La falta de expectativa, unida a la incapacidad política, se intenta arreglar a golpe de disturbios en Francia. Lorena Sopêna / Europa Press (Foto de ARCHIVO) 30/1/2021
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La caída del Credit Suisse evidencia que la Era Contemporánea ha terminado, sin ideas para el futuro

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El inicio de la Era Contemporánea se sitúa en la Revolución Francesa, pero no creo que casi nadie rebata que el origen de nuestros tiempos está en el final de la Segunda Guerra Mundial. Es ahí cuando se consolidan las democracias, el estado del Bienestar del que se llevaba unos años hablando y todo ello da lugar al gran avance del Siglo XX: la clase media.

Esa que, ahora mismo, se desangra, y es la gran olvidada por la casta politocrática, que hace fuertes sus privilegios consolidando a una élite de indigentes mentales, ineptos para la vida civil en su mayoría, que se apoltronan en lo público con llamadas a los derechos sociales que son pura manipulación para seguir mangoneando. Lo hemos visto tantas veces… Pero la gente continúa picando, entre otras cosas, porque parece claro que gran parte de la sociedad prefiere, como mucho, que le mejoren las condiciones de la celda, pero nunca salir de ella. Seguramente, teme que se esté peor fuera.

En 1934, Suiza instauró el secreto bancario. Sobre el papel, garantizaba la opacidad de las cuentas, salvo causa mayor, pero la realidad era que en el país más neutral del mundo nadie iba a tener acceso a la titularidad de la cuenta. Seguridad total al dinero, sin pagar impuestos. Aquello se hizo (es voxpopuli), para que los judíos y otros pueblos oprimidos por los totalitarismos pudieran cobijar sus patrimonios, en espera de tiempos mejores.

La realidad fue que, hecha la ley, hecha la trampa, y de qué forma: todo aquel que tenía patrimonio que ocultar lo llevó a Suiza. Judíos… y nazis. Además de terroristas, ladrones, narcotraficantes, dictadores, ejecutivos corruptos, traficantes de armas, fondos reservados de los estados o partidos políticos… Una auténtica vergüenza, que pone de manifiesto, una vez más, la naturaleza humana: presión fiscal insostenible para los que intentamos tan solo trabajar y estamos mega fichados, pero paraísos fiscales para las grandes fortunas, ilegítimas en un enorme porcentaje. Por cada Amancio Ortega que gana su fortuna vendiendo ropa barata hay 10 ricos indignos. Y a Ortega, encima, se le ataca desde la élite politicastra.

Quien puso fin de facto a todo esto fueron los americanos (como casi siempre, da igual cuando lo leas) con la FATCA (Foreign Account Tax Compliance Act). Básicamente, pidieron a UBS la lista de clientes estadounidenses en Suiza, y a estos poco menos que les dio el ataque de risa. Pero los ‘gringos’ no se andan con chiquitas cuando quieren y les amenazaron con expulsarlos de EE UU. Por si acaso, les calzaron la ley. Su suerte estaba echada.

La FATCA entró en vigor en 2013 y se adhirieron a ella Francia, Alemania, Italia, Reino Unido y … España. El secreto bancario, como algo inviolable, pasaba a mejor vida. Las cuentas en Suiza, símbolo de riqueza extrema, pasaban a tener más peligro que una piraña en un bidet. Y la banca de ese país, sin esa ventaja competitiva que otorgaba cobijar un dinero al margen de la fiscalidad, ha demostrado ser cochambrosa. Una porquería de bancos, con altísimas comisiones, gestiones de balance patéticas e inversiones sofisticadas de alto riesgo lamentables. El Credit Suisse es un banco malísimo y no lo es menos el UBS. Entidades siniestras, ambas.

Cosa, por cierto, que se sabía hace años y que ha demostrado de nuevo que los bancos centrales están actuando de una manera más que cuestionable. Incluso diría que con gran torpeza, por muy listos que nos parezcan en el Foro de Davos y demás cumbres… borrascosas. Ahora, nos suben tipos, para frenar una inflación que causaron ellos y están disparando las crisis bancarias como palomitas de maíz.

