Sorprender al público es lo que buscan la mayoría de espectáculos. Si partimos de esto, la obra La Señora, que protagoniza Bibiana Fernández, en el madrileño teatro Pavón (hasta el 4 de agosto), lo consigue con creces. Nadie que la haya visto, creo, que lo ponga en duda. Esta semana, analizamos los trazos de la lectura entre líneas de una obra de teatro que da que hablar.
La interpretación de los tres actores (a Bibiana Fernández la acompañan Xoán Fórneas y César Vicente) es muy notable. Con una escenografía más bien elemental, que hacen crecer con una hábil iluminación, los actores consiguen comerse el escenario por momentos con una fuerza que no es sobreactuación. Los tres logran alejar al espectador de esa incomodidad que supone asistir a una mala interpretación, a ese moverse en la butaca como si hubiera chinchetas por una cierta vergüenza ajena. Estos tres actores lo hacen muy bien.
La Señora es una obra compleja. La versión de Pablo Quijano del clásico Las criadas, de Jean Genet, transita por temáticas como la censura, la fama, la política, la dictadura, el ego, el arte y hasta los gobiernos de coalición. En un totum revolutum, a veces, desde el asiento se tiene cierta perplejidad.
Hay referencias, nada veladas, a como el régimen franquista explotó la imagen de una niña que cantaba y actuaba y luego esa mujer se afilió al PCE y renegó de la fama. El papel de Bibiana Fernández es una versión de la biografía de esa actriz y de sus propias vivencias como ‘actriz del destape en una Transición que tenía que rasgarse tantas vestiduras. Ahí, se siente un poco de pudor por inmiscuirse, aunque sea con tono crítico, en la vida de alguien que quiere, decide férreamente vivir fuera de los focos.
Otra perplejidad, es cuando se hacen referencias a la política actual, con libre interpretación que para eso está el arte, para deambular entre realidad y ficción y hacer su propia visión. La figura de un presidente que sobre el escenario muestra sus filias, el tráfico de influencias… y, en un momento dado, suena la canción de Rafaella Carrá que le llama por su nombre. Ahí un espectador no pudo reprimir una exclamación de asombro.
Cuando Bibiana Fernández, con un vestido brillante de lamé o con lentejuelas, que realzaba su estilizada figura, canta la canción que simbolizó la protesta contra el franquismo Al vent, de Raimon, ya reconozco cierto estupor. Se estaba hablando de censura a la obra que se pretendía estrenar porque un empresario catalán ha mostrado su disconformidad a las alusiones a la burguesía esclavista y a su familia. Hay que leer entre líneas para entender muchas cosas, de la vida, del teatro, la literatura… y, a veces, eso es mejor que dejarlo todo demasiado patente. En ocasiones, la sobreexposición, hace que la imagen, como en los laboratorios fotográficos analógicos, se vele y no se rebele.