He sido una más entre las cuatro millones de esclavas del Tercer Mundo que han sobrevivido a la trata. Mujeres que debido a una situación de vulnerabilidad y pobreza no hemos llegado a España a través de barcos negreros como antiguamente, pero si, a través de aviones negreros que siguen haciendo el transbordo de miles de féminas y niñas.
Aviones que entran en Europa desde España, una de las principales rutas de tráfico humano del mundo, que es jauja por su debilidad fronteriza y por su respondabilidad al no impedir el tráfico que en su gran mayoría es de mujeres las cuales somos distribuidas por toda Europa.
A lo largo y ancho de este continente los puteros se regocijan con las violaciones de prepago para satisfacer los caprichos más vulgares. Unos “gustos” que no vienen solo de ahora. En toda la Historia no han faltado dirigentes que han alegado aquello de que “hay que sacrificar vidas para mantener la economía de los países”.
Esta triste realidad es la que viven incontables mujeres y niñas. De esta trama mundial en la que se cae prisionera se es consciente demasiado tarde. De repente se encuentran en un país extranjero, sin pasaporte, encerradas en un “club” o en una de esas “casas de chicas” con rejas en las ventanas, sin escapatoria y con una “supuesta” deuda interminable.
En aquellos lugares lo único que se me pasaba por la mente eran dos palabras: “¡trágame tierra!”. Allí he conocido todos y cada uno de los tipos de violencia que puede haber sobre la faz de la tierra: desde la pérdida de identidad -que es lo primero que el sistema proxeneta hace con su mercancia- ya que te quita tu documentación, hasta que te cambien el nombre, corten tus vínculos y te deterioren como ser humano exponiéndote a continuas violaciones que no “servicios”.
Porque de eso va ser prostituida. De ser violada. No tiene nada que ver con una relación sexo-afectiva consentida, deseada pero si obligada. Porque un billete no es una forma de consentimento ni tiene nada que ver con la expresión del deseo. Ser violada por uno, dos, tres puteros a la vez e incluso por más.
No les importa que sientas frío, hambre, que tengas la regla o sueño, que estés enferma o dolorida. Al violador y al proxeneta les da igual. Para ellos ningina de estas razones son suficientes para parar.
Por si todo esto no fuera bastante aparece el “putero salvador”, o lo que es lo mismo, la única oportunidad que una mujer tiene de ser rescatada de esos lugares y que con el tiempo acaba sacando su verdadero yo: el del maltratador.
Así fue como conocí de primera mano la violencia de género. Lidié con costillas rotas, con un codo roto e imputada por haberle mordido el brazo en legítima defensa para que dejara de agredirme y no me matara a golpes. Pero como la Ley no está hecha para las mujeres, y menos para las que son negras migrantes, las autoridades lo manipulan todo para defender al varón caucásico nativo y violento. Hacen de todo. Desde modificar declaraciones de testigos hasta no encontrarlos.
Esto lo hacen, entre otros muchos motivos por la falta de competencia, de empatia, de formacion especializada así como por el machismo que habita en todos ellos.
Desde allí a la violencia institucional solo hubo un paso. Me enviaron a un centro de “protección” donde nos trataban peor que a los perros. Alli no solo viví comentarios ofensivos. También tentativas de suicidio.
Me pasaron tantas, pero tantas cosas, que me vi en la obligación de coger el alta voluntaria e irme de aquella casa de acogida. Lo que voy a decir parecerá absurdo e irracional pero doy fe que con mi maltratador estaba mejor que en aquel centro. Es dificil escucharlo pero más dificil todavía es haber vivido todo aquello.
El centro, que se supone está para protegerte y darte un hogar, por muy temporal que sea, carece de condiciones así como de profesionales competentes que sepan tratar a víctimas de violencia. De hecho aquel lugar cerró por el estado caótico en el que estaba y por otras razones que ocultan para que la sociedad no sepa la verdad. Yo lo hice público y las autoridades miraron a otro lado. No siquiera presentaron cargos. Y luego se cuestionan porqué las mujeres no denunciamos a nuestros maltratadores.
Aún así, como dice el refrán, “lo que no te mata, te fortalece”. Y como casi siempre, por no decir siempre, son las mujeres las que salvan a otras mujeres. Gracias a la sororidad conocí a la que hoy es mi amiga y una de mis compañeras de lucha. La que me enseñó el feminismo.
Con ella fundé la Asociación “Las Independientes” y me volví feminista activista radical. Para luchar por todas aquellas que están pasando por cualquier situación que se les hace cuesta arriba y que no puedan sostener. También para ayudarlas a cobrar de las entidades y autoridades que no hacen su trabajo. No quiero que ninguna mujer o niña tenga que pasar por lo que yo pasé.
Por eso ahora pongo todas mis fuerzas en abolir la prostitución en España así como en combatir la trata de personas -sea cual sea su finalidad- aunque en un 95% de los casos es para nutrir el sistema prostitucional.
Soy una superviviente activista que no se va a rendir ante las dificultades. Soy una superviviente que, hasta que llegue el día en que no haya ninguna esclava sirviendo a los varones, seguirá combatiendo contra ello y contra el racismo hacia las Mujeres negras y las migrantes que son mayoría entre las víctimas. Un problema ante el que el Ministerio de Igualdad cierra los ojos como si fuéramos invisibles.
Y digo esto porque se sienta a escuchar al lobbie proxeneta y al colectivo regulacionista, pero con nosotras, supervivientes de ese sistema y con las asociaciónes feministas y abolicionistas no lo hace. No tiene tiempo.
Y ya es hora de que al menos nos escuchen. Es tiempo de que nos traten con el debido respeto que nos deben como ciudadanas. Nos merecemos que nos tengan en cuenta.