De un tiempo a esta parte –y especialmente desde que el PSOE decidió no añadir la Q+ al acrónimo LGTBI– se han intensificado los artículos en los que a las feministas llamémonos clásicas (para simplificar), se nos acusa de estar en connivencia con la extrema derecha, e incluso de aplicar una lógica “fascista” en nuestros análisis. También se nos acusa de odiar a Judith Butler, y de haber iniciado una cruzada contra la filósofa como “chivo expiatorio”, que la odiamos de forma tan irracional que hace imposible el debate sosegado.
Concretamente, dos artículos recientes, además de la entrevista que hace poco publicó El País con Judith Butler, se empeñan en situarnos a muchas feministas, digamos históricas, como furibundas odiadoras de un supuesto colectivo que se ocultaría tras la Q+, y que todavía nadie se ha dignado definir con rigor.
El primer artículo es de Máriam Martínez-Bascuñán, con un título que intenta emular al dramaturgo Albee y su ¿Quién teme a Virginia Woolf? Las feministas no tememos a Judith Butler. Criticamos sus últimos posicionamientos y cuestionamos que sea un referente del feminismo, pero ni la tememos ni la demonizamos. Es ella la que aprovecha cualquier entrevista para arremeter contra las feministas acusándonos de intransigencia, intolerancia y asimilándonos a la derecha por el cuestionamiento que hacemos del tema trans, el no binarismo, y las identidades subjetivas.
El artículo de Martínez-Bascuñán pregunta si las feministas indignadas “vemos o no” “a estas personas”. Y aquí está la primera pirueta, pues ella no describe de qué personas habla, sino que endilga a Catharine MacKinnon la descripción grupal en una cita que le viene bien: “mujeres, gais, personas trans, personas no binarias, prostitutas y víctimas de la pornografía”, mezclando una realidad material como es el sexo biológico (mujeres) con orientaciones sexuales (gais y lesbianas), con situaciones sociales (prostitutas y víctimas de pornografía) y con percepciones subjetivas (personas trans y no binarias).
Con este batiburrillo que Martínez-Bascuñán maneja, añade sin solución de continuidad que “si aceptan que existen y no les gusta la ley que reconoce sus derechos” nos insta a decir qué proponemos para mejorarla. Segunda pirueta: Pero ¿a qué ley se refiere? Si habla de mujeres se supone que debe ser la del 2007 “Para la igualdad efectiva entre hombres y mujeres”, ley que por cierto ha quedado de facto derogada al haberse diluido lo que es ser mujer.
Pero si habla de personas trans debe ser la del 2023 “Para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI”, donde por cierto no aparece la Q+, y a la que muchas feministas nos hemos opuesto porque defendemos que ser hombre o mujer no es una identidad que se pueda elegir.
Por supuesto que las feministas vemos y reconocemos a las mujeres (las hembras de la especie humana); a las mujeres prostituidas y a las víctimas de la pornografía (mayoritariamente mujeres, y por tanto subsumidas en el sustantivo anterior); cuestionamos el paraguas “trans” por su ambigüedad, porque no recoge con precisión a quién se refiere, y desde luego nos oponemos a que las identidades subjetivas suplanten a la realidad material (no binarios y Q+, gente diversa que pretende legitimar todo tipo de prácticas “no normativas”). De hecho, la Q+ engulliría todas las demás letras del acrónimo.
Solo aceptando que el sexo se puede elegir y es irrelevante se puede sostener alegremente “soy mujer porque me da la gana”, o el concepto “mujer cis” como hace Nuria Labari en su artículo “El PSOE y las mujeres CisQ+”, donde insiste en la idea de que desdeñar la Q+ es una cuestión que solo incumbe a las mujeres del PSOE, cuando somos muchas más las feministas críticas que estamos fuera de la órbita del poder. Sugerimos a Labari que vaya a Afganistán a ver si la dejan elegir si llevar burka, estudiar, salir a la calle sola o hablar en público. A ver si allí también puede elegir ser mujer “porque le da la gana”.
Las feministas nos desgañitamos dando argumentos, y haciendo preguntas a quienes sostienen que se puede cambiar de sexo para que definan lo que es ser mujer, para que expliquen cómo se ha mantenido la desigualdad entre sexos, por qué las mujeres ganan menos, tienen menos presencia pública, cobran menores pensiones, dedican más tiempo a los cuidados, tienen peor salud, y mil cuestiones más. Preguntamos si están a favor de los bloqueadores de la pubertad, y lo que piensan sobre lo que está ocurriendo en otros países, como Suecia o Reino Unido respecto a la prohibición de suministrar estos tratamientos a los menores.
Pero las intelectuales, escritoras o periodistas no contestan, solo nos acusan de no aceptar los derechos de las personas trans, cuando lo que planteamos es que la autodeterminación de sexo es una ficción jurídica que afecta a toda la sociedad y no solo a un pequeño porcentaje de ella, cuya atención ha de ser especializada e individual, y no grupal, como se pretende. Las feministas estamos deseando que haya debate público sobre estas cuestiones, y que se explique por qué se nos asocia a la ultraderecha cuando defendemos los derechos de las mujeres de todo el mundo basándonos en la innegable materialidad del sexo.
Es difícil entender cómo tantas personas han aceptado sin pestañear que ser mujer es un sentimiento o percepción subjetiva, y que no tiene nada que ver con el sexo biológico y se llamen a sí mismas mujeres cis, aceptando acríticamente que hay diferentes categorías ontológicas de mujer. Las feministas rechazamos la imposición del género, que es lo que hay que combatir. Muchos se acogen a la frase de Simone de Beauvoir “no se nace mujer, llega una a serlo”, como si el Segundo Sexo no constara de más de mil páginas donde se explican las razones de la subordinación de las mujeres debido a su sexo.
Las feministas “clásicas” (por simplificar) no somos sólo un puñado de ancianas desubicadas, sino que las redes sociales, Instagram e incluso Tit-Tok, rebosan de jóvenes feministas que sostienen lo mismo que las mayores, y que tienen legión de seguidoras. Las feministas somos muchas, de todas las edades, y hace años que estamos formulando preguntas y ofreciendo respuestas. Pero los medios de comunicación convencionales parece que son sordos y ciegos ante este clamor. Felices fiestas.