Esta frase es de J., un niño de cinco años, a quien le falta su madre desde el pasado 14 de agosto de 2018. Su progenitor Mustapha B. cuando tenía 39 años le dejó huérfano en aquella fecha. Asestó ocho navajazos en su coche a Leyre González de 21 años, la abandonó ensangrentada a las puertas del centro de salud de Dúrcal (Granada) y salió huyendo. No se pudo hacer nada por salvarla. Hoy Belinda Justo Sanz, la abuela del pequeño quiere hacer un homenaje a su hija narrando el calvario de sobrevivirla así como el abandono y el maltrato institucional que ha sufrido desde entonces. Lo cuenta a corazón abierto, “le escueza a quien le escueza” y lo hace por una sola razón: “porque las mujeres no le importamos a nadie. Da igual que nos maten o nos maltraten”.
Hay llamadas que nunca se esperan. La que recibió hace cuatro años. Belinda Justo Sanz anunciándole el asesinato de su hija Leyre, la dejó estremecida y congelada para siempre. “Vivo desde entonces en una especie de nube. Hay días que soy consciente de todo y otros no. Sobrevivir a esto es un trabajo para toda la vida. Ni con alzhéimer podría olvidar nada de lo sucedido”, explica al teléfono.
Ahora esta pensionista llena de dolor emocional y físico por lo sucedido va tirando como puede. “Tengo muy mala salud. A mis continuos dolores de huesos ahora se suma la diabetes. Por no hablar de mi cara que no ha vuelto a ser la misma desde entonces. Es imposible sonreír como antes”, reconoce. Y es que si por ella fuera no se levantaría. Pero tiene tres razones para hacerlo.
“Lo hago por mi hija que no pudo hacer realidad los sueños que tenía, por mi nieto de cinco años que lo está pasando muy mal y por mi otra hija de 17 años que también cuida de su sobrino y está muy afectada. Cuando sucedió todo intentó quietarse dos veces la vida. Somos una pequeña familia que trata de seguir adelante”, remarca.
Un trío de supervivientes al que el mes de agosto se le hace especialmente más cuesta arriba que el resto del año. “Coincide que es el cumpleaños de mis dos hijas. El asesino supo hacernos daño. Que nos acordemos toda la vida. Premeditó su asesinato para que coincidiera con el cumpleaños de Leyre el 19 de agosto. Además el 24 es el de mi otra hija. Nos marcó para siempre. Tenía que ser yo la que estuviera en la tumba, no mi hija”, repite emocionada.
A esta madre-abuela coraje el agujero negro de la violencia machista le ha hecho comprobar otro vacío tan doloroso como el delito causado en sus vidas por el asesino de su hija: el olvido social e institucional en el que caen las víctimas. “A las instituciones y a la gente se les ha olvidado mi hija. Las únicas que la recordamos somos nosotras y mi nieto.
El resto vive en otros zapatos pero no en los nuestros. Tanto es así que todavía tengo que escuchar comentarios como que no ponga fotos de ella o que no puedo estar siempre así. Y yo respondo ¿y tú quién eres para decirme como debo o no debo estar? También escucho a quién me dice que de haberle pasado a ella se moriría. ¡Ojalá fuese tan fácil decirlo como que eso suceda! ¡No! ¡No nos morimos! Aquí seguimos”.
La herida de la orfandad
Así las cosas el día a día de esta familia pasa por convivir con situaciones tan difíciles como la de la infancia rota. “Mi nieto tiene solo cinco añitos pero toda la conciencia de ser huérfano de violencia machista. Él habla y se reconoce como víctima. Sabe que no somos una familia normal porque nos dice que no hacemos cosas de familias normales”.
Una de ellas no puede ser más brutal. “En el último 25 de noviembre J., por algún trabajo que hiciera en el cole para saber qué significaba esa fecha, me dijo literalmente: yo tenía un papá malo que mató a mi mamá y que eso no se hace abuela. También dijo que no hay que pegar ni matar a las mujeres. Sabe cosas pero no sabe identificarlas. Él bebía los vientos por su padre pero ahora no quiere ni nombrarlo. El niño estaba a mi lado cuando recibí la noticia y desde ese momento lo ha eliminado de su vida”.
Y es que el pequeño vive entre dos sentimientos. “En casa tiene mucha agresividad especialmente con su tía y en el colegio es tierno y pegajoso. No sabe cómo canalizar esta situación. La frustración la paga con el entorno más cercano. Por eso aquí le estamos cuidando mucho, ayudándole. También, como nosotras, recibe atención psicológica de servicios sociales. Vamos poquito a poco”.
