Mi nombre es Aroa Montoya y soy actriz, modelo, feminista y gitana. Cuando dices que eres feminista y gitana se llevan las manos a la cabeza y es cuando surgen esas preguntas que la mayoría de personas no gitanas tienen: “¿Pero vas a sacarte el pañuelo?” “¿Tus padres qué piensan de ti?” “¿Pero tú estudias y trabajas?” “¿Cómo que no quieres casarte ni tener hijos?” “¿Cómo puede ser que pienses así si eres gitana?”
Bueno pues porque hay más de 650.000 personas romaníes en España y hasta donde yo sé, las tradiciones y valores no vienen incrustadas en el ADN, sino que se van aprendiendo, analizando, cuestionando incluso cambiando según los años, como muchas y muchos hemos llegado a hacer. Pero no se nos permite avanzar.
En mi caso tuve la “suerte” de criarme en una familia tradicional con enseñanzas y valores retrógradas (producto del patriarcado y del sufrimiento/aislamiento de toda una etnia por más de 600 años), lo cual provocó bastantes represalias.
El estereotipo tan irracional que se ha ido creando acerca de nosotras, el racismo tan presente en nuestro día a día, y el que más nos perjudica a la minoría de nosotras, el temor a cambiar “nuestras” tradiciones por si eso conlleva la desaparición de nuestra etnia e historia y justo ahí fue donde surgió en mi el feminismo. Un feminismo creado desde la ignorancia, porque no escuché hablar de ello hasta que cumplí 15 años. Hasta ese momento había sido yo contra el sistema patriarcal de la sociedad en general pero sin saber de dónde venía todo.
Y es que durante toda mi vida he experimentado en mi propia piel la injusticia duplicada: por ser mujer y ser gitana. En clase, en casa, en el trabajo, en la calle e incluso en los supermercados.
Todo empezó en el seno de mi familia. Con 11 años ya me decían cómo iba a ser mi futuro. Iba a casarme con un buen hombre, iba a tener muchos hijos porque dios me había ofrecido estas grandes caderas y por supuesto tenía la responsabilidad de honrar a mi familia. ¿Cómo? ¿Con mi virginidad? Si a ti te dicen esto con 11 años, lo ves lejos. ¡Ya me apañaré! ¿aún queda… no?
El problema viene cuando ya eres toda una mocita y tienes que empezar a andar con cuidado. “¡No montes en bici ni a caballo!” “¡No tengas amigos a ver si te va a ver la gente!” “¡Ven, que te enseño a cocinar, a limpiar, a planchar, a ser una buena mujer de tu casa!”. ¡Ya sabes, la influencia de la historia patriarcal de nuestra humanidad, que ha hecho mucho daño! ¡Juro que yo solo quería jugar y no aprender a freír un huevo!
Cuando nos juntábamos toda la familia solíamos separarnos como antiguamente: hombres por un lado y mujeres por otro. Hubo un momento en el que ya no podía estar al lado de mi abuelo por presión social, porque yo ahí ya no pintaba nada. Así que empecé a irme con las mujeres, así como con las y los más peques. Poco después empezó mi incomodidad. Ya no me gustaba jugar a mamás con mis primas, ni quedarme con los peques en mis brazos hasta que se durmieran. Me harté de que mi valor como persona dependiera de mi virginidad, que como mujer había venido a este
mundo para tener hijos y casarme, de que mi orientación sexual tenía que ser “normal” para encajar en los estándares de la sociedad, de que tenía que tener un trabajo digno y estable dentro del capitalismo (o según los estereotipos trabajando en la venta ambulante), de tener que callarme cuando el listo de turno me decía cuatro “piropos” porque debería agradecerlo, y un gran etcétera.
Básicamente tenía que cumplir con esa utopía de la mujer perfecta dentro de la vida perfecta. Así que me revelé. Me convertí en una gitana “apayada” para mi familia y en una gitana “diferente” para las personas payas. El sentimiento de no pertenecer a nada, me creó alivio y un sentimiento de libertad inigualable. Empecé a ser yo misma sin miedos ni límites y encontré la verdad detrás de la cueva, donde muchos aún están.
Que existe una gran variedad de cuerpos, colores, rasgos, caracteres, pieles, olores, profesiones y amores dentro de nuestra etnia. Solo que estamos invisibilizadas y silenciadas. Obviamente entender esto es un proceso individual y muchas veces con obstáculos en el camino. Sobre todo, cuando todo el mundo te ejerce presión de lo que está bien y lo que está mal. Esta presión ha sido tan extrema que incluso muchas gitanas han terminado creyendo y viviendo como todo el mundo espera que lo hagas.
Tras varias experiencias en mi corta vida y bastantes feos por parte de personas que realmente quería he aprendido a la fuerza que el lugar más seguro es siempre una misma. Que la soledad lejos de ser mala puede convertirse en tu mejor aliada. Que hay que amar desde la libertad, aunque esto realmente nos duela y que si no empiezas a mirar hacia el frente puede que siempre estés andando en círculos sin llegar a tu mejor destino.
Así que, de mí para ti: ¡vuela y no te aferres! ¡No hay mejor sensación como la de la libertad con olor a adrenalina! En resumen: ¡quiero verte brillar, mi amor! ¡Hasta otra vida!