La sonrisa y la mirada de Lucía Serrano tiene la profundidad de quien se sabe libre. Por eso no es de extrañar el éxito de Tu cuerpo es tuyo, un pequeño cuento que narra el gran tabú de los abusos sexuales en la infancia, que ya va por décima edición y es éxito de ventas por todo el mundo. “Tenía conciencia de lo que supone ser víctima de abuso sexual en la infancia. Por eso en cuanto fui madre sentí la urgencia de hacer algo con esa preocupación. Y ojalá el libro que ha surgido de esa necesidad sirviese para prevenir. Ojalá pudiese hasta evitarlo. Pero los agresores son adultos, la gran mayoría del entorno de confianza de la víctima que se valen de engaños para perpetrar el abuso”.
Y aunque esta licenciada en Bellas Artes y afincada en Barcelona crea que todo es poco para acabar con esta violencia sexual, “mi libro poca cosa puede hacer ante esto”, lo cierto es que si lo está logrando. Y es que la magia de prevenir lo antes posible está llegando a miles de niñas y niños así como también a sus familias.
“Si por medio de Tu cuerpo es tuyo (Ediciones Nubeocho) se consigue que haya una niña o niño que no se sienta culpable o en soledad, que tenga en su cabeza las palabras que calmen esa sensación de que ha hecho algo mal. Si un libro puede hacer que la persona adulta que se lo lee a la niña o al niño tome conciencia de lo importante que es estar atenta ante cualquier señal y además creer a las niñas y a los niños que se atrevan a pedir ayuda, sólo con conseguir eso, ya me parecería que ha merecido la pena. Saber que mi cuento se lee me reconcilia con la vida y las respuestas de todas estas familias me da mucho calorcito en el corazón”, cuenta entusiasmada.
La sociedad que silencia los abusos
Esta madrileña- apasionada por la percusión- ha sido capaz de labrarse una carrera brillante y de hacer retumbar con sus libros anteriores el feminismo radical y las verdades como puños que envuelve y por las que lucha. Por ello ha recibido galardones tan importantes como el premio Princesa de Éboli (El día que olvidé cerrar el grifo), el del Fondo de Cultura Económica (Qué niño más lento) o el Fundación Cuatrogatos por El baño de Carlota.
Y por eso, por su firme posición como abolicionista, tiene claro que los abusos sexuales a menores o se nombran y se toman en serio o seguirán siendo niebla y profundo dolor para las víctimas. “Este gran problema no se afronta con la seriedad que merece. Los datos son escalofriantes.
De cada cinco menores, una o uno ha sufrido o sufrirá agresiones sexuales durante su infancia, y si tuviésemos que hacer un perfil del agresor más común, sería un familiar o conocido, hombre.
La hipersexualización de la infancia
A la víctima esta agresión le puede acarrear una carga para toda su vida en muchos sentidos: carga psicológica, para su salud, a nivel laboral y relacional. Lo cual ya es para alarmarse. Pero es que este dato también nos habla de los agresores, por cada víctima, hay un agresor. Y de esto no se habla. Cómo se llega a ser agresor sexual. Porque no estamos hablando de personas que estén fuera del sistema.
Estamos en una sociedad que normaliza la hipersexualización de la infancia. En una sociedad que silencia los abusos. Que revictimiza a las niñas y a los niños que sí consiguen pedir ayuda con procesos judiciales largos y dolorosos. Y que nunca pone el foco en los agresores”.
Por eso Serrano cree que la respuesta a todo esto no puede ser una tirita. “Se tiene que abordar al mismo tiempo todas las dimensiones del problema. Tiene que ser radical. No se puede pedir a las escuelas que hagan prevención y no dotarlas de recursos.
No se puede pretender que las escuelas hagan magia cuando los recursos públicos para la salud mental son del todo insuficientes. Fallan todas las patas de esta mesa. Y mientras tanto, la cifra escalofriante de menores abusadas y abusados sigue aumentando, día tras día”, recalca.
