La abolición de la prostitución ha sido uno de los grandes debates de la legislatura. En una entrevista con Crónica Libre, la profesora de Sociología de Género en la Universidad de A Coruña, investigadora y feminista, Rosa Cobo no oculta su desconfianza ante las actuaciones que pueden esperarse de la coalición de izquierda que gobierna el país. “Deben tener mucho miedo al lobby proxeneta, a los efectos sobre el turismo y a sus votantes hombres para no terminar con una actividad que deshumaniza a las mujeres«.
Rosa Cobo Bedía es una de las grandes referentes de la sociología feminista. A su extensa trayectoria como investigadora y profesora titular de Sociología del Género en la Universidad de La Coruña es imprescindible sumar su vasta obra literaria y la cantidad de premios recibidos.
En su último libro, Sociología feminista (Editorial Comares), del que es editora junto a Belén Fernández, reclama el lugar que le corresponde a las sociólogas a las que la historia ha ocultado, repasa las alianzas del feminismo en sus distintas etapas y demanda para esta teoría cierta autonomía política. Su nombre va asociado a la lucha feminista para abolir la prostitución y la necesidad de políticas públicas que consigan cambiar las condiciones de vida de las mujeres.
¿Cómo es posible que formaciones políticas que se consideran de izquierda y feministas defiendan que la prostitución es un trabajo?
Es muy posible que en las filas del feminismo haya mujeres de buena fe que creen que es mejor, para las que se dedican a ello, regular la prostitución porque eso las proporcionaría más derechos laborales que abolirla. Pero, creo, que ese regulacionismo de buena fe es minoritario. En algunos sectores de la nueva izquierda, esta postura no es de buena fe sino un regulacionismo de mala fe.
Esta nueva izquierda tiene muchos problemas pero hay uno que a mí me preocupa sobremanera y es que visibilizan a los individuos, identifican su libertad -su capacidad de agencia, como dicen ellos- y silencian los sistemas de poder en los cuales estamos inscritos. Si silencias el sistema de poder y te quedas con el individuo solo, lo que permanece de las personas es su libertad y su voluntad y ese es el análisis que están haciendo. Es un análisis muy funcional al capitalismo neoliberal.
Pero esta nueva izquierda se llama anticapitalista…
Efectivamente, así se declaran pero comparten con el capitalismo neoliberal el mismo análisis, el deseo de sobredimensionar al individuo e invisibilizar los sistemas de poder que empujan a las personas a tomar decisiones que no quieren tomar.
¿También el Partido Comunista que se ha definido siempre como abolicionista?
El Partido Comunista vivió un gran debate interno que desembocó en una votación por la cual se declaró como un partido abolicionista de la prostitución. Pero, ha establecido una alianza política con Podemos y, en esta última formación, creo que hay una gran parte de personas que considera que la prostitución debe ser regulada. Están haciendo encaje de bolillos para no tener conflictos entre sí, pero creo que el Partido Comunista sigue siendo un partido abolicionista. Habrá que esperar a que se rompa esta alianza.
¿Será posible ver nuevas propuestas desde la izquierda para acabar con la prostitución?
Yo no tengo ninguna confianza en la izquierda en su totalidad. No tengo confianza en la izquierda que está a la izquierda del PSOE. Se está articulando un sistema de alianzas con un grupo de partidos que son claramente regulacionistas y tampoco tengo mucha fe en la izquierda que encarna el partido socialista porque nos prometió unos cambios en el Código Penal para perseguir el proxenetismo, faltan unos pocos meses para las Elecciones Generales y no lo han hecho.
Y sobre este aspecto, yo apunto varias cuestiones: deben de tener mucho miedo al lobby proxeneta que disfruta de mucho poder y una enorme preocupación de que la abolición de la prostitución tenga efectos sobre el turismo y sobre las cuentas nacionales. Creo que están preocupados ante los efectos electorales que puedan derivarse de sus votantes hombres.
