Vivimos en la era de la mentira. Ahora que la información tiene más capacidad que nunca de llegar a todos y todas, nos tragamos las mentiras de quienes, con intereses propios, o en nombre de una causa que es, sobre todo la suya, despliegan odio y dividen a las sociedades. La polarización es más evidente que nunca y la manipulación campa a sus anchas porque ha encontrado aliados en los que, a golpe de titular, y con los caracteres limitados, se ha perdido el interés por la verdad. Los valores de la humanidad están en crisis y la triste realidad se sostiene por colores, sin permiso de la propia, ni consideración al arte, el humanismo o la música, relegada a un segundo plano camino al desinterés. Si quieren un análisis optimista, esta no es su lectura.
El otro día fui a un concierto. No soy defensora ni detractora del régimen cubano, no tengo opinión clara sobre la política cubana porque mi conocimiento sobre el país es limitado, y conozco varios puntos de vista muy diferentes. Siempre defiendo la libertad, y creo que las sociedades no pueden vivir ante el cobijo de paternalismos que nunca las deja crecer, también sé que un bloqueo asfixia y hace imposible desarrollarse en tales circunstancias… pero más allá de todo esto, creo en la verdad y en que no me tomen por idiota. Vaya por delante esta declaración.
Al ritmo de la trova cubana
El grupo se llama Buena Fe, un grupo musical originario de la provincia de Guantánamo, en Cuba, surgido en 1999. Liderado por un tal Israel Rojas, compositor de todas las canciones y voz principal, toca junto a Yoel Martínez, guitarra acústica y segunda voz. En el escenario había dos personas más: uno al teclado y otro con la caja. Oírles genera reminiscencias al sonido de la buena trova cubana, el ritmo caribeño en esencia, con letras orquestadas sobre una prosa interesante, tan lejanas de lo comercial que hasta te hace reconciliarte con la industria.
Es fácil que se te vayan los pies y quieras bailar, y también que te surja una sonrisa, cuando, por ejemplo, con naturalidad y algo de gracia, cantan al son de los compases la reacción de una pareja cuando uno de sus hijos entra en la habitación mientras ellos desatan la pasión, y evidentemente se corta la fiesta y aparece un “hipopótamo” en escena… En definitiva, un concierto para echar un buen rato con amigos, en la siempre exquisita sala Galileo, sin otra aspiración que pasar el rato.
Música, mojitos… y abucheos
La entrada llegó a mí por una serie de casualidades. También los primeros mojitos. La noche se terciaba divertida y, de pronto, a la tercera o cuarta canción, comenzaron a escucharse unos abucheos al fondo y unos cánticos reivindicando Cuba libre y emitiendo insultos que yo, ajena a las simpatías de unos u otros, no terminaba de entender.
Rápidamente –la sala es pequeña— los gritos encontraron rostro: el de unos señores al fondo de la sala, dispuestos a reventar un concierto que, hasta el momento, no había tenido nada más que música. Ni una reivindicación, ni un argumento político, ni un símbolo disfrazado que ocultara propaganda. Solo cuatro personas en un escenario, haciendo música e invitando a bailar a quienes les escuchaban.
Automáticamente, la actuación se paró. El cantante, sereno y sentado en su taburete, pidió respeto, paz y calma, sobre todo, calma. Los organizadores intervinieron y echaron a los alborotadores en una situación aparentemente controlada, mientras la sala recriminaba la situación, pedían que los sacaran y gritaba “música”, “música”. Fin del espectáculo. O mejor, vuelta a él, al de verdad. Siguió la música y el buen rollo. Ni un altercado más, ni tampoco una reivindicación política.
El cantante, sin etiquetar ni señalar culpables, pidió que nada estropeara el momento. Reiteró que lo importante era la música y el arte, y que allí eran bienvenidas todas las ideologías, porque la música no entiende de política, sino de conquistar almas.
Linchamiento en redes
Al día siguiente, Twitter mostraba un sinfín de mensajes sobre el “linchamiento” a “un pobre hombre” por pensar diferente. Días antes, por lo que se ve, ya se había anunciado un boicot al espectáculo. Ahora eran las fotos de uno de los alborotadores, con un labio partido, las que estaban en el ciberespacio, con mensajes sorprendentes para quienes vimos lo sucedido: contó que le habían golpeado, que lo echaron a patadas, que la policía española es cómplice del régimen castrista…
El mensaje del miedo inundó las redes y se fue multiplicando de forma asombrosa: “si esto pasa en un país democrático, qué pasará en la isla…”, “lo que quieren es matarnos, y se les deja impunes…”. Odio. Mensajes de odio soportados en y por la mentira, al menos en esta ocasión.
Sólo aclarar, por si quedan dudas, que claro que estamos en un país democrático. Por eso, el derecho de admisión sirve para que, si 200 personas quieren disfrutar de un rato pacífico disfrutando de la música y el buen rollo, nadie lo estropeé. Todo lo demás, son pamplinas.
Gente dispuesta a reventar situaciones para jugar a dar pena y culpabilizar al contrario de lo que no ha sucedido. Sin embargo, la manipulación de la escena me hizo pensar sobre en quién puedo creer en este mundo de redes sociales efímeras, que, sin embargo, inundan las memorias a corto plazo de la gente, sin fronteras ni contrastes… y el miedo invadió mi cuerpo, consciente de que esta vez el destino me hizo ser testigo, pero seguramente sean muchas las veces que pasen cosas que leo, que me creo, que me indignan… y que simplemente son mentira. Me importa poco el color de quien las suelte.
Vulnerabilidad y miedo
La sensación de vulnerabilidad generada por este episodio, casi anecdótico, me invita a reflexionar sobre la desinformación, las fake news y, sobre todo, la falta de pudor de quienes, sea cual sea el interés, manipulan las noticias para que nos creamos que el enemigo siempre está cerca, que tenemos que estar precavidos, y que la mejor forma de hacerle frente es no dando cancha al contrario… y, si podemos darle un porrazo, pues se lo habrá ganado, seguro.
La historia ha estado repleta de momentos así, donde las grandes guerras han venido sostenidas por intereses de terceros, que poco arriesgaban su vida, pero ponían sobre la mesa la del resto, sin conciencia ni estupor. Pero hoy, debería ser diferente, porque la información fluye, porque la transparencia es más fácil que nunca, porque las guerras, deberían ser algo del pasado. Sin embargo, no somos una sociedad mejor, ni somos una sociedad más avanzada, aunque nos guste creérnoslo.
Tampoco somos una sociedad informada. Ni siquiera nos comunicamos más entre nosotros, porque los filtros y las pantallas, se han cargado la interacción y el cara a cara. Y ojo, que no demonizo a la herramienta, sino nuestra pésima forma de usarla. Lo que sí somos es una sociedad manipulada y, o empezamos a exigir la verdad, o pronto no podremos distinguirla entre la mentira.
Buena Fe no pudo tocar ni en Salamanca ni en Zamora. Dicen que hubo presiones y amenazas a los dueños de las salas donde iban a tocar. Ellos alegan que son “cosas de la gira” y que sienten las molestias de quienes no pudieron bailar al son de su ritmo.
Invito a reflexionar sobre ello. Y también a escuchar a Buena Fe, que sigue su gira. A mí me ha gustado el grupo, incluso lo tendré en cuenta para mi playlist.