Que te roben es, de por sí, una experiencia terriblemente traumática. La primera reacción es la rabia, a la que rápidamente sobreviene la sensación de vulnerabilidad. Luego, la mayoría buscamos ayuda en las fuerzas de seguridad, a las que estamos acostumbrados a imaginar allí para protegernos, para luchar contra los criminales, para ayudarnos a recuperar lo que nos han sustraído vilmente. Pues resulta que semejantes expectativas pueden llevarnos a la decepción más amarga.
La intención de este artículo es analizar si, en una situación como un robo, en un estado como el nuestro, es aceptable que las fuerzas de seguridad, que son un servicio público, en este caso la Policía Nacional de Las Palmas de Gran Canaria, además de negarse a intervenir para recuperar lo sustraído, te tomen el pelo, que es básicamente lo que le ha pasado a esta servidora.
El relato del esperpento comienza una noche en las inmediaciones de una zona de ocio muy conocida y concurrida en la isla de los canariones: el Yumbo. Un divertido barullo, lleno de discotecas y bares abarrotados de locales y turistas dispuestos a disfrutar de la vida y de la animada noche isleña. Incluida esta servidora que, sin imaginar lo que la esperaba, estaba con amigos celebrando las ansiadas vacaciones. La despreocupación no iba a durar mucho.
Aprovechando la oscuridad y la distracción de la ignara víctima, dos jóvenes, que, si me permiten, describiría como varones de rasgos indudablemente magrebíes, se acercaron sigilosamente, agarraron mi bolso y escaparon corriendo… De nada sirvió correr detrás; la juventud dio alas a esas piernas. Un local, involuntario testigo, nos confirmó que se trataba de dos elementos conocidos, marroquíes especializados en estas actividades, que merodeaban el lugar a menudo.
Una noche en la comisaría
Qué sensación tan frustrante. En pocos segundos se lo habían llevado todo: el bolso, el teléfono, cientos de euros recién retirados, los documentos, las tarjetas… En fin, la alegría de estas vacaciones tanto esperadas se volvía un pozo de rabia, impotencia y tristeza. Pero lo peor estaba por venir y no serían los ladrones los mayores responsables.
El resto de la noche lo tuve que pasar en la comisaría de Maspalomas, contando los tristes hechos a unos agentes que actuaron de manera impecable, con corrección y empatía. Hasta aquí íbamos bien y, sabiendo que mi iPhone 13 sigue emitiendo una señal que permite su localización, quedé con los agentes en llamar al día siguiente al 091, la sala de operaciones de la policía canaria, en cuanto fuese capaz de rastrear su posición.
Pero el destino quiso que el dichoso teléfono, al día siguiente, se desplazara más de 50 kilómetros hasta Las Palmas, la capital, y yo decidí seguirlo. Maldito el momento en que mi otro iPhone y mi Apple Watch me señalaron que había llegado a metros de mi teléfono robado.
Una amarga sorpresa al llamar a la Policía
Se encontraba en La Fábrica Hostel, un hostal del que no paraban de salir jóvenes de norte, centro y sur de África. Aquí la primera sorpresa: resulta que el gobierno de Gran Canaria, que allí llaman Cabildo, alquila hoteles y hostales enteros para alojar a los inmigrantes que no encuentran plaza en los centros. Pero la segunda sorpresa, mucho más amarga, me la tuve que llevar al llamar a la policía. Al avisar de que mi teléfono se encuentra en el hostal, se me recomienda esperar allí a que llegue una patrulla.
Después de una hora, al no llegar los buenos, en la segunda llamada se me avisa de que no van a venir porque no sé exactamente quién tiene mi teléfono… ¿y yo que pensaba que era la policía la que lo tenía que descubrir? Eso sí, informo de que poseo un Apple Watch que puede llegar a definir en centímetros la distancia con el dispositivo robado y hasta puede hacerlo sonar. Que no bastaba. Que no iban a ir sin mandato, que así actúa la Policía Nacional y punto. Hasta me colgaron.
Tonta de mí decidí insistir, y entonces me recomendaron que fuese a la comisaría para ampliar mi denuncia y ya después vendrían. No lo tenía yo claro, así que pregunté si de verdad vendrían, que no me provocaran más disgusto y sufrimiento si no iban a venir igual, pero me lo aseguraron: vendrían. ¿Puede mentir la policía? La duda podría dar lugar a un debate ético.
Miedo y ampliación de la denuncia
¿Se imaginan qué significa estar esperando a la policía horas en el lugar donde se encuentran los que te han robado, que resulta ser en un centro de menores inmigrantes disfrazado de hostal? Nunca olvidaré el miedo a cruzarme con ellos ni las sonrisas de unos chicos que ya sabían que la Policía no vendría. ¿No bastaba con esto? Me hicieron ir a la comisaría para ampliar mi denuncia, con el disgusto que le puede suponer a una turista desplazada a un lugar desconocido alcanzar una comisaría para que la policía entonces acuda a ayudarla. Así actúa el servicio de emergencia policial en Gran Canaria.
Vamos a desvelar lo que pasó después: primero pido a un taxista que me lleve a la comisaria más cercana y esto hizo. Una comisaría enorme y espectacular, un palacio esplendoroso que, desgraciadamente para mi, resultó ser la Jefatura de Policía Nacional, donde el encargado de recepción me dice que allí NO se pueden poner denuncias ni ampliar existentes. Un edificio inmenso, lleno de policías pero… mala suerte, me tocaba ir a buscar otra comisaria, y me indican que la más cercana se encuentra a unos 3 km ¿Qué le vamos a hacer? otro taxi y a buscar ayuda.
Una vez llegada a la comisaría de San Cristóbal, otra agente eficiente y empática, recogió mi denuncia con cierta incredulidad respecto al hecho de que de Jefatura me hubiesen rebotado y que la “sala de operaciones” no hubiese enviado a nadie. Resultado: ampliación de denuncia y otra llamada, esta vez de policía a policía, para que, por favor, se envíe a alguien a ayudarme, que soy turista y estoy desamparada y desesperada, etc. Le dicen que vuelva allí y espere, porque todas las patrullas y agentes están ocupados (me menciona que con traslado de menores y otras cosas), pero que me espere en el lugar y, en cuanto haya un coche, me lo van a mandar.
Spoiler
Todo ese día lo pasé en el hostal-centro de acogida, llena de miedo, entre risitas de los huéspedes y miradas de pena del personal, igual de incrédulo que yo al ver que la policía ni vino ni se manifestó de ninguna forma. Al día de hoy todavía ningún agente se ha personado en La Fábrica Hostel para preguntar por mí y mi teléfono. «Espere allí que en cuanto se libere un coche vamos a ir». ¿No es esta una tomadura de pelo? ¿Pueden los representantes de un servicio público, como es la policía, negarse a intervenir?
Fuentes policiales nos confirman que, sin un mandato específico, que resulta muy complicado de cursar y obtener, no pueden buscar objetos robados en espacios que no sean públicos y que desde un primer momento se me habría tenido que quitar cualquier esperanza. Da igual que el valor de mis pertenencias robadas superara los 1.500 €, da igual que supiese dónde estaba mi teléfono… ¿Da igual todo? ¿Y esto es lo que hay que esperarse de las fuerzas de seguridad, las mismas que en teoría están para hacer respetar la Ley y proteger a los ciudadanos? Pues parece ser que sí.