Varias personas pasean por el centro de la ciudad de Vigo para disfrutar de la iluminación navideña. Foto: Gustavo de la Paz / Europa Press
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Criterio, reflexión y autocrítica; una utopía para la Navidad y el Año Nuevo

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Llega la Navidad y nos pilla con un país patas arriba y sin muchas opciones de encuentro. La polarización en la que nos encontramos supera con creces épocas pasadas en la que la crispación parecía elevada. Ríete tú de ella ahora. Con las instituciones en crisis y una clase política desnortada que prefiere el retuit al buen hacer, somos muchos los que nos sentimos huérfanos de estado y nos dan miedo las consecuencias.

Confiemos al menos en que este año nos salvará este desconcierto generalizado, y sintamos la esperanza de que las cenas tradicionales se centren en la victoria de Argentina, y dejen a un lado los debates sobre derechos humanos; el análisis de lo que está pasando (o mejor, lo que no pasa) con el Constitucional; las reformas sobre la sedición; los procesos para la aprobación de la ley trans… o cualquier otro tema que, así a botepronto, nos exige –a la mayoría de los mortales—hacer un Máster para poder entenderlo y opinar con criterio.

¿Os lo habéis creído? Pues habéis pecado de ilusos… Os hago spoiler y os describo la realidad que se impone: cenas y festejos que serán el reflejo de la explosión del populismo que protagoniza nuestras sociedades y que se filtra en nuestras vidas. Así que, prepararos porque junto con el “pásame la salsa”, o “qué caro está el marisco”, llegará la discordia y surgirán las elevaciones de voz, alejándonos de la paz y los buenos pensamientos que derrochan las pelis de sobremesa que invaden las parrillas en Navidad.

Nos quedará el vacío

Pero que nadie se agobie, porque me temo que más allá de los gritos y el archiconocido cuñado arrogante y deslenguado que siempre quiere tener razón, nos quedará el vacío. Da igual si en Ucrania sigue una guerra, si la pobreza en el mundo crece o si hay niños que morirán de hambre en algún punto del planeta la noche del reencuentro y el amor. Da igual y buscaremos olvidarlo, como olvidamos la premisa de que podemos trabajar para crear un mundo mejor, porque nos consolamos impostando que ya hemos salido mucho mejores de la pandemia, a ver si mirar a nuestro lado nos retuerce las entrañas y nos descubre la única realidad evidente: no cambia el mundo por inercia, sino por gente que decide cambiarlo. Y no, no estoy llamando a una revolución que hasta eso se ha contaminado en este siglo. Sólo invito a una reflexión que nos aleje un poco del narcisismo y de la foto con filtros y sonrisas ensayadas para obtener seguidores y competir en felicidad irreal con los de al lado.

Este año, le pido a los Reyes Magos o a Papá Noel (que hasta en eso hay conflicto) criterio, autocrítica y reflexión. Y pido también que las tres se extiendan entre lo que veo y leo… y que cale en los mensajes de un mundo que ha sucumbido al encanto de lo imposible y cuyos protagonistas (tú, yo, tu vecino/a, el/la conductor/a de autobuses, el/la médico de guardia, el/la profesor/a de tus hijos/as, el/la catedrático/a de Universidad, el/la fontanero/a de la esquina, el/la cajero/a del súper…) asumimos rendidos –o eclipsados por la estupidez—que todo está en manos de terceros que, además, no hacen bien lo que deben. Aprendamos a criticarnos a nosotros mismos para buscar las alternativas y trabajemos en construir y no en denostar. Sólo así tendremos opciones de futuro y, sobre todo, sólo así las tendrán nuestros hijos e hijas.

Empezarán pronto las noticias de los “diez momentos más…” que harán un recorrido por los 365 últimos días, trayendo a nuestras memorias lo mejor y lo peor de los últimos 12 meses. Editemos nuestro propio vídeo y pensemos en qué momentos pudimos hacer algo que no hicimos, cuándo pudimos ayudar y lo evitamos, cuándo pudimos callar y decidimos herir, cuando opinamos sin saber, cuándo compartimos un bulo sin importarnos… Y no, no digo que todos somos malos, crueles o perversos; digo que somos vagos y perezosos, y se lo estamos poniendo en bandeja a los que sacan partido de nuestra desidia y nos hace desear vidas que no tenemos (y que no son ciertas), en lugar de revisar y sentir agradecimiento y orgullo por lo obtenido, por el esfuerzo, por nuestras ganas y, sobre todo, por nuestras opciones. Desde ese lugar donde nos hemos situado resulta más sencillo indignarnos y llegar a nuestros asientos, desde los que observamos lo que nos dejan ver, e ignoramos el resto… Así se promueve con facilidad y exponencialmente nuestra rabia y frustración, escupiendo odio y rencor en las palabras que escriben y envían nuestros dedos, ávidos de que nos endiosen en las pantallas. Otro ejercicio de vanidad, por cierto.

Lo dicho, pido criterio, reflexión y autocrítica, y también coraje. Coraje para autoevaluarnos, y para empezar a cambiar lo que nos rodea, y para dejar de ponernos de perfil ante lo próximo. Desde ahí es desde donde podemos cambiar el mundo. Estos son mis deseos para el nuevo año. Felices fiestas a todos.