El rompimiento de Belinda es enorme pero también reconoce que hay otra mujer que lo debe “estar pasando incluso peor”. La madre del asesino. “Prefiero ser la madre de Leyre a la de Mustapha. A mi hija la recordamos y se la recordará siempre como una buena persona. Ella era muy risueña, el alma de la fiesta. Si te veía agobiada ella me decía: ¡venga mamá vamos a dar una vuelta! No dejaba que nadie estuviera triste. ¡Pero él será recordado como un puto asesino, un maltratador!”, sentencia.
Y es que el victimario “además de causarle una decena de heridas y rajarle la cara a mi hija denigró su memoria diciendo en el juicio que Leyre fue la que cayó sobre el arma homicida cuando uno de los navajazos le partió a mi niña el corazón por la mitad. Por no hablar de la premeditación con la que hizo todo al saber que ya no le quería y no le iba a seguir. Lo planeó todo muy bien. Si no nadie lleva en el coche un cuchillo o le hace dos días antes del asesinato un test de drogas para tener pruebas de que según él había vuelto a consumir. Cuando le detuvieron en la riñonera solo llevaba ese test y el recurso de alzada en el que le deniegan los papeles de extranjería. Mi hija fumaba porros, pero nada más”, recalca.
El otro maltrato: el institucional
Sea como sea Belinda, aun llena de tristeza, tiene claro que no piensa pasar ni una. Por eso quiere narrar en exclusiva para Crónica Libre, la otra historia que envuelve a casos como el suyo. “El de la vergüenza por ese otro maltrato institucional que he tenido que vivir y por el que por desgracia pasan más mujeres”. Un maltrato que conoce bien María Martín Romero, presidenta de la asociación feminista La Volaera.
“Recuerdo la llamada de Belinda el 14 de agosto a las dos de la tarde desde el Ayuntamiento de Dúrcal diciéndome que le habían cerrado las puertas y que la alcaldesa Antonia Fernández García del PSOE no la recibía. Que le habían matado a su hija la noche de antes y en el Ayuntamiento habían hecho un minuto de silencio a las doce de la noche y ni siquiera la habían llamado”, recuerda.
Hasta doce horas después del asesinato de su hija las autoridades no dieron con ella. “Aunque la alcaldesa sabía dónde estaba empadronada y donde encontrarme no supe nada. Fue horrible, me enteré a las once de la mañana. Me llevaron al forense y allí me dijeron que ya la habían identificado con huella y su DNI. El asesino la llevó al centro hospitalario a las 12,10 de la noche pero ya estaba muerta”. Belinda también le comunicó a la presidenta de La Volaera que no la dejaban ver el cadáver de su niña por las fechas en las que sucedió todo. “Como era tal fecha hasta el 16 de agosto no la iba a poder ver. Textualmente me dijo ¿qué quieren María que vea a mi hija verde?”.
Además la alcaldesa quería enterrar a Leyre en Dúrcal. Cosa que no quería su madre. “Ella quería incinerarla y traerla a Granada pero al no tener dinero no era posible así que removí cielo con tierra para que el Ayuntamiento de Granada se hiciera cargo de todo ello. Llamé a Subdelegación de Gobierno y estuve colgada al teléfono durante horas montando un lío enorme para que pudiera ver a su hija de inmediato y no tener que esperar 48 horas y que después tuviera sus cenizas”, añade María Martín Romero.
Por eso el agradecimiento de esta madre a esta feminista será siempre infinito. “Yo no tenía seguro de decesos. No tenía un duro. Si Leyre fue incinerada fue por su ayuda. De haber sido por los demás hubiera acabado en una fosa común por falta de recursos”. A quien también le esta agradecida eternamente es al personal del centro médico de Dúrcal. “En el juicio tuvieron gran sensibilidad y dijeron que hicieron todo lo posible para reanimarla. Por todas las circunstancias se negaban a certificar su muerte. Intentaron mil veces reanimarla pero el cuerpo ya iba frio”, explica.
Pero este episodio no fue el único que Belinda tuvo que vivir. Al día siguiente del asesinato y través del párroco de Dúrcal -que si supo localizarla telefónicamente- se enteró que alguien estaba entrando en la casa de su hija. “Me llamó para preguntarme si había dado permiso a alguien para que entrara en ella. La casa estaba siendo robada por la hermana del asesino. Estaba sacando marihuana (el asesino era un narcotraficante) y otras cosas. Me planté en la puerta para pararla. Tuve que ir después a Armilla con mi hermana a denunciar el robo. Con todo lo sucedido tuve que pasar por eso”.
