El Fondo de Reserva de la Seguridad Social, también conocido como hucha de las pensiones, es una bonita historia, cargada de voluntarismo quizá, pero que reflejaba algunas buenas prácticas realizadas por primera vez en la democracia. Una gran cuenta con mucho dinero, procedente de los excedentes de la Seguridad Social, institución que comenzaba a tener superávit, gracias al crecimiento económico español, que hacía realidad una frase de la que el PP ha presumido poco en su historia: dos de cada tres empleos en Europa se generaban aquí. Entre finales de los 90 y principios de siglo. Un milagro español que en Génova parecen haber olvidado muchos, envueltos hoy en Agenda 2030 e ideología progre. (Un saludo a María Guardiola, last but not least).
Siempre tuve mucha curiosidad por el génesis de la hucha de las pensiones y un día pude sacarme la espina periodística, preguntándole por su origen al mismísimo José María Aznar. La respuesta es, cuando menos, interesante. Merece la pena verla. No es muy larga y está linkada al instante preciso. Expone, aunque sea con dosis de autobombo, el modelo social del país: Sanidad pagada con impuestos y pensiones con la tesorería de la Seguridad Social, que era excedentaria. Qué tiempos aquellos del superávit presupuestario.
«El sistema es bueno, pero si se aporta poco, se recibe poco”
La hucha es una preciosa historia. Hace pocos años, en un viaje que hice por Latinoamérica, aproveché para reunirme con periodistas argentinos, chilenos o mexicanos. Siempre sacaba el tema del Fondo de Reserva, entre otras cosas porque en naciones como Chile, comenzaban los primeros rescates del sistema privado y la gente se encontraba con un doble factor desesperante: el dinero que recuperaban era poco, lo que desató el furor de muchos perceptores y, para más inri, la explicación-perogrullada que recibían, era más irritante: “el sistema es bueno, pero si se aporta poco, se recibe poco”.
Bastante lamentable fue la intervención en televisión de José Piñera, ex ministro de Trabajo y Previsión Social, promotor del modelo, diciendo que el sistema era “un Mercedes Benz, pero al que hay que echarle benzina, sino, no anda”. Paso de poner el link, porque también sale exigiendo respeto a la memoria de Pinochet, lo cuál dice bastante de las élites chilenas.
Pero lo cierto es que, al otro lado del Atlántico, la creación de la hucha de las pensiones levantaba admiración. ¿Era un vehículo para reemplazar a las pensiones públicas? No, era para apoyarlas. “Eso acá sería impensable”. Nosotros lo hicimos. No era un Mercedes gastón, sino una garantía del modelo público, con superávit y, por cierto, eso se daba a la vez que el impulso fiscal a los planes de pensiones privados. Ambas cosas pueden convivir perfectamente, jamás entenderé la tirria izquierdosa a todo lo que huela a privado, ya sea previsión, sanidad o educación.
66.000 millones de euros
El Fondo de Reserva era un proyecto más voluntarista que otra cosa, es cierto. Un plan ¿megalómano?. Súper ambicioso, si su objetivo era ser un colchón permanente para las pensiones. El caso es que en 2008 llegó a tener más de 66.000 millones de euros, con aportaciones de entre 5.000 y casi 10.000 millones anuales (dependía del ejercicio y el superávit), que daban para pagar… menos de seis meses de pensiones.
Las pensiones son el gran gasto del país: 14 pagas de unos 11.000 millones al mes. Por encima de los 150.000 millones cada anualidad. Un dineral. Pero la idea era buenísima, en tanto significaba que se recogían los excedentes y se ponían al servicio de algo bueno. Aunque mejor que un fondo para las pensiones, igual la idea genial habría sido generar un fondo soberano para España.
Puestos a soñar, ¿por qué no un fondo que en unos años más hubiera tenido 200.000 o 300.000 millones de euros, para invertir? Una auténtica corporación financiera española pública. Como tienen Noruega, Suecia o los emiratos. Un vehículo para financiar a España, pero de verdad, no a base de deuda. (Ni de comprar futbolistas a precios estratosféricos).
la eterna batalla de los burócratas
Efectivamente, esto ha sido sólo un sueño. A mediados de la primera década de siglo, la pelea política estaba en el porcentaje de renta variable (acciones) que podría invertir la hucha. Muchos de nuestros politicastros se rasgaban las vestiduras ante esa posibilidad. La eterna batalla de los burócratas.
En cualquier caso, tras el estallido de la crisis de Lehman y la agonía del zapaterismo, llegó el llanto y crujir de dientes: España entró en un callejón del que no ha salido en términos económicos (ya se escuchan cada vez más voces que señalan el terrible estancamiento de PIB per cápita, auténtico medidor de riqueza de un país, que llevamos meses denunciando en este diario) y con Rajoy se dilapidó en un abrir y cerrar de ojos. Al popular, la crisis le superó por todos lados y sólo supo subirnos los impuestos. Cosa que acaba con cualquier posibilidad de crecimiento, con lo que soñar con un superávit presupuestario es ciencia ficción.
No acabar con los planes privados por el artículo 33
Que salga ahora Pedro Sánchez con un gráfico en azul apuntando esos reembolsos de Rajoy, causados por la política económica zapateril, digna de Atila; y en rojo unos que proyectan un crecimiento hasta 140.000 millones en no sé cuántos años, procedentes de unos 5.000 millones que se recaudarán de subir las cotizaciones sociales (medida que se ha inoculado a las empresas y trabajadores en medio del mayor silencio, pese a lo lamentable de la misma), sin que ello signifique eliminar el déficit, es una trampa enorme al solitario. Una tomadura de pelo.
Un fondo de reserva tiene que venir de un excedente. No se ahorra con deuda. ¿Es tan difícil de entender? Meterle la mano en el bolsillo a los ciudadanos no es garantía de nada y menos de las pensiones. Asegurar su sostenibilidad y futuro es complicado. Pero una buena medida sería no acabar con los planes privados por al artículo 33, por ejemplo.