CRÓNICA LIBRE. ¿Qué es lo más grave desde tu punto de vista: la falta de intención política por solucionar estos delitos o la desinformación que hay?
LUCÍA SERRANO. Actualmente es difícil estar desinformada de algo. Pero aún es más difícil si hay interés político por este tema. Así que, si hay desinformación es por dejadez política. Y eso es muy grave. Porque lo que no se nombra y no se tiene en cuenta es que una agresión sexual tiene consecuencias más allá de la niñez.
Ese veinte por ciento de niñas y niños, cuando lleguen a la etapa adulta, si no han podido denunciar, o si al denunciar no se les ha creído y no se les ha socorrido (y estas dos situaciones son las que, por desgracia, más se repiten), serán adultas y adultos con dificultades serias para hacerse cargo de sus vidas en la mayoría de los casos.
Esos abusos pueden desencadenar otros trastornos, adicciones, depresión, síndrome de estrés postraumático, toda una serie de complicaciones a las que cada persona se tendrá que enfrentar en soledad, casi siempre pagando las terapias de su bolsillo.
La sociedad y el estado tienen una deuda con toda esta parte de la ciudadanía por no facilitar la superación del trauma y que haya una parte importante de la población que esté teniendo que luchar sola en su día a día para superar las secuelas de los abusos sexuales en su infancia.
Nunca imaginaste llegar (de momento) a la décima edición y a ser traducida a varios idiomas ¿dónde está la clave de este éxito?
No lo sé. Nunca había tenido esta repercusión con un libro. Tal vez la clave sea la preocupación compartida. La misma preocupación que me impulsó a mí a escribirlo puede ser la que ya sentían muchísimas otras personas. Esa necesidad de verbalizar que no se toca a las niñas y a los niños.
Y de decírselo en voz alta a esas niñas y niños que te rodean para que lo tengan clarísimo. Si hay tantas víctimas adultas que están luchando en su día a día con esto, cómo no estar concienciadas, ellas, sus familiares, sus seres queridos. Es que, si te pones a calcular, somos muchísimas personas.
La duda es por qué, si la preocupación es compartida, no hay un reflejo en las instituciones para dedicar los medios públicos necesarios para luchar contra este problema seriamente. Para acabar con la cultura de la violación, para ayudar a los centros a trabajar con perspectiva coeducativa de verdad, para afrontar el grave problema que está suponiendo el acceso a pornografía de menores y lo que ese acceso está enseñando, que es ni más ni menos que a reproducir la violencia sexual, para agilizar los procesos judiciales. Para no permitir más que en los medios de comunicación, en la ficción, se sigan blanqueando todos estos temas.
Aparte de esto, en el ejercicio de mi profesión, tengo un respeto absoluto por la etapa de cero a seis años. Es una etapa vital importantísima porque se asientan las bases de todo. Y en nuestro país se sigue minusvalorando.
Pese al esfuerzo titánico de todas las profesionales que son en su mayoría mujeres que trabajan con esta franja de edad. Creo que en el lenguaje que utilizo reflejo ese respeto y lo que me importa. Y puede que eso haya ayudado también a que el libro guste.
¿Cómo se guioniza y se ilustra un contenido tan delicado para unas edades tan pequeñas? ¿Es el libro que te gustaría haber leído a ti?
Esta parte fue fácil, porque mis tres peques tenían un año, tres años, y cinco años en el momento de hacer el libro. Así que sólo tuve que imaginar que se lo explicaba con palabras que pudiesen entender y recordar. Y pude contarlo en casa antes de enviarlo a la editorial. Además, tuve la suerte de tener cerca a una profesional, la enfermera de mis peques, que me hizo ver con claridad el libro que tenía que hacer.