Lejos de poder tener el más mínimo duelo Belinda tuvo que sacar fuerzas poco tiempo después de donde no las tenía ya que un vecino llamó a servicios sociales para denunciarla por malos tratos a su nieto. “Protección de menores en lugar de comprobar si la denuncia era cierta o no quería quitármelo. Me han machacado por todos los lados. Ahora tengo la guardia y custodia del niño para siempre”. Gracias de nuevo a La Volaera tuvo la ayuda legal para defenderse. “Las trabajadoras sociales la iban a echar del piso en el que ella estaba porque no podía pagar la luz, pasaron hambre. Su caso desde luego es uno de los más graves que he vivido porque en el confluyen todas las violencias machistas posibles habidas y por haber”, resalta María.
Un dineral que no va en provecho de las víctimas
Belinda denuncia otro asunto no menos grave. El del despilfarro del dinero público destinado a la violencia machista. “El tema de protección a huérfanos es pésimo. Hay mucho dinero que va los ayuntamientos pero luego no hay asesoramiento real ni te costean todo lo que necesitas. En mi caso hasta que conseguí la tutela provisional no podía ni vacunar al niño, ni cambiarle de centro de salud. Gracias a mi médico, que habló con la asistente social, pude hacerlo”. Mientras tanto tenía que hacer todos los trámites “con la etiqueta de ser la madre de Leyre, la niña a la que su asesino dejó tirada en el centro médico de Dúrcal con ocho puñaladas”, recuerda.
A los políticos y políticas también les canta las cuarenta. “¡Me da igual sean del psoe, del pp o de lo que sean! Esto no va de partidos ni de ser de izquierdas o de derechas. ¡Va de vidas! ¡Va de que nos están matando literalmente como a cerdas y no les importa nada! Los maltratadores deberían tener las mismas condenas que tienen los terroristas.
Porque esta violencia machista es eso: terrorismo. Las condenas de los terroristas son entre cuatro paredes, salen media hora al patio, tienen llamadas telefónicas y ya. Nadie tiene el derecho de matar a nadie. No puede ser que un hombre que asesine a una mujer, que le rompa la vida a ella y a su familia se acoja después a los derechos humanos para su beneficio. El mayor derecho humano que hay y puede haber es respetar la vida”, subraya.
Tampoco quiere que a otras víctimas les pase como a su hija a quien en la sentencia no se le aplicó el agravante de género. “¡Tanto que dicen que las mujeres estamos protegidas ante la Ley ya les digo yo que no es verdad! Se pidieron 25 años de cárcel por el asesinato con alevosía con agravante de parentesco y género pero todo se quedó en 22 años y 6 meses porque según el jurado no se pudo demostrar un maltrato continuado. ¿Qué mayor maltrato puede haber que un asesinato?”, recalca enfadada.
La decisión judicial no la pudo recurrir por dos motivos. “En aquel momento con todo lo que estaba pasando lo más importante era lograr la guardia y custodia de mi nieto. Mi hija Leyre ha tenido la mala suerte de dar con una madre pobre y enferma. No tengo fuerzas ni dinero. Todavía ni he podido pagar al abogado. Estoy a la espera de la indemnización a la que tenemos derecho como víctimas, para poder hacerlo, pero no llega. Va muy despacio”.
Mientras el dinero le llega Belinda sueña con hacer realidad el sueño de su nieto. “Como desde pequeñito ha visto la inestabilidad y el estar viviendo de alquiler dice que quiere tener una casa propia. ¡Ojalá si la salud y el dinero que nos corresponde llega algún día pueda dejarle esa tranquilidad!”.
Para cerrar la entrevista Belinda quiere dejar dos mensajes. El primero es para las madres de las asesinadas “Deberíamos hacer una manifestación en Madrid. Ir hasta allí todas nosotras y que nos miren a la cara. A ver si así cambia algo y hacen lo que tienen que hacer”. Y el segundo para todas las mujeres. “Tenemos que romper el miedo y luchar por un mundo que deje de maltratarnos. Por desgracia todo depende de nosotras. Los políticos están dejando claro que no van a hacer nada por darnos lo que nos corresponde”, finaliza.