El feminismo está en una situación corrosiva ante el adelanto electoral y el relato de la ola reaccionaria. Ni es deseable un gobierno del PP+Vox, que haría peligrar avances en derechos reproductivos como el aborto o el presupuesto contra la violencia machista; ni el riesgo de un gobierno de derechas puede suponer dar carta blanca a una izquierda que maltrata al feminismo, con agendas posmodernas de regulación y permisividad con la prostitución y la pornografía, y de redefinición del concepto mujer con leyes transgeneristas. Así las cosas, parece que el 23-J el feminismo debe elegir entre susto o muerte.
La convocatoria anticipada de las generales sirve para alejar el foco mediático de los resultados electorales del 28-M y refuerza el marco de la campaña del miedo (que ya le funcionó al PSOE en 2008: si tú te vas, ellos vuelven). Sánchez toma el guante del órdago plebiscitario, la clave en la que el PP había planteado estas pasadas elecciones. La campaña electoral ha pillado al PP haciendo negociaciones de investidura con Vox, y el PSOE puede movilizar y aglutinar al electorado de izquierdas con el argumento del voto útil.
El feminismo es un movimiento progresista que no debe caer en el cinismo del falso “todos son iguales”, que alimenta discursos antipolíticos. Ante el contexto polarizado que simboliza el discurso de la “ola reaccionaria” debemos dar también esta batalla con un relato propio: “sin las mujeres no hay progreso, hay retroceso”.
Ante el plebiscito simplificador del quién (o Sánchez o Feijóo), el feminismo debe centrar el debate del qué. Cómo hacer de las mujeres las protagonistas de la agenda política. Hablar de desigualdad, de explotación y de violencia. Convertir el “feminismo no vota a traidores” en una potencia positiva, con un ejercicio programático que transforme las consignas de la agenda feminista en propuestas políticas concretas.
Es hora de poner encima de la mesa lo que exigimos a cambio de nuestro voto
El feminismo ha entrado en campaña. Desde Sánchez y sus amigos cincuentones incomodados por los avances feministas, hasta las declaraciones de Feijóo intentando desmarcarse de Vox en cuanto a la violencia machista, todos buscan posicionarse en una cuestión que importa y moviliza, como mínimo, a la mitad del electorado. Nos pillan bien armadas de análisis y de programa: es hora de poner encima de la mesa lo que exigimos a cambio de nuestro voto.
Los resultados electorales del pasado 28 de mayo han sido presentados como una “ola reaccionaria”. Ese relato es útil para la derecha, porque les sitúa como caballo ganador, pero también para la izquierda, porque así consigue estimular la movilización de su electorado evitando la autocrítica. Desde ‘Feministes de Catalunya’ pensamos que hablar de “ola reaccionaria” es muy cuestionable, y queremos compartir con el movimiento feminista algunos apuntes que sirvan para la reflexión en un momento tan delicado, antes unas elecciones generales que nos obligan a elegir entre susto o muerte.
En las próximas elecciones generales Vox perderá votos y caerá en escaños
En el bloque de derechas, el aumento de votos de PP y Vox debe ser ponderado por la cuasi desaparición de Ciudadanos. La suma de votos PP+Vox+Ciudadanos aumenta en las municipales unos 900.000 votos (+11%) pero apenas lo hace en las autonómicas (+3.000 votos, un 0,05%). El porcentaje de Vox aumenta respecto a las elecciones municipales y autonómicas de mayo del 2019, pero disminuye respecto a las elecciones generales de noviembre del 2019 (y esto pasa en todas las CCAA donde ha habido elecciones). En la Comunidad de Madrid, cuyas últimas autonómicas se celebraron en 2021, Vox pierde 85.000 votos (-25%) y el bloque PP+Vox+Ciudadanos pierde 195.000 votos. En las próximas elecciones generales Vox perderá votos y caerá en escaños.
La pérdida de votos en el bloque de la izquierda es significativa. El PSOE pierde 400.000 votos en las locales (-6%) y 67.000 en las autonómicas (-2%). Podemos desaparece de los parlamentos de Madrid, Valencia y Canarias, y pierde 470.000 en las locales (-71%) y 400.000 en las autonómicas (-45%). Comuns pierde 60.000 votos (-19%) en las elecciones locales. Compromís pierde 16.000 votos (-4,5%) en las municipales y 95.000 (-21%) en las autonómicas. Más Madrid resiste en las autonómicas pero pierde mucho en las municipales (136.000 votos, -36%). La suma de PSOE + Podemos + otros pierde 1 de cada 10 votantes.
Así pues, si bien es cierto que la derecha ha conseguido movilizar a su electorado, el resultado se explica más por la desmovilización del electorado de izquierda, que se ha quedado en casa.
Los resultados en Cataluña son poco extrapolables y aún siguen condicionados por el post-procés. La participación ha bajado más de 13 puntos respecto a 2019. El independentismo retrocede: ERC pierde 300.000 votos (-36,7%) y la CUP 80.000 (- 20%). Junts gana en Barcelona, aunque no consigue la alcaldía, y en el área metropolitana (excepto Badalona) arrasa el PSC. Cabe mencionar el aumento preocupante de la extrema derecha independentista en municipios como Ripoll y Vic, que también debe tener una lectura en clave feminista sobre la incapacidad de la izquierda posmoderna de enfrentarse a movimientos reaccionarios de origen extranjero, en especial en los derechos de las mujeres.
¿Por qué se han quedado los votantes de izquierda en casa?
La desmovilización de los votantes de izquierda está relacionada con el desgaste del gobierno, que obedece a diferentes motivos, como la difícil gobernabilidad y la situación económica, en una legislatura marcada por la crisis de la COVID-19 y la guerra en Ucrania.
Pero entre los factores de desgaste no es menor la necesidad de atención mediática constante, infantilista, arrogante e histriónica de Podemos, que ha centrado el debate en guerras culturales y ha protagonizado una mala gestión sonada, por ejemplo con la Ley del Sólo Sí Es Sí, que se vendió como la ley estrella del Ministerio de Igualdad y ha tenido consecuencias desastrosas: más de un 25% de los condenados por violencia sexual ven rebajada su condena e incluso ha habido excarcelaciones.
Esto, que es nefasto en sí mismo, da además la sensación de que el gobierno legisla de manera chapucera. En vez de reconocer, asumir y corregir el error (hay un intento fallido del PSOE cuando ya es demasiado tarde), se persiste en una huida hacia adelante, negando la realidad y acusando a las críticas de “punitivistas”, con una actitud déspota que se repite en la aprobación de su otra ley estrella, la Ley Trans, sin debate, negándose a escuchar al movimiento feminista y sin tener en cuenta la experiencia de otros países.
Una parte del descontento del electorado con el gobierno está protagonizado por el movimiento feminista. El Partido Feminista de España (PFE) logra presentarse en Madrid y, aunque sus resultados son modestos, la presencia de candidaturas feministas por primera vez es muy relevante. Hay que tener en cuenta que el PFE no representa a todo el electorado feminista, que también milita en otros partidos. Por otro lado, la campaña de la Confluencia Movimiento Feminista es un acierto: el aumento del voto nulo (+60%) y en blanco (-45%) refleja un malestar que el movimiento feminista consigue dotar de contenido.