Educación no sexista
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La educación no sexista es una exigencia democrática

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El Día Internacional por la Educación no Sexista pone de manifiesto, una vez más, las grandes carencias y retrocesos a los que se enfrenta España en este ámbito. Aunque formalmente se reconoce la importancia de esta educación en las leyes, las políticas públicas han demostrado ser insuficientes y fallidas, reflejándose en un creciente empeoramiento de la protección jurídica de las niñas y jóvenes, de tal manera que no sería exagerado afirmar que tenemos motivos razonables para pensar que nuestros derechos corren grave peligro.

Diversas manifestaciones de sexismo, tanto en su versión del machismo tradicional, como en la variante del transgenerismo queer, evidencian una situación alarmante. Según datos de la FAD, el 49% de los jóvenes en España considera que las desigualdades entre hombres y mujeres son grandes o muy grandes. Y ésta es una tendencia universal que viene de años atrás; tanto es así que, antes de la pandemia, ya se disponía de datos significativos sobre el deterioro de la situación socio-jurídica de las mujeres y la afectación negativa de nuestros derechos, evidenciando la dificultad persistente que tenemos las mujeres y niñas para ser reconocidas plenamente como titulares de derechos humanos.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha resaltado que alrededor del 90% de la población mantiene prejuicios contra las mujeres, un indicativo preocupante del arraigo de actitudes negativas hacia el sexo femenino. Estos prejuicios, fruto de los roles y estereotipos patriarcales, perpetúan la opresión, la violencia y las distintas formas de discriminación que sufrimos las mujeres por el hecho de ser mujeres, y que se expresan mediante diversas y feroces formas de presión social. Por ello, es crucial implementar medidas y políticas públicas eficaces que aseguren una educación igualitaria desde la infancia, libre de sexismo y de los roles y estereotipos que lo fomentan.

‘Zorra’, perreo, ‘servir coño y pec (por el culo)

El sexismo puede ser definido como el trato peyorativo o desfavorable que se le da a una  persona por razón de sexo. Y al ser las mujeres el grupo humano históricamente oprimido y violentado, el sexismo se manifiesta cuando el trato que recibimos es menos favorable o perjudicial que el dado a los varones. El aumento de la violencia contra las niñas y mujeres en sus diferentes manifestaciones, el creciente consumo de pornografía y prostitución por parte de los varones jóvenes, la mayor incidencia de hipersexualización y mercantilización de niñas y adolescentes, el negacionismo de la violencia machista, son sólo algunas de las muestras más representativas del sexismo machista que sigue reforzándose socialmente.

En la cultura juvenil podemos ver claramente el empeoramiento del sexismo en el empleo de expresiones degradantes y deshumanizantes dirigidas hacia las mujeres, como el uso pretendidamente ‘empoderante’ de la palabra ‘zorra’, que es la que suele acompañar a las agresiones y amenazas a las mujeres; la onmipresencia del ‘reguetón’ y del ‘perreo’, como manifestaciones populares de la cultura de violencia verbal, física y simbólica contra las mujeres. Y, aunque parezca insólito, resulta muy ilustrativo que dos de las frases más usadas entre la juventud actual sean “servir coño” y “pec” (por el culo), que se utilizan respectivamente para referirse a la actuación de una mujer supuestamente “empoderada” y para expresar que algo gusta.

La peligrosa y falaz idea de que el sexo puede cambiarse

Lo más grave del sexismo imperante que acecha a las mujeres y niñas es la que encarna el movimiento ultrasexista que ha colonizado el siglo XXI, introduciendo nuevas dinámicas misóginas y violentas: el transgenerismo queer. Este movimiento disruptivo promueve la peligrosa y falaz idea de que el sexo puede cambiarse, según las preferencias y vivencias individuales, basadas en los roles y estereotipos más sexistas.

Lo cual ha llevado a situaciones extremas de sexismo: por un lado, a la disforia de género de inicio rápido, por efecto de contagio social, donde las niñas y jóvenes rechazan su cuerpo sexuado –y, muchas veces, su lesbianismo– sometiéndose a tratamientos hormonales y quirúrgicos experimentales y dañinos, con los que ficcionar su cambio de sexo, por autoidentificación como ‘hombre trans’, o persona queer o no binaria. Y, por otro, a que varones adultos se autoidentifiquen como ‘mujeres trans’ –muchas veces, supuestas lesbianas– usurpando nuestros derechos y espacios físicos y simbólicos, debilitando la protección legal de la categoría jurídica ‘sexo’, que es donde se construyen nuestros derechos.  

La coeducación es una exigencia democrática  

Todos estos son fenómenos que evidencian el incontestable hecho de que en España las políticas de igualdad en materia educativa han sido pobres e ineficaces y urge actuar para resolver estos problemas. En este sentido, la educación no sexista o coeducación, basada en el enfoque de la enseñanza conjunta y libre de roles y estereotipos es esencial para combatirlos.

Esta perspectiva no es nueva, sino que hunde sus raíces históricas en la Institución Libre de Enseñanza, promovida por Francisco Giner de los Ríos en el siglo XIX, quien abogaba por la igualdad jurídica entre mujeres y hombres como base de la regeneración democrática. Giner de los Ríos y otros reformistas educativos, como Christine de Pizan, François Poullain de la Barre, Nicolás de Condorcet, Mary Wollstonecraft, Olympe de Gouges, Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, sostenían que educar a mujeres y hombres en igualdad de condiciones era fundamental para el progreso social de los países.

La coeducación es una exigencia democrática, no sólo porque así los dictan la Constitución y las leyes, sino porque promueve una sociedad más justa, libre, igualitaria y menos propensa a la violencia y la manipulación de la clase dirigente. Sociedades que educan en igualdad tienden a tener mayor bienestar social, seguridad ciudadana, prosperidad y convivencia pacífica. Además, la educación igualitaria fortalece la participación democrática y el progreso económico, cultural y político.

La educación no sexista, o coeducación es una educación feminista

Por ello, es imperativo que en España el Gobierno, las Comunidades Autónomas y los Ministerios de Igualdad, Educación, Infancia y Juventud cumplan con la normativa nacional e internacional que protegen los derechos de las mujeres y niñas, y aseguren a través de políticas públicas eficaces una educación no sexista, desde la infancia, y en todas las etapas educativas. Para lo cual resulta preceptivo la derogación de las leyes trans nacional y de las autonómicas, así como de los protocolos educativos y sanitarios que validan el dogma sexista y falaz de la ‘identidad de género’.  

La educación no sexista, o coeducación es una educación feminista, porque forma a los menores desde la óptica de que las mujeres y los hombres tenemos una misma humanidad y dignidad. Y esto es algo que favorece no sólo a las niñas y mujeres, sino que sus beneficios también se extienden a los niños y hombres; y, lo que es más importante, es un buen indicador de los niveles de salud democrática de un país.

No es casualidad que el aumento del machismo, el antifeminismo y la misoginia actuales coincidan con el grave deterioro de la democracia, cuyas expresiones más elocuentes la hallamos en el creciente auge de las corrientes antidemocráticas y autoritarias de la derecha y la ultraderecha y del hiperneoliberalismo misógino que se ha apoderado de la otrora izquierda. Al final, ¿qué otra cosa es el feminismo, sino el perfeccionamiento de la democracia?

Sandra Moreno

Jurista, doctora en Derecho. Vicepresidenta de Feministas Radicales.
Twitter: @ConSandramoreno