Hay un ejercicio apasionante (por decir algo), consistente en mirar en Google el gráfico bursátil de los principales bancos. Todos muestran un patrón común: a primeros de marzo sufren un pico de caída, coincidente con la entrada en vigor del impuesto a la banca y las primeras cuantificaciones del impacto en sus cuentas por parte de las entidades. El resultado fue un castigo sin piedad por parte de los inversores. Hasta la fecha, iban como un tiro.
La broma llegó por la eterna cantinela de los “beneficios caídos del cielo” de la banca, debidos a la subida de tipos de interés. Una falacia como una casa, ya que las entidades financieras llevaban agonizando una década, en medio de una oleada de exigencias regulatorias que se ha traducido en un proceso de fusiones que ha vuelto loco al cliente y ha dejado un mercado con muy poca competencia, así como en unos requerimientos de capital que han dejado exangües a las firmas que quedaban.
Cuando por fin el dinero vale algo de nuevo y el negocio operativo de toda la vida (tomar y prestar dinero) vuelve a dejar margen, aparece el Gobierno a apretarles por sorpresa. Una decisión totalmente unilateral y que implica una doble tributación. Recordemos que la banca tiene un tipo sobre sociedades superior al habitual (30% vs. 25% ordinario), porque en su día las entidades financieras también computaban sus créditos fiscales a ese tipo (para el común de los mortales: lo que se desgravaban por un lado, lo pagaban por otro). Les paso el cálculo por encima, tomados a 22 de junio. El margen de error es escaso:
- Bankinter: tras los máximos de marzo, cae de 6,87€ a los 5,65€ actuales. Un 17,7%. Unos 1.100 millones de pérdida de valor bursátil.
- Sabadell: de 1,31€ a 1,02€. Un 22%. 1.400 millones.
- CaixaBank: de 4,11€ a 3,71€. Casi un 10%. 3.000 millones.
- Santander: de 3,82€ a 3,16€. Casi un 18%. Cerca de 11.000 millones.
- BBVA: de 7,32€ a 6,73€. Un 8%. Más de 3.500 millones.
En total, más de 20.000 millones de euros, que se dice pronto, cuando la tendencia previa de los bancos cotizados era claramente alcista, recuperándose en parte del castigo de un par de lustros marcados por la reestructuración del sector, los tipos negativos y el Covid, que era lo que les faltaba.
Viento de cola para la banca
Cuando, después de las fusiones, cierres de oficinas, despidos de plantilla, etcétera, llega algo de viento de cola para las entidades financieras, esta decisión arbitraria les mete 20.000 millones de valoración, imputables directamente a los accionistas, es decir, cientos de miles de minoritarios, que tienen acciones de manera directa, a la vez que millones de particulares de todo el mundo, presentes a través de los fondos de inversión y de pensiones.
Lo que le faltaba, también, a nuestra depauperada Bolsa, que mueve unos volúmenes de negocio cada día más flojos y parece incapaz de asumir nuevas colocaciones de gran tamaño, con lo bien que vendrían a la economía.
Es inevitable pensar, de nuevo, en el flojo papel de la sociedad civil. El Gobierno pretendía recaudar con este impuesto inventado unos 1.500 millones de euros, pero ¿puede hacerlo desde la arbitrariedad y a costa de causar 20.000 millones de destrucción de valor? ¿No sería un rasgo de sociedad avanzada impedir a nuestros administradores que hagan este tipo de actuaciones o, al menos, exigirles responsabilidades?
«No me digas que no hay dinero para hacer política»
Estoy convencido de que los políticos que deciden estos golpes de efecto tan populistas no efectúan el menor cálculo de las consecuencias y se amparan, básicamente, en que cuando alguien diga que esto hará mucho daño a los bancos y a la Bolsa, un montón de gente dirá “que se jodan”. Aunque luego ellos mismos tengan inversiones, cuentas en dichas entidades (a las que se presiona para que remuneren bien los depósitos y se quejan de las comisiones), hipotecas… A lo mejor tienen acciones de otras empresas, que también se ven afectadas, porque si huye dinero del mercado de valores es malo para todos los valores.
En fin, un desastre, que me trae a la cabeza aquella frase de Zapatero a Pedro Solbes, cuando este último le advirtió de que se había sobrepasado con creces del déficit: “No me digas que no hay dinero para hacer política”, le contestó ZP por todo argumento. Claro que lo hay. En el bolsillo de los bancos y sus accionistas, sin ir más lejos.