidad que no por repugnante es menos cotidiana. Para quienes sigan o lean de vez en cuando a esta periodista, encontrarse con ‘Chantaje a una Jueza’ entre las manos y dedicar unas horas a su lectura no les defraudará. El talante inconformista, crítico y desprejuiciado de su hacer profesional tiene su continuación y hasta su digno complemento en estas páginas editadas por Espasa, sello editorial perteneciente al todopoderoso Grupo Planeta..
Ana Pardo Vera nos presenta una jueza (excepcional por estos pagos) empeñada en llevar ante los tribunales a los hacedores y beneficiarios de una enrevesada y profusa trama financiero/mafiosa (dinero negro, paraísos fiscales, cadena de empresas defraudadoras, drogas, tráfico de niñas para puticlubs y proxenetismo incluidos), radicada en Galicia y capitaneada por los habituales dirigentes políticos del partido fácilmente imaginable y apenas encubierto en la novela por unas siglas de ficción ya de por si reveladoras.
La tal jueza aparece muerta. Suicidio según todas las apariencias. Pero todas las apariencias no son suficientes. Una empeñada periodista, un empeñado abogado y un no menos empeñado guardia civil que colaboraron con la jueza tienen algo más que sus dudas. El lector adivinará de inmediato, va en el canon del género, que la señora jueza ha sido asesinada.
Así, la historia, tan auténtica de fondo y forma como cotidiana en nuestro país, comienza a desarrollarse y el lector, cabalgando ese tigre llamado novela negra (cuando tigre es como en este caso) ya no parará hasta el final sorprendente y triste al mismo tiempo y, desde luego, tan real y canalla como la vida misma, como este país y como cualquier otro.