Las niñas y mujeres que provenimos de contextos islámicos nos vemos empujadas a combatir contra demasiados frentes como son el patriarcado religioso del islam, el racismo y el machismo propio de Occidente donde muchas hemos nacido o crecido. La lucha para que se nos reconozca como sujetas políticas y de derecho nos conduce al más inimaginable desgaste emocional. Sin embargo, y a pesar del daño que esto conlleva, no podemos desistir. Porque este combate no es solo por nosotras, que también, es sobre todo por las que vendrán.
La violencia que sufrimos empieza a darse desde que nacemos. Desde ese momento la sociedad ya tiene preparado para nosotras un recopilatorio de normas que acatar. Por nacer mujeres. Estas normas se empiezan a poner en práctica desde edades tempranas, cuando automáticamente tenemos que asumir el rol de subordinación, incluso llegando a privarnos de vivir nuestra infancia. ‘’No saltes a la comba ni montes en bici, porque quizás rompas el himen’’ (virginidad). ‘’No juegues como haría cualquiera de tus hermanos varones, y dedícate a acompañar a tu madre o a las mujeres de la familia mientras hacen las labores de casa’’, labores que tú pronto heredarás; cocinar, fregar, barrer.
Propiedad de todos, libertad de ninguna
Según creces tienes que aprender a ser recatada, a velarte cuánto antes, porque así muestras pureza y al mismo tiempo (y más importante), evitas despertar atracción sexual en los hombres. También se nos recuerda que la mayoría de edad es algo inexistente para nosotras, que en un primer lugar somos propiedad de la familia y luego ya del marido, porque tampoco cabe la posibilidad de no contraer matrimonio.
Cuando somos propiedad de la familia depositan en nosotras el honor de esta. De nuestros actos depende el honor familiar, son nuestros actos los que determinarán cuán respetable es nuestra familia. Un honor al que tenemos que rendir pleitesía y que muchas no se atreven a ‘’manchar’’, no solo por las consecuencias que les supone a ellas a nivel individual, sino por los efectos que generará en la madre, que es la figura que la sociedad responsabiliza. Si una hija no mantiene intacto su honor la que tendrá que rendir cuentas también será la madre, el patriarcado bien armado. Hijas que no viven su vida por no causar daño a sus madres, y madres que viven vigilando a sus hijas para no dañar el nombre de la familia. Ambas víctimas de un mismo sistema misógino y bien estructurado.
Tampoco tenemos permitido vivir nuestra sexualidad de manera libre, ni entablar relaciones con personas del mismo sexo o personas ajenas a nuestro contexto. Cuestionar la religión es una línea roja que no se puede atravesar. Quebrantar cualquier de los renglones que se nos adjudican nada más nacer, supone condenarnos al destierro familiar y de la sociedad.
Cuando te atreves a verte como sujeto de derecho y lo exiges como tal en la sociedad, recibes a cambio el repudio por parte de la familia y la comunidad a la que perteneces. Digo ‘’te atreves’’ porque desde que naces te bombardean con obedecer los mandatos, entonces, y como muchas veces pasa, es más fácil la disociación. La violencia que sufrimos es estructural y se da de manera sistemática, para que luego algunos, con el objetivo de deslegitimar nuestra lucha, lo tachen de casos aislados.
Cuando damos el paso de verbalizar y denunciar la violencia que sufrimos aquí en España, nos encontramos con ciertos sectores de la sociedad, e incluso partidos políticos, que instrumentalizan nuestra lucha para fomentar su racismo. Tergiversan nuestras legítimas denuncias para justificar su racismo, un racismo que condenamos. Un racismo con el que tenemos que estar muy alerta para desligarlo totalmente de nuestra lucha.
La manipulación de la geopolítica
Como mujer saharaui también veo la instrumentalización por parte de los colonos marroquíes, que difunden nuestras denuncias para sus fines políticos, como si denunciar la violencia que vivimos las mujeres saharauis fuese motivo para legitimar la ilegal ocupación del Sáhara Occidental. Se les olvida rápidamente que en nuestras denuncias está la represión, las violaciones, las desapariciones y los asesinatos que comete el reino alauita contra la población saharaui, y en particular, contra las mujeres. También los propios saharauis muestran su desacuerdo con nuestra lucha con el objetivo de que no tenga cabida en la sociedad, incluso se ha dado el caso de reunirse imames de mucho prestigio y cargos públicos en un evento bajo el título de ‘’acabemos con la lacra del feminismo que empieza a insertarse en nuestra sociedad’’.
Ya desde que tenemos uso de razón nos repiten la frase de ‘’la mujer saharaui es más libre que el resto de las mujeres de contextos árabes’’, una caduca y falsa comparación que siempre va acompañada de ‘’primero la liberación territorial y ya luego si eso lucháis por los derechos de las mujeres’’ como si ambas luchas no pudieran (y debieran) ir de la mano. Pero esto siempre ha pasado en la historia de todas las mujeres, siempre nos han obligado a dar un paso atrás, sacrificar nuestra libertad porque siempre habrá algo más importante. Pues no, las mujeres ya no estamos dispuestas a ceder más espacios ni derechos. No estamos dispuestas a que sigan violentándonos, bajo ningún pretexto, ni religioso ni político ni social.
Hasta aquí queda claro que, si hablamos y denunciamos las violencias que nos atraviesan, no solo nos condenan, sino que también nos instrumentalizan para otros fines. Unos para fomentar su racismo, otros para perpetuar su ilegal ocupación y otros para anteponer la lucha por la liberación territorial.
Y como mencionaba, estas violencias las sufrimos también aquí, en España. Un país de derechos pero que vemos, como esos derechos, en nuestro caso son constantemente violados. Y nadie hace nada. Muchas veces tenemos la sensación de que, a pesar de nacer o crecer aquí, los derechos humanos de los que alardea Occidente no son extensibles a nosotras. No somos merecedoras de esos derechos que se supone que son universales, pero según para quién. Nos abandonan. No por desconocimiento, sino por falta de interés, y porque prevalece el demostrar una falsa ‘’tolerancia la diversidad culturar’’, incluso cuando se cometen atrocidades en nombre de las culturas y religiones.
El olvido y el abandono por parte de las instituciones nos obliga a nosotras a hacer acompañamientos integrales (sin formación al respecto ni medios). Muchas ya no recurren a las instituciones porque ni siquiera hay protocolos para ofrecerles una alternativa que no sea, resignarse y vivir con la familia, o buscarse la vida desde cero y con el peligro de que den con ellas. Conozco otras que han sido devueltas a su país de origen en el momento en el que su familia huele cualquier ‘’quebrantamiento’’ de las normas. Mujeres a las que se les ha retirado su documentación con el objetivo de evitar su fuga. Mujeres que han acabado casándose con un primo cualquiera y olvidándose de cualquier futuro. Mujeres que han estado viviendo en este país y para las que nadie se ha cuestionado su realidad o su ausencia cuando han sido devueltas a sus países de origen.
Es muy frustrante hacer frente a todo esto desde pequeñas redes que hemos ido creando muchas de las que hemos vivido esto mismo. Ni siquiera tenemos fe en que a nivel institucional se asuma la responsabilidad ética, política y social. Hemos recibido tantos portazos en la cara que sólo nos queda la opción de seguir gritando para que nuestra voz llegue a otras, y encuentren refugio y hogar en nosotras.