¿Cómo se conjuga un discurso abolicionista por parte del Gobierno, con un proyecto de Ley que duerme en un cajón, cuando, al mismo tiempo, se están concediendo subvenciones a asociaciones que trabajan para apoyar la prostitución?
Tenemos que quedarnos con lo que tiene efectos reales. El discurso, si no se concreta en algo material, no sirve de nada. Nos quedamos con el dinero que se está dando, en forma de subvenciones a asociaciones que apoyan la prostitución. El discurso oficial del Gobierno no es, en estos momentos, abolicionista y su intención tampoco es regular la prostitución. Es lo que quiere el lobby proxeneta, la despenalización. Les interesa que este negocio continúe en la alegalidad, sin regulación, para que no se tenga ninguna obligación, por pequeña que esta sea.
¿Qué efectos han tenido, en esta legislatura, la políticas derivadas del Ministerio de Igualdad?
No conozco muy bien todas las políticas que se han hecho pero, parece que lo más emblemático ha sido la Ley Trans y la Ley del sí es sí. Sobre esta última puedo decir que, a mi juicio, tiene unas grandes deficiencias. La primera es que su definición de lo que es la violencia sexual es muy estrecha porque no consideran violencia sexual ni la pornografía mainstream ni la prostitución, por lo tanto, desde este punto de vista, yo estoy en desacuerdo con esta ley.
También estoy en desacuerdo con los efectos derivados de la rebaja de las condenas que ha beneficiado ya a cientos de violadores y pederastas y a otros agresores sexuales los ha puesto en la calle.
¿Cuáles son los grandes retos del feminismo ahora mismo?
La agenda feminista tiene dos grandes ejes, que son los que las mujeres han puesto en pie. Y no me refiero sólo a las feministas sino a todas las mujeres cuando han salido a manifestarse. Por un lado, todo lo que tiene que ver con la violencia sexual – y yo incluiría ahí, por supuesto, la prostitución, la pornografía y los vientres de alquiler- y, por otra parte, hay otro gran eje que se articula en torno a todo lo que tiene que ver con la feminización de la pobreza y con la precarización de las condiciones materiales de vida para las mujeres. A mi juicio, esos son las grandes reivindicaciones feministas que articulan la agenda política feminista.
¿El feminismo está haciendo frente a situaciones sobrevenidas?
Con la Ley Trans, sí. Pero una cosa es lo que articula la agenda feminista y, otra, a lo que está teniendo que hacer frente, o sea lo sobrevenido. Creo que es algo muy evidente que la Ley Trans ha tenido unos efectos clarísimos sobre el movimiento feminista.
El feminismo tiene un planteamiento que es diametralmente opuesto al que tiene la teoría queer que, de alguna manera, es el fondo de la cuestión. Para nosotras, las feministas, el género es una cárcel y para la teoría queer el género es una liberación, cuantos más géneros más liberaciones. Yo creo que este es el elemento de fondo fuerte que nos separa más allá de cuestiones concretas.
¿Cuáles?
Hay sectores que, desde la defensa de la teoría queer, quieren modificar el sujeto político del feminismo que, históricamente, han sido las mujeres. Su propuesta es que el sujeto político del feminismo sean las mujeres y el colectivo LGTB. Este es otro problema enorme, porque las feministas perseguimos nuestra autonomía y esto la rompe completamente.
¿Dónde debería de estar sustentada una buena política pública para las mujeres?
Hay aspectos, como la violencia de género, donde se está actuando para ir tapando huecos. Apoyar a las mujeres que son agredidas es un proyecto, en buena medida, asistencialista. Sin embargo, por ejemplo, una buena política pública de igualdad es aquella que, cuando va dirigida a un grupo de mujeres, cambia las condiciones de vida materiales de ese grupo de mujeres. No hay otra.
¿Podría poner algún ejemplo?
