Seguro que han oído alguna vez que alguien de su entorno les contaba que conocía a alguien que había hecho un crucero de dos, tres o cuatro semanas visitando países exóticos. Ver cómo viven las personas en los países lejanos instruye al observador y le hace reflexionar sobre el bienestar del que disfruta, por lo menos en teoría. Así, los intrépidos navegantes de siete mares tienen historias para contar a sus amigos en las tertulias que organizan. Por si eso fuera poco, hay toda una gama de series televisivas que nutren nuestra imaginación con experiencias indescriptiblemente bellas. No es directamente publicidad, pero ese tipo de series despiertan, fomentan y alimentan nuevas necesidades de consumo que, a día de hoy, no son respetuosas con el entorno natural en una situación de emergencia climática. Veamos por qué.
El primer aspecto es la demanda de viajes en crucero. De hecho, el número de pasajeros de cruceros se ha casi cuadruplicado entre año 2001 y 2020 en Europa. De dos millones de pasajeros en 2001 a casi 8 millones en 2019 según Statista. Este aumento de demanda es un síntoma de buena salud de ese mercado, pero cabe preguntarse si esa forma de turismo y ocio son respetuosos con el medio ambiente, en concreto porque la demanda está al alza.
Vayamos por partes. Los astilleros Meyer de Papenburg (Alemania), especializados en la construcción de buques cruceros, calculan que un pasajero de crucero gasta entre 200 y 250 litros de agua diarios. En este cálculo se incluye el agua de la piscina. Para un barco de 6000 pasajeros significa que se gastan 1,2 millones de litros diarios lo que equivale a 1200 metros cúbicos.
¿De dónde procede el agua?
Es agua de mar que se desala en el crucero por un procedimiento de osmosis inversa al que se le añade calcio para ser potable. En consecuencia, la misma cantidad de aguas residuales y fecales se devuelven al mar sin ningún tipo de tratamiento químico a diario. Los expertos de NABU, asociación para la defensa de la naturaleza de 875.000 miembros y unos 75.000 voluntarios en Alemania, sostienen que el mar puede reciclar las aguas fecales, ahora bien los efectos adversos para la naturaleza marina cuando se trata de grandes cantidades son incuestionables.
De ahí que la OMI, Organización Marítima Internacional con 175 países miembros, haya enmendado la legislación vigente prohibiendo la descarga de aguas fecales al mar. El 10 de octubre de 2022 la OMI anunció que “se prohibirá en todo el mundo el vertimiento en el mar de fangos cloacales”. Supone la implementación de las medidas adoptadas en virtud de la última enmienda del anexo IV del Convenio de MARPOL.
¿Qué implica esta enmienda?
Esto es una buena noticia. Ahora bien, ¿qué implica esta enmienda? Significa que los barcos que vayan dotados de instalación de tratamiento de aguas fecales están autorizados a descargar aguas fecales tratadas a una distancia mínima de tres millas de la costa. Los buques que no dispongan de esa tecnología podrán descargar aguas fecales sin tratar a una distancia mínima de de 12 millas.
Por tanto, la prohibición no es tal. Se podrán seguir descargando aguas fecales en alta mar, lo que resta oxígeno al agua marina y fomenta el aumento de algas marinas. El mar Báltico está sujeto a una legislación más estricta, pero el problema de las aguas fecales persiste.
Un día de crucero produce tanto CO2 como 84.000 coches
En cuanto al combustible usado, NABU critica que el 80% de los cruceros que circulan en Europa sigue quemando crudo pesado que es altamente contaminante para la atmósfera y para la salud humana por el hollín y las partículas en suspensión. Se cree que son cancerígenos y provocan enfermedades cardiovasculares.
Un día de crucero produce tanto CO2 como 84.000 coches, tanto óxido nítrico como 421.000 coches, partículas en suspensión como un millón de coches y dióxido de azufre como 376 millones de coches. Los miembros de NABU llevan luchando desde hace muchos años para que los armadores doten las chimeneas de los cruceros de filtros al objeto de no lanzar a la atmósfera gases y partículas finas altamente contaminantes. A modo de comparación, todos los coches fabricados a día de hoy traen esos filtros de fábrica en serie.
