En plena pandemia, cuando en cuestión de horas nos encerraron en casa y la mayor parte de negocios se vieron sin ingresos por falta de clientes y de suministros, surgió en España una idea bastante lamentable discutible, vendida como solución filosofal: los créditos ICO urgentes.
Ahora, se ha sabido que muchos bancos usaron los créditos ICO urgentes para traspasar sus créditos dudosos al estado. ¿Culpa de la banca? No, culpa de nuestros desesperantes reguladores. De España y de Frankfurt. Son ellos y no otros los que están destrozando la economía. Y, cuidado, que va a haber problemas con la asunción de los riesgos.
El momento era de emergencia total. A la gente le llegaban por mail los despidos o, en el mejor de los casos, la inclusión en ERTES. Las ventas caían a cero en una enorme cantidad de negocios y, peor aún, los pagos no se realizaban. Las empresas incurrían en una tensión de tesorería acuciante.
¿Era más deuda, aunque fueran créditos más o menos blandos lo que necesitaban? No: era liquidez. Ingresos. Lanzar una línea de crédito por encima del 2% era más de lo mismo: un chute de droga al toxicómano. De momento lo calmas, pero cuando se le pasa, está peor. Esa ha sido, sin embargo, la política monetaria empleada en todo el mundo desde la crisis de Lehman Brothers.
Sería interesantísimo saber cuánta gente solicitó esas (presuntas) ayudas a sabiendas de que era prácticamente imposible que las devolvieran. Los bancos, a su vez, las emplearon para dárselas a clientes VIP (Real Madrid o Barcelona, entre ellos) o para traspasar los dudosos. De esta manera, le pasaban el 80% del riesgo al propio ICO. La idea original de esos créditos parecía consistir en “dádselos pronto a las empresas que necesiten liquidez que no pasa nada. Si fallan, nos hacemos cargo hasta del 80%”.
No se escucharon otras medidas más adecuadas, No se lanzó a los cuatro vientos la opción de adelantar pagos con contratos firmados. Un mega factoring, para que al menos las compañías pudieran cobrar lo ya vendido. Nada de ayudas al pago de la renta inmobiliaria, que por ahí hubo mucho lío. O, ya puestos, ayudas directas a quien las necesitara. El resultado no habría sido peor.
Cada vez que las autoridades económicas salen con soluciones geniales, se monta el lío. Cuando el Banco Central Europeo (BCE) lanzó las mega inyecciones de liquidez (Long Term Refinancing Operations, LTRO por sus siglas en inglés, mediante la que se daba dinero de manera ilimitada a la banca al 0% para que lo inyectaran en la economía, acelerando el crédito), ¿qué se hizo desde el Banco de España? Se animó a los bancos a que pidieran “todo lo que quisieran y más”. Cosa que hicieron.
El BCE sabía que parte se iba a usar para comprar deuda pública y así se ayudaba a los estados miembros. Es lo que se llama “monetización de deuda”, que no es otra cosa que pagar las facturas de los estados con dinero fabricado. Así se ha sostenido la sanidad y las pensiones estos años.
Lo que no imaginaba es que iban a dedicar absolutamente todo ese dinero. En plena crisis soberana, con la banca a punto de quebrar por la mora hipotecaria y el desplome de los mercados, la posibilidad de que les regalasen dinero para comprar deuda era casi la única opción de ganar dinero que tenían los bancos.
Cualquier entidad podía pedir 50.000 millones de euros, comprar deuda a 12 meses al 3% y, cuando vencía, devolvían los 50.000 millones, quedándose íntegros los 1.500 millones que rendía ese 3%. ¿Cuánto llegaba a la economía, vía crédito? Cero. Por supuesto, toda esa operativa de compras desaforadas de deuda, fue la que rebajó la rentabilidad en picado de la deuda, llevando los tipos al cero.
La banca española fue la que más dinero pidió al BCE para LTRO de toda Europa. A pesar de que eran las mayores inyecciones de dinero jamás vistas, a la economía real no le llegó nada.
Pero aún más importante: esas inyecciones son los causantes de la brutal inflación que sufrimos, a pesar de que el BCE ha tenido la delirante (por no decir irritante) genialidad de culpar a los beneficios empresariales, argumento que ha tomado Yolanda Díaz al vuelo. Una mentira histórica, por mucho BCE que sea, que sirve de coartada para apretar a la sociedad con subidas de tipo que sólo coartan el crecimiento y pueden traer mora hipotecaria, con todo lo que supone eso.
La banca, mientras, sigue frita a obligaciones por parte del BCE. Cada crédito que dan les obliga a provisionar capital, como habría ocurrido con el LTRO. ¿Qué hacen? Intentar sacarse riesgo de encima. Búsquese el problema que se busque: es imposible no acabar en el BCE.
Ahora, por cierto, está por ver quién corre con los riesgos de los créditos ICO. Hay bronca entre los bancos y el propio instituto, que insta a las entidades financieras a que ejecuten ellos al impagado y si no, comuniquen al ICO. Los bancos dicen que de eso nada: si dieron los créditos era por insistencia oficial, así que el riesgo, para el instituto oficial. A ver cómo acaba eso y parece ser que habrá pelea judicial por el modo en que se han distribuido esos créditos.
El problema, al final, es el de siempre: cuando surge una crisis, nuestras autoridades económicas y financieras, cómodamente instaladas en Bruselas, Cibeles o el Paseo de la Castellana, deciden soluciones vistosas, rimbombantes, pero que no solucionan en absoluto la vida del comerciante de un barrio de cualquier ciudad española. Al revés: se la complican más.