Si seis hombres hubiesen sido asesinados por sus exparejas en 10 días, 28 en seis meses; O si hubiesen sido 28 personas trans, o 28 miembros de la policía, o 28 migrantes, si solo hubiese habido la mitad de los asesinatos de personas de cualquier colectivo no sé si las calles arderían, como en Francia, pero lo que es seguro es que habría gabinete de crisis de urgencia, manifestaciones multitudinarias en las ciudades, manifiestos de intelectuales o de entidades y asociaciones, en fin, una corriente pública de injusta indignación.
Pero sólo eran 28 mujeres, o ni siquiera eso, 28 personas menstruantes, 28 portadoras de cérvix, 28 no-hombres, total un problema menor que lo único que provoca es un tuit más falso que el gato chino que saluda incansable desde cualquier tienda de souvenirs. 28 mujeres que tenían nombre, profesión, ilusiones, proyectos que para esos hombres que las mataron no tenían ningún valor.
El mismo valor que el cansino tuit que el cadáver político de @IreneMontero escribe cada vez: “la responsabilidad de toda la sociedad de estar alerta y poner en ello todos nuestros esfuerzos”; unas palabras que la políticamente moribunda Irene Montero activa como un resorte casi en sueños, cuando su inefable amiga @Pam_Ángela la despierta por las noches: «Oye, Irene, que tenemos dos más”. “Dale tu misma a la tecla, que mis criaturas no me dejan dormir”.
28 mujeres (6 en 10 días) como consecuencia de una violencia que Vox se empeña en negar, como si fuese posible negar que la tierra gira alrededor del sol, que la gravedad atrae los cuerpos o que cuando llueve las calles se mojan.
Una violencia que tiene sus causas en el desigual reparto del poder entre los sexos, en la estructura social que ha otorgado a los hombres la prerrogativa de utilizar la violencia contra las mujeres para mantenerlas bajo control, y que se produce y reproduce mediante los discursos culturales de todo tipo, desde la literatura al cine; desde las series a los cómics, desde los videojuegos a la pornografía; desde la música, a la publicidad.
Una violencia que los jóvenes aprenden de sus mayores y de todos los “aparatos ideológicos” que decía el también asesino Louis Althusser, del que por muy pensador que fuese hay que recordar que también mató a su mujer, Hélène, en 1980.
Los hombres han sido instruidos en el uso de la violencia como mecanismo de control; las mujeres hemos sido adiestradas para soportar, ni siquiera para defendernos de esa violencia que no cesa, que algunos mostrencos se empeñan en negar. No hay más que ver cómo mira una mujer de reojo, cómo aprieta el paso, cómo se cruza de acera si por la noche oye pasos tras ella; no hay más que ver la tranquilidad con la que cualquier hombre camina a cualquier hora, dominando el espacio público porque sabe que le pertenece y que puede hacer el uso que quiera de él, desde orinar en una esquina hasta masturbarse en cualquier rincón.
Se acercan elecciones, sí, y la mayor parte de los partidos dicen que se preocupan por esta violencia: es la hora de las promesas, la carta a los reyes magos, el momento de embaucar a las mujeres diciendo que se harán políticas feministas. Unos prometiendo que atajarán todo tipo de violencia, porque la violencia no tiene género; otros enorgulleciéndose de los miles de millones de euros que han invertido en este tema, aunque aún no sepamos exactamente dónde han ido a parar y otras predicando un “feminismo para el 99%”, un concepto que puso de moda Nancy Fraser, ya desactualizado, pero que Yolanda Díaz y su flamante “asesora” deben pensar que es una idea de lo más transgresor.
Un feminismo que se ocupe de todas las causas menos de la que le corresponde, que es emancipar a las mujeres de esta losa que pesa sobre sus conciencias como la bola gigantesca que perseguía a Indiana Jones.
Hace falta una ley eficaz, unas políticas públicas específicas, una protección de todos aquellos casos en los que se observe que hay violencia, una valoración del riesgo y un seguimiento riguroso de todas las mujeres que denuncian. Y hace falta mucha, mucha educación en igualdad, algo que para todos los partidos actuales del arco parlamentario ha quedado obsoleto, sustituido por el mucho más rentable reclamo de la diversidad.
Pues el 23 de julio nos veremos las caras, señoras y señores candidatos: Ya no nos embaucan con sus promesas ni con su chantaje emocional: el voto de las mujeres hay que ganárselo. Ningún partido está dando respuestas a los problemas de las mujeres. Pero tienen que saber que sin las mujeres no se ganan elecciones. Contra las mujeres no se puede gobernar.