Ella nos dio unas pinceladas de prevención para estas edades en una visita rutinaria al centro de salud. Al salir de la consulta pensé: ¡Así tiene que ser! ¡Este es el tono que quiero! ¡Sin metáforas! Quiero decir las cosas tal y como son. Gracias a esta profesional existe este libro.
Por si esto fuera poco, la editorial también le pasó el libro a dos psicólogas que lo mostraron a sus pacientes y estas personas hicieron aportaciones muy valiosas. Y ése último paso ayudo luego a tener la confianza de poder lanzarlo al mundo con más confianza. Porque el tema no era fácil.
¿Los abusadores se aprovechan del tabú que sigue siendo el sexo para cometer sus delitos?
No soy especialista en este tema. No puedo entender los mecanismos de los abusadores, pero sí que creo que actualmente estamos viviendo una mezcla muy rara de tabú con hipersexualización de la sociedad. Por un lado, nos cuesta llamar a los genitales por su nombre cuando se los nombramos por primera vez a nuestras propias hijas e hijos (a mí se me hacía rarísimo al principio decir vulva y pene), pero por otro el bombardeo de imágenes con connotaciones sexuales que consumimos a diario es brutal.
En cada marquesina de autobús, en redes sociales, en cualquier plataforma, todo el tiempo. Y está tan normalizado que cuesta dar un paso atrás y extrañarnos para poder construir una mirada crítica, o al menos reflexionar sobre las consecuencias que tienen según que mensajes en nuestras cabezas. O qué mensajes están recibiendo a diario las niñas y los niños, cómo encajan esos mensajes en su comprensión del mundo y de sí mismas, o si mismos.
Y ese caldo de cultivo no parece ser el idóneo para poder solucionar nada que tenga que ver con los abusos sexuales en la infancia.
Tu acercamiento al tema viene por una persona cercana ¿cómo es ver desde la barrera todo el sufrimiento que implica ser abusada en la infancia?
Se te cae una venda. Porque si cuando no sabes nada de este tema no puedes hacerte a la idea de la repercusión que tiene el abuso en la vida de una persona. Ni hasta qué lugares se extiende la sombra de esa vivencia. Si no lo conoces, la tendencia es pensar que el daño se queda ahí. En la infancia. Como mucho puedes intuir que a lo mejor esa persona puede tener problemas en las relaciones sexuales. Pero nunca imaginas que esa mochila pueda dificultar la vida entera.
Porque no sólo es el abuso. Es la ausencia de socorro. Es el silencio. El sentirse culpable. La disociación. La falta total de comprensión y apoyo. Más todos los trastornos mentales que puedan acompañar al trauma. Todo esto repercute en la vida de la víctima y también en la de su familia.
También eres consciente de algo que no se nombra: La carga económica que soportan estas personas. Porque si quieres estar bien, te lo pagas tú. Y a lo mejor como no estas bien, no te lo vas a poder permitir porque no puedes ni mantener un trabajo. Pero ese es tu problema. Construir tu vida sin herramientas es tu problema. Por suerte existen fundaciones y asociaciones que están realizando una labor increíble en este tema. Pero creo que el Estado no está haciendo su parte.
¿Cuál es la mejor ayuda que se le puede dar a quien ya en la edad adulta carga con el trauma?
Primero, cada cual personalmente, escuchar. Acabar con el silencio y la vergüenza. La vergüenza es ser un agresor sexual. Esas personas son las que tendrían que tener vergüenza de mirarse en un espejo. Las víctimas no. Pero hay muchas víctimas que no pueden o no quieren hablar. Y están en su derecho de no hacerlo. Así que como sociedad tenemos la obligación de no revictimizarlas.
De hacer fácil el acceso a cualquier ayuda que puedan necesitar. Que la información fluya. Que nadie tenga que superar un abuso en soledad. Que todo el mundo sepa qué hacer si es agredida o detecta una agresión a su alrededor. Y que la respuesta de las instituciones sea inmediata y reparadora. Facilitar en lugar de seguir poniendo piedras en el camino. Esa sería la idea.