El obsceno Foro de Davos, con el presidente del UBS incluido, arreglando los problemas económicos del mundo. Manuel Lopez/World Economic Forum/dpa –

La caída del CS certifica la defunción del modelo de este mundo post Lehman, que no sabe por dónde tirar una vez que el banco de inversión americano certificó el final del modelo de sociedad que venimos disfrutando desde 1945. Un mundo que ha constituido, sin duda, el mejor momento de la historia de la Humanidad, aunque nació con algunos vicios de origen. Para empezar, que en la foto de Yalta, que simbolizaba la derrota del terror nazi, saliera otro sátrapa de idéntica condición a Hitler: Stalin. Y bien que lo sufrió el mundo después, con el Telón de Acero, la Guerra Fría y todo lo que ello causó.

Son muchas las estructuras y postulados que han quedado obsoletos, después de alcanzar la cima en los ‘tranquilos años 90’ y lo poco que nos dejaron disfrutar del Siglo XXI, donde nos bajaron del espejismo a golpe de atentados y quiebras tipo Enron o la citada Lehman.

El estado del Bienestar es una de las más claras muestras. Sus coberturas son incuestionables y quizá deban entrar más, pero también está clarísimo que hay que ver no sólo cómo se financia, sino cómo se articula. La esperanza de vida, por ejemplo, se va más allá de los 100 años y nos hará replantear muchísimas cosas. No se ponen en duda derechos universales pero ¿tienen que ser funcionarios todos aquellos que trabajan en su desarrollo diario? Evidentemente, no. Los colectivos que se manifiestan con virulencia en pro de los derechos sociales lo que hacen en realidad es defender sus situaciones salariales personales. Con cargo al bien común.

También parecen en entredicho asuntos como el empleo por cuenta ajena, la propiedad privada y, evidentemente, (aunque nadie quiere meterle mano), la híper fiscalidad y el poder opresor de los estados para con el ciudadano. Un ciudadano adormecido con la cantinela de la sanidad y la educación gratis, que ignora que con una fiscalidad superior al 50% no sólo no hay nada gratis, sino que todo es carísimo, y que no tiene entre sus urgencias la exigencia de la rendición de cuentas de nuestros políticos, que sólo son los administradores de nuestros impuestos, no los rectores de nuestros destinos.

Hablábamos antes de torpeza de bancos centrales. El papel de los grandes reguladores de lo monetario y lo económico también es más que cuestionable. Por no hablar, claro, de la representatividad política, los aforamientos, y las grandes instituciones internacionales. Desde la Unión Europea a la ONU, pasando por la Otan… tantas cosas.

Sí, el modelo posterior a la 2ª Guerra Mundial ya ha caducado. Continúan cayendo colosos. El antaño orgulloso CS ha sido el último. Cuidado con el Deutsche Bank, otro que se sabe hace años que está hecho un asco. Mientras, las estructuras van encallando. Oxidándose, por mucho que en Francia intenten evitarlo a golpe de disturbios e incendios.

Lo sorprendente y decepcionante es que no hay ideas para lo siguiente. No surgen pensamientos que desarrollen modelos del futuro. Ni siquiera proyectos que sitúen objetivos a medio plazo. Qué importante sería eso. Un Mercado Común, una unificación alemana, un Euro que tenga que traer convergencias de PIB. Un faro hacia el que ir, que nos trajera, por el camino, crecimiento, bienestar, prosperidad… Libertad. Y cierta ilusión o, al menos, expectativa.

Nos ha caído el desesperante neocomunismo del Siglo XXI, que intenta controlar la ciudadanía no con armas y fuerzas policiales, sino con la fiscalidad, que nos drena soberanía. La verdad es que esta centuria, de la que estamos a punto de consumir su primer 25%, llega carente de ideas y pensamiento de una manera dramática. A no ser que existan ciertas élites encantadas con este neocomunismo.

Todo parece desesperadamente parecido al inicio del Siglo XX, donde, para llegar a esa segunda mitad de prosperidad, tuvieron que tener lugar dos Guerras Mundiales (y la española), para que las cosas encajaran. Y lo hicieron, aunque no del todo bien.

Descanse en paz el Credit Suisse, que poco o nada de bueno tuvo.

Manuel Lopez Torrents

Periodista económico. Empresas, mercados, inversiones, medios... Un día dije que bajarían el sueldo a los funcionarios o que vendría una amnistía fiscal y me llamaron loco. Quizá por eso siempre admiraré al que me dijo que la banca de inversión americana iba a quebrar mucho antes de que lo hiciera. No era un adivino, sólo miraba sus balances. Me gustan la prosperidad, y la clase media. Escribí tres libros de economía