¿Cuándo empezaron los partidos políticos considerados de izquierda a delirar? El delirio es, según la RAE “decir o hacer despropósitos o disparates”. El psiquiatra Carlos Castilla del Pino dedicó gran parte de su obra a estudiar el delirio, (que viene de delirare, salirse del surco), y venía a decir que cuando no se entiende o no se puede aceptar la realidad, aparece el delirio, que es construir una “realidad paralela”, una fantasía que suplanta la realidad.
La pregunta es ¿cuándo los partidos políticos de izquierdas decidieron aceptar el delirio, es decir, dejar de razonar según la lógica e inventar un mundo imaginario, una realidad inexistente, una fantasía sin solidez teórica o empírica? Hace años que la izquierda delira e intenta imponer su delirio a toda la sociedad, y este es uno de los últimos ejemplos.
Los grupos parlamentarios Mixto, Bildu, Republicano y Sumar presentaron el pasado 28 de febrero una Propuesta de Ley para castigar las llamadas “terapias de conversión”. ¿A cuento de qué bucean en el baúl de los recuerdos para sacar a colación prácticas que ya se creían periclitadas? Pues para blindar, por si no había quedado bien claro, la famosa “Ley trans” 4/2023, impidiendo cualquier intento de crítica, cuestionamiento, oposición o desacuerdo con conceptos tan anticientíficos como “identidad o expresión de género”.
Confundir orientación sexual con identidad de género
La izquierda confunde en esta Propuesta de ley churras con merinas (para quien no lo sepa son diferentes razas de ovejas), y mezcla de manera sibilina fenómenos que no tienen nada que ver: orientación sexual con identidad de género.
Vayamos por parte: la orientación sexual es cómo se estructura el deseo del individuo, y a estas alturas de la comedia, cuando ya existe el matrimonio entre personas del mismo sexo, y además la homosexualidad goza de casi más simpatías que la heterosexualidad, no parece que haya necesidad de una ley específica que combata el cambio de la orientación sexual de nadie. Al menos en nuestro país.
Por tanto, la única explicación para este delirio está relacionada con culminar lo previsto en la “ley trans”: evitar el menor cuestionamiento de las llamadas terapias afirmativas. Es decir, que nadie –ni familia, ni profesionales de la salud, ni docentes– pueda, ni remotamente, desairar el autodiagnóstico de quien manifieste que “se siente” del sexo contrario con el que nació.
No señor, aquí no se puede contrariar a nadie: desde los bebés que aún no controlan los esfínteres, hasta los varones de la tercera edad que de pronto descubren que en su interior anida una mujer, lo que digan va a misa. Y digo varones porque son mayoritariamente los que en una edad tardía sienten la llamada de la mujer que siempre han sido, aunque hayan estado casados, procreado o incluso ganado cátedras universitarias mientras fueron hombres.
Batiburrillo de ideas
Y mucho cuidado con querer quebrar la voluntad de cualquiera que se auto perciba del sexo contrario al de nacimiento, que te vamos a crujir con multas que pueden ir desde 10.000 a 150.000 euros, según la gravedad de la infracción. Este proyecto de ley es un batiburrillo de ideas que se mezclan sin ton ni son, y entronizan conceptos como identidad de género, expresión de género, cisheterosexual, LGTBIfobia y otros sin una definición precisa y detallada de lo que tales conceptos significan. Los dan ya por sabidos como si la ciencia los hubiera asumido y no fuese posible ponerlos en discusión.
Como el personal hace tiempo que hizo dejación de la función de pensar, a nadie le preocupa saber realmente por qué se mezclan capciosamente conceptos que no tienen nada que ver. ¿Cuándo la ciencia ha determinado que exista empíricamente algo denominado “identidad de género”? ¿Cuándo se ha universalmente establecido que haya dos naturalezas humanas diferenciadas, las cis por oposición a las trans? ¿En qué momento el conglomerado LGTBI se ha convertido en un monolítico y unificado colectivo como si no hubiera importantísimas diferencias que hacen irreconciliables las diferentes problemáticas? Y, sobre todo ¿cómo es posible sostener que exista esa supuesta fobia dirigida indiscriminadamente a todas las personas que supuestamente se cobijan bajo un paraguas tan variopinto?
Las leyes no pueden basarse en autopercepciones subjetivas, ni en fantasías animadas por mucho que Disney haya contribuido a que creamos sin rechistar que los animales hablan. Las leyes tienen que basarse en realidades objetivas. Los sujetos o colectivos a proteger tienen que estar definidos sin ambigüedad alguna, y es inaceptable que se utilicen conceptos ideológicos sin ningún fundamento empírico, como es esa célebre ristra de iniciales a las que cualquiera puede ir añadiendo letras a voluntad.
Un suicidio político
Docentes Feministas por la Coeducación (Dofemco) ha publicado un completo Posicionamiento sobre el disparate que representa el proyecto de ley que he comentado. Las feministas somos –que yo sepa– las únicas que hemos cuestionado y plantado cara ante tanto despropósito, con los efectos que conocemos: cancelaciones, despidos, desprestigio personal, ataques, amenazas, insultos, silenciamiento. El último caso es la retirada del libro Cuando lo trans no es transgresor, de la activista y escritora mexicana Laura Lecuona, amenazada por las hordas queers. O el boicot que unos colectivos que se consideran revolucionarios quieren imponer a una charla de Silvia Carrasco sobre Coeducación.
El delirio ha afectado no solo a los partidos políticos autoconsiderados de izquierda, sino a la mayor parte de asociaciones, grupos o entidades que se mueven en esta órbita y que parecen estar bajo los efectos de un potente narcótico con capacidad pandémica.
El resto de la sociedad asiste perpleja y silente a unos movimientos que no sabe cómo interpretar. Cuando no se quiere o no se puede aceptar lo existente, el único camino es el delirio; como salida personal puede ser un error necesario, según Castilla del Pino. Como estrategia política es un suicidio defender a muerte la fantasía frente la realidad.