El Gobierno también ha tenido que meter sus manos (siempre sucias) en las relaciones laborales del personal en prácticas o recién contratado, pero de baja cualificación; o como se les quiera llamar técnicamente. Vamos, los becarios. Un estado por el que hemos pasado casi todos. Imprescindible para prosperar en el sector de los servicios profesionales, ese que antaño pagaba los mejores salarios y que ahora agoniza. Este es un paso más para ello.
Sin entrar en muchos detalles (que, de todas formas, están en la prensa), el Gobierno, bien parapetado tras los sindicatos, tiene que entrar a opinar e imponer cuántas horas están los becarios, qué se les pide, cuánto se les paga, etc etc… Lo de siempre. Interferir en las relaciones particulares. Por qué echan tantas horas los deloites o los accenturs, como si no fueran mayorcitos para decidir si les compensa o no trabajar en esas firmas. Encareciéndoles y entorpeciéndoles la operativa a las empresas en cuestión, con lo cual, simplemente, contratarán menos. «Pues que chapen«, como dijo una sindicalista tertuliana por televisión, decidiendo, una vez más, sobre lo que no es suyo. Chapar: soluciones marca de la casa. A lo mejor, es lo que buscan.
OK, hablemos de becarios. Desde mi experiencia personal (que, por cierto, recuerdo con enorme cariño y agradecimiento), pero también a partir de las cosas que veo en las empresas. Un becario es una persona recién licenciada que no tiene grandes conocimientos ni habilidades profesionales, como no puede ser de otra manera. En el caso que atañe, casi siempre relacionada con el sector de los servicios profesionales, ese que nuestros padres veían de gran porvenir, totalmente alejado de las labores industriales o manuales, tan honrosas y necesarias, por supuesto. Eso es aplicable al licenciado en económicas, empresariales, marketing, derecho, periodismo, psicología… y a las tareas de consultor, auditor, experto en marketing, abogado, periodista…
Ascensor social
Dicho sector de servicios profesionales constituyó un enorme ascensor social en la década de los noventa y primeros años de este siglo. Proporcionó una carrera de fondo a mucha gente que se encontró todavía en la juventud con una situación salarial como no llegó a imaginar. Había crecimiento económico, pequeño detalle.
En aquellos años buenos, los ascensos eran rápidos y concurría, además, mucha oferta. El que no se sentía valorado, no tenía demasiado problema en irse a otro sitio. Así, las empresas tenían que esforzarse para retener el talento. Qué tiempos aquellos. España no sólo generaba dos de cada tres empleos de la Eurozona en el año 2000, sino que además muchos eran de calidad. Ya nos hemos olvidado de los rangos salariales en que se movía este país hace unos 15-20 años. Muchísimo mejor que el actual. En términos reales y nominales.
Un becario que ganaba 28.000 pesetas mensuales de las de entonces
Recuerdo mi entrevista para becario, nada más acabar la carrera, a mediados de los 90: dejaba mi trabajo de mozo de almacén donde ganaba mi buen dinerito para mis gastos y entraba en un diario económico… ganando la mitad. Concretamente, 28.000 pesetas mensuales de las de entonces.
Contrato de dos horas que, por aquellos años, no cotizaban a la Seguridad Social (hacerlo ahora sí que es un avance). En la entrevista me lo dijeron muy claro: “El horario es nominal, es decir, aquí se trabajan todas las horas del mundo. Por resumirte: mucho trabajo y poco dinero. A los seis meses, si renuevas, será con mejora. Y al cabo de un año, si vuelves a renovar, te haremos fijo. Lo que te garantizamos es que, si llegas, en un año te habrás convertido en un profesional de la prensa económica”.
Profesional de la prensa económica. Tengo grabadas esas palabras a fuego lento, casi las paladeo. Mi respuesta fue, poco más o menos, que un anhelante: “Sí, sí, sí, síiii…!!!”. Entré con el cuchillo entre los dientes. Allá donde hubo una tarea o se solicitó un voluntario, allí estuve yo, con mi buena disposición y mi torpeza a partes iguales.