El uso de gas natural licuado tampoco lo consideran una solución
Leif Miller, director de NABU, critica que los armadores vienen prometiendo desde hace muchos años la instalación de filtros. Se lamenta que solo han conseguido hacer campañas publicitarias de greenwashing en papel cuché anunciando mejoras en el respeto al medio ambiente al tiempo que ahorran todo lo que pueden en materia ecológica.
Sí realizan inversiones considerables en mejorar la oferta gastronómica y en diversificar entretenimiento de los clientes. De ahí, que desde esta asociación se exija la prohibición de ese combustible. El uso de gas natural licuado (LNG en inglés) tampoco lo consideran una solución ecológica por el flujo de gas metano que es aún más contaminante que el crudo pesado por el efecto invernadero asociado a su combustión. El crucero Aida Nova ya funciona con ese combustible según el diario alemán Die Welt.
Además, los cruceros producen también toneladas de basuras biodegradables en forma de restos de comida (peladuras, huesos de frutas, cáscaras de huevos) además de basuras no biodegradables como pueden ser los envoltorios de cartones de leche, latas de bebidas y demás.
Veamos algunos datos para entender la envergadura del problema. Las cáscaras de huevo necesitan dos años para su desintegración en el compost. La tabla proporcionada por esta asociación austríaca que se enfrenta al aumento de basuras depositadas por turistas irresponsables en zonas de ocio de esquí muestra el tiempo que necesitan diferentes materiales para desintegrarse.
Un envase de aluminio tatda de 50 a 500 años en desintegrarse
Las heces humanas tardan un mes, un pañuelo de papel 5 años, una cáscara de plátano 2 años, de naranja 3 años, colilla de 2 a 7 años, un chicle de 3 a 5 años. Un envase de aluminio de 50 a 500 años, periódico 3 a 5 años pero la tinta mucho más, pañal de bebé 500 a 800 años. Estos escuetos datos nos dan una idea de los tiempos de desintegración de determinados materiales.
Ahora bien, ¿qué hacen los cruceros con este tipo de residuos? Un crucero de 6000 pasajeros produce toneladas diarias de basura. Se calcula que consumen 40.000 huevos en una semana además de toneladas de carne y pescado. ¿Qué pasaba y qué pasa con esas basuras?
Antiguamente, se vertían al mar bien sin tratar o en forma de granulado
Esto último ha ocasionado un aumento espectacular de los microplásticos que ya se pueden encontrar en el pescado que compramos en la pescadería. Por lo tanto, la OMI en su anexo V del Convenio de MARPOL de la Prevención de la Contaminación por las Basuras de los Buques prevé la incineración de estos residuos a bordo. Ya no está permitido depositar las basuras en alta mar, lo que es una buena noticia. Habría que investigar si las empresas turísticas cumplen esta normativa porque la incineración está ligada a gastos energéticos.
Dos consideraciones finales respecto al tratamiento de residuos en alta mar. Primero, los países que se adhieren al Convenio de MARPOL pueden en virtud del Artículo 14.1 del mismo no aceptar una o varias disposiciones. Segundo, los buques se rigen por la legislación de los países bajo cuya bandera están registrados. El espacio fuera del buque es alta mar y su jurisdicción es un coladero de piratas y delincuentes medioambientales.
Apuesta por el consumo responsable
Lamentarse de que hay delincuentes ecológicos en el transporte marítimo dedicado al ocio después de regresar de un crucero es solo un ejercicio de cara a la galería. Es como la penitencia impuesta en confesionario que desemboca en el perdón. Y vuelta a pecar. Uno se exculpa señalando al otro como pecador. En vista de todo lo anterior, los consumidores pueden optar por un consumo responsable a la hora de contratar un viaje en crucero.
Y ese consumo responsable beneficiaría a las empresas que cumplen rigurosamente las normativas estipuladas por esos convenios expulsando del mercado a las ovejas negras. Los más ecologistas podrían incluso optar por prescindir de viajes de ocio de esta índole hasta que los viajes en crucero lleguen al punto de cero emisiones.