Como bien sabemos, cualquier opresión se asienta en dos pies: la represión y la asunción interiorizada del sometimiento. El patriarcado ha usado y usa la primera sin miramiento y sin piedad. Baste pensar en las normas y leyes que, en tantísimos países, penalizan a las mujeres, coartan sus derechos (civiles, políticos, culturales) y castigan duramente la trasgresión.
Incluso en las sociedades donde hemos conquistado la igual legal, nuestras “rebeldías” se siguen penalizando. No en vano los hombres detentan el poder en prácticamente todos los organismos, industrias, instituciones, etc. Si quieren hundir la carrera profesional, entorpecer el trabajo e incluso expulsar a las mujeres que no se amolden a sus deseos, disponen de mil medios para ello.
Muchísimas mujeres -desde camareras hasta profesoras de universidad, pasando por periodistas, dependientas, artistas, personal administrativo, deportistas, etc.- lo viven todos los días. La mayoría procura solventarlo como puede porque sabe lo difícil que es aportar pruebas y porque, incluso aunque las aporte, sabe que socialmente esas agresiones se minusvaloran y no se sancionan: “Mujer, tampoco es para tanto. Vamos, ni que te violara… Sí, será un poco baboso, pero tú eres lista y seguro que encuentras maneras de escabullirte. Si todas las que tienen un jefe sobón se quejaran tanto como tú, pocas trabajarían”.
“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”
En consecuencia, muy rara vez estas violencias machistas salen a la luz y, cuando tal cosa ocurre, son aún más contados los casos en los que el agresor es debidamente sancionado. De modo que muchas intentan soportar la situación como pueden, incluso auto convenciéndose de que “tampoco es tan grave”. Otras no consiguen aguantar y terminan deprimidas y/o renunciando a su puesto de trabajo y a sus aspiraciones.
Pero, como señalé al principio, cualquier opresión se asienta también en el consentimiento, cuando no en la colaboración de quienes la sufren. Como dijo Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”. Y, por supuesto, el patriarcado es, incomparablemente, el sistema más poderos para lograr esta complicidad porque se asienta, a su vez, en dos potentes pilares:
1. La construcción de la feminidad, esa educación que recibimos en las familias, en los libros de texto, en los films, las series, los medios de comunicación… Y que nos imbuye del profundo convencimiento de que los varones son la parte central de la humanidad y las mujeres somos seres de segunda, a su servicio: obedientes, atentas, cariñosas, pacientes… Formulado así suena a exageración, pero suena a exageración no porque no sea cierto sino porque este adiestramiento lo impregna todo, se difunde sin palabras, con actos, como modos, con ejemplos, con vivencias… o sea de una manera mucho más eficaz, potente y sibilina.
2. La inmensa mayoría de las mujeres comparten espacio físico y psíquico con los hombres: los paren, los cuidan, los apoyan, los desean, tienen relaciones sexuales con ellos… Les resulta, pues, muy difícil cortar esos afectos.
Eso explica que muchas mujeres, renunciando a un proyecto personal propio, se resignen a una vida frustrante. Explica que algunas aguanten, incluso durante años, el maltrato de su pareja. Otras, disculpan a los agresores, los apoyan, los defienden. Ya lo vimos cuando “la manada” de Pamplona: las madres, las novias, y mujeres que ni siquiera tenían lazos personales con los violadores salieron en su defensa.
La madre de Rubiales
Y ahora, con Rubiales. Ahí tenemos a su “mater dolorosa” encerrada en una iglesia para “salvar” a su hijo de las hordas de brujas que piden su dimisión… Ese encantador hijo ¿no lo vimos tan contento, tan espontáneo subido en la tribuna, sentado junto a la Reina, a la Infanta y otras autoridades, ponerse en pie y tocarse los cojones? ¿no lo vimos sobre el césped gesticulando sin parar como si fuera él quien había conquistado el campeonato? ¿Por qué interpretamos torticeramente sus actuaciones? ¿no nos conmueven las manifestaciones de alegría de ese hombre? Y sobre todo ¿cómo no vemos en las fotos y los videos que es ella, la jugadora pelandusca, quien lo soba? Si está clarísimo…
Me diréis que, si las madres de quienes pierden todos los días su trabajo se encerraran, las iglesias estarían a rebosar. ¡Pues no os digo cómo estarían si se encerraran las madres de todas las que sufren acoso, ninguneo, abuso descarado o larvado por parte de sus jefes y/o compañeros!
Privilegios de clase, sexo y dinero
Pero, a ver, no vamos a comparar a un o una mileurista con un tipo que gana más de 80.000 eurazos mensuales y, además, tiene costeadas las juergas, los viajes, las comilonas, los hoteles de lujo… No vamos a comparar a una doña nadie con un tipo que reparte favores y enchufes entre los de su pueblo… Ni vamos a comparar a una quejica melindrosa con un potente macho viril… Aún hay clases…
Sí, desgraciadamente, aún hay clases. Afortunadamente, también hay personas dispuestas a luchar para acabar con los privilegios de clase, de sexo y de dinero…