Se cumplió todo a rajatabla. Conocí nuevos límites del cansancio y venía de descargar camiones. Pero comencé a aprender todo sobre economía y mercados. Un universo, que me era totalmente ajeno y que hoy, 30 años después, sigue siendo mi medio de vida. Me convertí, efectivamente, en un profesional.
La necesidad del becario
El sector servicios es distinto. Un consultor, por ejemplo, no es un operario de fábrica que trabaja sus siete horas tasadas y cuando suena la sirena lo deja. Es otra cosa. Con sus ventajas y sus inconvenientes. Mucha parte de ese trabajo no tiene garantías y está ligada a resultados, como no ocurre con el operario que ahora mismo está horadando la acera de mi casa con un taladro infernal (verídico): ese trabajador tiene que abrir la zanja y ya está.
El consultor, debe presentar un proyecto que devenga en éxito, o tendrá problemas. Si le va bien, bingo. Si le va mal… se cae el contrato. Intentar aplicar los condicionantes de un sector a otro es totalmente ineficaz y fruto del desconocimiento.
En las empresas de servicios existe la necesidad del becario. Siempre hay funciones de escaso valor para que el personal menos cualificado comience a desempeñarlas y le tome el pulso tanto a su empresa como a su sector. Y comience así a recorrer la curva de aprendizaje. Un periodista comienza mirando teletipos, tomando ciertos datos al dictado, leyendo documentos… Son labores que aportan las primeras capas de hormigón a sus cimientos profesionales. Si hace esas tareas con diligencia e inteligencia, prosperará y será la compañía la que deberá darse cuenta de que ha incorporado talento.
Por cierto, las empresas no son del todo tontas y si hay una persona que está haciendo bien las cosas desde abajo, sabe darse cuenta. El becario es la cantera de una empresa. En todos los periódicos en los que he estado, siempre ha habido becarios. Para que vayan cubriendo las vacantes que inevitablemente se van sucediendo por arriba. Es un mecanismo muy sano, que permite, además, la transmisión del conocimiento en las compañías, incluso de filosofía de empresa. Pero ahora mismo se está dando el caso de que entra un becario a las 9.00 de la mañana, está tres horas y a las 12.00 se marcha… ¿Eso beneficia a alguien? Ni al becario, ni a la empresa.
Si en los 90 hubiera existido una ley del becario…
Las voces sindicaleras que reclaman “salarios justos” lo que piden en realidad es que se les pague como a un profesional a quien no lo es. Y si no, al menos, que eche menos horas. Pero lo cierto es que el becario está adquiriendo formación real en su vida laboral, no teórica, como en la universidad. Comienza a recoger conocimientos profesionales y a aprender lo que significa tejer una red de contactos; auténtica clave para el futuro laboral. ¿Cuánto vale eso? Es incalculable.
Evidentemente, quien se vanagloria de este engendro de estatuto del becario es Yolanda Díaz, política que lleva como eje de su programa la subida de impuestos. Cada vez que un político anuncia apretones fiscales y no ocurre nada, es una derrota de la sociedad civil, que debería ser inflexible con la idea de que le metan la mano en el bolsillo.
Claro, los políticos se amparan en el populismo: basan sus medidas en decirle al individuo que va a meter la mano en la cartera ‘del otro’, y la floja calidad de la sociedad civil hace que mucha gente trague con eso, pensando que será un beneficio para ellos. Está demostrado que eso no es así: succionar parte de la economía mediante fiscalidad nos afecta a todos. Para mal, no para bien, como nos intoxica nuestra clase política.
Pero, en fin, Yolanda Díaz es una persona sin trayectoria civil reconocida. Escucharla hablando de economía, intentando intercalar los conceptos que le han explicado a toda prisa es como ver pintar una pared enmohecida sin sanearla y pulirla previamente. Queda especialmente mal.
Lo que tengo claro es que si, a mediados de los años 90 hubiera existido una ley del becario como la de ahora, ni yo, ni muchísimos compañeros de promoción que hoy están en primeras líneas de actuación, habríamos tenido una oportunidad en su día como la que tuvimos.