Izquierda
Pere Aragonés (ERC), Yolanda Díaz (Sumar) e Ione Belarra (Podemos). Fotos: EP. Diseño: CL
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La izquierda en su laberinto

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Tras las pasadas elecciones europeas, y viendo cómo los partidos que se autodenominan de izquierda han experimentado un fuerte retroceso (Sumar ha obtenido 3 eurodiputados y Podemos, 2) todos se han apresurado a decir que es necesario abrir un proceso de reflexión. También en las elecciones catalanas ha ocurrido algo parecido, y tras el descalabro de ERC (que se sitúa a la izquierda, aunque nunca ha dicho que lo sea), los indepes, incluida la CUP, han declarado que quieren analizar la situación, abrir un espacio de diálogo y replantear sus proyectos.

Aparte de sacarse los ojos unos a otros, es muy positivo que consideren la necesidad de pensar en sus propios errores, y no solo echar la culpa a la ultraderecha y la derecha: un poco de autocrítica no viene mal. Las feministas también tenemos que pensar por nuestra parte –eso será materia de un próximo artículo–, para que no se nos acuse de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. En este me gustaría ofrecer a la supuesta izquierda algunas ideas por si tienen a bien incorporarlas en esos retiros espirituales que van a hacer a ver si recuperan la influencia social perdida.

Primero, volver al principio de realidad abandonando esta ficción que se ha extendido a todos los ámbitos de la vida, pero que es especialmente perniciosa en esa idea absurda de que cada uno es lo que se siente, ya sea un pollino o un gato (hay ejemplos, no me los invento). La renuncia al pensamiento crítico está llevando a aceptar sin posibilidad de cuestionamiento el delirio queer: se puede cambiar de sexo, cada uno puede elegir ser hombre o mujer a voluntad, existen personas que nacen en cuerpos equivocados, la identidad de género es innata y hay que hormonar cuanto antes a las criaturas para que se adapten a los estereotipos del sexo con el que no han nacido.

Todas esas ideas disparatadas que la gente hace ver que cree son las que deberíais rechazar con energía, pues cuanto con mayor fuerza insistáis en ello menos credibilidad vais a tener y mayor desprestigio social. Restituir la realidad material del sexo como rasgo definitorio de la especie humana es irrenunciable si queréis que se os crea. Una mentira, por enorme que sea, no puede ocultar eternamente la verdad.

La falsedad de que todos somos clase media

Segundo, recuperar el concepto de clase trabajadora, devolverle la dignidad que le habéis arrebatado y otorgarle el protagonismo que le corresponde en la lucha por la transformación social. Dejar de alimentar la falsedad de que todos somos clase media. La clase trabajadora es la primera que ha huido despavorida de todas las insensateces que los partidos de pseudoizquierda habéis sostenido, se ha sentido abandonada por todos los que se han subido a carros posmodernos y no se siente representada por ese pijerío que sin haber dado un palo al agua va dando lecciones a quienes tienen el culo pelado de currar. Seguid alimentando esos despropósitos y no os votarán ni vuestros familiares. En Francia los obreros votan en masa a la ultraderecha, ¿os contentáis con decir que todos son fascistas?

Aceptar la Agenda Feminista y defenderla, y no solo hablar en femenino y colgarse la medalla: la izquierda no puede aceptar que la prostitución sea un trabajo como otro cualquiera; que los vientres de alquiler sean una técnica de reproducción asistida, que se desvíen fondos del Pacto de Estado contra la Violencia de Género hacia festivales de perreo o espectáculos de drags queens  y que no se adopte este tema como uno de los principales contra los que luchar (¡¡en un día ha habido 4 mujeres  y dos criaturas asesinadas!!); que no os tomeis en serio la brecha salarial, la precariedad del trabajo femenino o la falta de atención a la salud específica de las mujeres. Persistid en considerar que la prostitución empodera, que comprar bebés es un derecho o que las mujeres se inventan los dolores, que en próximas elecciones vais a acumular votos en negativo.

El acoso a las lesbianas

Deslindar lo que son las orientaciones sexuales de otras problemáticas que nada tienen que ver con aquellas. El supuesto colectivo LGTBIQ+ (al que se siguen añadiendo letras que nadie entiende) no es homogéneo, y las causas que defienden no solo no convergen, sino que a veces se oponen: las lesbianas están siendo acosadas y hostigadas por activistas trans; de hecho, la T se ha adueñado de todo el acrónimo, de tal manera que lo que se está poniendo en cuestión es el mismo concepto de orientación sexual, que los queers consideran que es transfobia, pues niegan la atracción por personas del mismo sexo. Deberíais defender enérgicamente que los varones no pueden ser lesbianas, por mucho que se autoidentifiquen como mujeres, y que no hay mujeres con pene.

Hay que plantarse ante el uso de términos que no existen: no existe la lgtibifobia porque no existe un rechazo irracional a todas las personas que se cobijan bajo esas letras. De hecho, sería importante que os cuestionaseis la acusación de tránsfoba que se lanza contra cualquier mujer que critique la identidad de género, las leyes trans o que esté en contra de los tratamientos hormonales en menores, cuyos efectos se sabe que son nocivos e irreversibles. No sé cómo no os hace pensar que, si este grupo es apoyado por gobiernos, fundaciones, multinacionales, farmacéuticas e incluso bancos, muy transgresor no puede ser. Basta ya del mantra sobre el “colectivo más discriminado de la historia”, que hay muchos otros que lo tienen peor.

Teorías anticientíficas que confunden a la ciudadanía

En definitiva, sería interesante que en vuestras ponencias, congresos, convenciones o conciliábulos recuperaseis la cordura, que es lo que la mayor parte de la gente que os ha dejado de votar reclama. Que dejaseis de lado las teorías anticientíficas que no hacen más que confundir a la ciudadanía, y que partieseis de la base de que son las condiciones materiales de existencia las que determinan las posibilidades de cada ser humano, y no la sexualidad que practique, cuyo libre ejercicio hay que garantizar sin la profusión de banderas, desfiles ni proclamas con las que estáis abrumando al personal.

Estas son algunas sugerencias que os hago desinteresadamente. Hay otros muchos aspectos sobre los que podríais reflexionar, pero estos me parecen fundamentales para salir de esa deriva en la que habéis caído y de la que, de seguir así, mucho me temo que no os vais a recuperar.

Juana Gallego

Profesora universitaria