Con motivo del Día Mundial del Ictus, que como cada año se celebra el 29 de octubre, y con el añadido noticioso de que Kiko Rivera, otrora “Paquirrín”, ha sufrido esta dolencia, aunque afortunadamente parece que en grado leve, se vuelve a poner sobre el tapete la trascendencia para la salud pública de una dolencia que supone la segunda causa de muerte en España; que es el principal motivo de discapacidad adquirida en adultos y la segunda causa de demencia; que cada año la sufren entre ciento diez mil y ciento veinte mil personas, de las cuales más o menos la mitad fallecen o continúan sus vidas con secuelas incapacitantes; y que es responsable del 70% de los ingresos neurológicos y de entre el 3% y el 6% del gasto total sanitario.
Por Miguel Ángel Almodóvar, firma invitada
El ictus, voz que viene de la voz latina ictu, golpe, es el accidente que se produce tras la rotura de un vaso sanguíneo, que en brevísimo espacio de tiempo, provoca una interrupción del flujo de sangre hacia el cerebro, lo que ocasiona que el órgano vital deje pronto de recibir oxígeno y nutrientes indispensables para su correcto funcionamiento.
Básicamente, este tipo de accidente cerebrovascular puede ser isquémico, en el 85% de los casos y derivado del bloqueo de un vaso sanguíneo por el efecto de la llegada de un coágulo de sangre unido a la obstrucción de la luz del conducto debida a la acumulación de placas pegajosas en sus paredes; o hemorrágico, que representa el 15% de la casuística, y que acontece cuando un vaso de alguna parte del cerebro se debilita y se rompe o revienta, provocando que la sangre fluya y se derrame por la sesera.
Más allá de circunstancias especiales, como defectos congénitos o la acción indeseada de algunos anticoagulantes, como la warfarina, las principales causas de riesgo en este tipo de grave percance son, por este orden, la tensión arterial muy alta; la persistencia de una frecuencia cardiaca irregular o fibrilación auricular; la diabetes y la obesidad, frecuentemente ligadas entre sí; los antecedentes familiares que pueden resultar hereditarios; los hábitos tóxicos, como tabaquismo, consumo inmoderado de alcohol o de cualquier otro tipo de drogas psicoactivas (entre otras cosas porque todas ellas remiten al primer factor de riesgo, la hipertensión); una dieta muy rica en grasas trans, unida al sedentarismo y la falta de ejercicio físico; el colesterol muy elevado; la mala circulación en las piernas, que causa estrechamiento generalizado de las arterias; el consumo de anticonceptivos unido al tabaquismo; y el aumento de la edad, especialmente a partir de un límite temporal, que mucho depende del uso y disfrute que cada cuál le haya dado a su organismo, en el que el DNI empieza a ser tan importante como el ADN. No obstante, cada caso es un mundo, y, en general, un ictus no está provocado por uno solo de los factores de riesgo enumerados, sino por la concatenación de varios de ellos.
El ictus es como un bombo de lotería en el que entramos todos
Y luego está el nada desdeñable componente del azar. El brillante político y químico orgánico Alfredo Pérez Rubalcaba fue atleta de élite en su adolescencia y siempre llevó una vida que podríamos calificar de saludable y activa. Pues, tras el ictus, murió en un par de días, en mayo de 2019 y a los sesenta y siete años, muy lejos aún de la media de esperanza de vida que en España se sitúa hoy en los ochenta y tres años. En una de sus antípodas, a la actriz y modelo estadounidense Sharon Stone, tras sufrir un ictus en 2001, los especialistas le informaron de que solo tenía un 1% de posibilidades de sobrevivir, y ahí está, tan telenda y presentando por medio mundo su libro de memorias La belleza de vivir dos veces, donde confirma el error de bulto en el diagnóstico.
Resumiendo, que el ictus es como un bombo de lotería en el que entramos todos, pero en el que cuantos más números de prácticas de riesgo juguemos, más posibilidades tendremos de perder en la batalla frente al riesgo de infarto o embolia cerebral. Así que a releer a los sabios de la Grecia antigua y a seguir los consejos que se esculpían en los templos de Apolo, el más amado de los dioses: “Conócete a ti mismo” y “Nada en demasía”. A lo que humildemente añadiría: tras el sueño nocturno o la siesta, jamás te levantes con brusquedad y sin previo remoloneo.