Una buena política pública es la Ley de aborto porque cambia las condiciones en términos de autonomía para las mujeres. Se concibe la maternidad como un proyecto pensado, reflexivo y no como algo a lo que te tienes que someter. Otra buena política pública es la que pone todas las condiciones para reducir la brecha laboral, otra es la coeducación, por ejemplo. Hay muchas buenas políticas públicas pero todas tienen que tener efectos porque, si no, no son buenas. Deben tener efectos que se puedan calibrar, unos serán posibles más pronto, y otros a medio, o largo plazo.
En su último libro aborda la perspectiva histórica del feminismo sociológico ¿Cómo se puede explicar este campo dentro de la disciplina que lo engloba?
La sociología nace casi al mismo tiempo que el feminismo. En el siglo XVIII la sociedad cambia, se deja a un lado la tradición y la religión para dar paso a la razón frente a la superstición. Se crea la sociedad civil que se convertirá en el objeto de estudio de la sociología con la aparición de todos los filósofos ilustrados y, posteriormente, las teorías críticas van ganando.
Dentro de ellas se inscribe la teoría feminista y, como otras, intenta desvelar las relaciones de poder sobre las que se asientan todas las realidades sociales. Esta crítica teórica siempre tiene efectos políticos porque, como decía Celia Amorós en Feminismo, conceptualizar es politizar, «el feminismo sociológico ha creado nuevos marcos para entender realidades que no habían sido identificadas ni conceptualizadas socialmente».
¿Qué realidades ha dejado al descubierto el feminismo?
Aquellas que no se han querido mostrar, los espacios sociales poco iluminados, todas las ramificaciones subterráneas que están vinculadas a la dominación patriarcal. Desde el siglo XIX, el enfoque feminista tiene como objetivo reconocer las lógicas y los actores sociales que subordinan a las mujeres. Sin embargo, y aunque el feminismo se sitúa dentro de las teorías críticas que abordan la desigualdad económica y la estratificación de clases, una gran parte de la sociología se ha mostrado ciega al análisis feminista.
Así, sociólogas que sentaron las bases de la sociología feminista como Marianne Weber, Harriet Martineau o Janes Addams fueron borradas. Todas ellas mostraron una gran preocupación por la desigualdad racial y económica de las mujeres y se definieron como abolicionistas de la prostitución.
Aunque la Teoría Feminista cuenta con grandes referentes en la sociología, la Academia se ha resistido a dar legitimidad a sus propuestas. ¿En qué momento nos encontramos?
Aún estamos en ello. La entrada de la sociología feminista en la Universidad no se produjo hasta después de los años 70 del siglo XX con Kate Miller. La mejor descripción de la posición que ocupan las sociólogas feministas en el campo de la sociología nos la ofrece Patricia Hill Collins cuando nos compara con la empleada doméstica negra en la casa de los blancos, es decir, “una empleada adentro”. El reto es hacer teoría feminista en el interior de la sociología, institucionalizar una mirada propia y redefinir algunos parámetros de las ciencias sociales.
En este libro, distintas autoras incluyen sus aportaciones sobre las metodologías de las investigaciones feministas, la socialización del género, el papel de la familia, la educación, el empleo, los cuidados, la violencia contra las mujeres y las políticas de igualdad. ¿Se han tejido alianzas en algunos de estos campos?
Todos los saberes han puesto objeciones a la sociología feminista porque afecta a los varones y les quita poder. Sin embargo, sí hemos encontrados algunas teorías que nos han ayudado a trazar el camino, otras no. La alianza con el feminismo marxista fue buena, en cambio, la que se realizó con la posmodernidad fue ruinosa y con un parte de la teoría queer también.
Desde esta experiencia, pienso que el feminismo tiene que mantener cierta autonomía política porque ha puesto en pie un marco interpretativo que nadie ha hecho. Tiene que dialogar para tomar lo que le convenga y cada movimiento social debe hacerse cargo de sus propias vindicaciones. Los grupos oprimidos de los que hablaba Marx tienen que poner las condiciones de su propia liberación.